Estamos inmersos en un periodo duradero de gran inestabilidad global y regional. Y puesto que no hay nada más atractivo para la política que un vacío de poder y que en los alrededores de España y de la Unión Europea existe uno, están asegurados codazos ... geopolíticos y rivalidades geoestratégicas renacidas.
Habría sido ideal enfrentarse a este escenario de Crisis de Seguridad con una Política de Defensa modernizada, bien pertrechada y con la arquitectura institucional adecuada que pusiera su parte en la provisión de Seguridad a nuestro país.
Pero cuando nos hemos dado cuenta de que necesitábamos a nuestro Ministerio de Defensa lustrado y en primera línea por primera vez en 60 años, éste nos ha mostrado múltiples taras: nuestros sistemas de armamento adquiridos están centrados en amenazas y riesgos que no se corresponden con los actuales; nuestros Ejércitos carecen de la operatividad y capacidad de respuesta necesaria, pues se emplearon los escasos recursos en las adquisiciones anteriores; el apoyo público a la función social del Ministerio de Defensa resulta incoherente; las estructuras militares se encuentran desajustadas para lo que hoy se les exige (una Fuerza Conjunta, no diferentes Ejércitos -Tierra, Aire, Armada- que batallan por su lado); y la dotación presupuestaria de este Ministerio se estima insuficiente y canalizada por vías extraordinarias y, para varios analistas y parlamentarios, inconstitucionales.
Estos problemas, cuya resolución apenas se ha iniciado en los pasados cuatro años, ya estaban identificados hace un lustro.
El azar, por otro lado, conforma la nota positiva de nuestra Política de Defensa en la última legislatura. Y es que el aciago ataque terrorista al consulado estadounidense en Bengasi, Libia, en septiembre de 2012 motivó la decisión de Estados Unidos de instalar un núcleo sólido de operaciones en el Mediterráneo, con tan buena fortuna para nuestro país que España fue la elección. Hemos disfrutado de las mieles de esa decisión con un primer nivel de interlocución con Estados Unidos que nos ha garantizado múltiples entrenamientos militares conjuntos y permitido aliviar las pérdidas en capacidad operativa que nuestras Fuerzas Armadas estaban experimentando.
No son luces y sombras en estos últimos cuatro años. Son muchas sombras y una lotería que nos tocó en suerte pero que bien podía haber ido a otro. No ha hecho el Ministerio de Defensa los deberes. Contrariando la moraleja de la fábula, somos una cigarra afortunada: nos tocó la lotería (geoestratégica) sin habernos avituallado y haber solucionado los problemas existentes.
Todo queda, pues, por hacer.
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