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DIARIO DE CAMPAÑA - JORGE ALACID
Miércoles, 9 de diciembre 2015, 01:02
En el primer Gobierno de Felipe González acabó descollando por una vía harto curiosa su titular de Exteriores, Fernando Morán. Aquel ministro se ganó el afecto de la ciudadanía, un inesperado nivel de popularidad, por el método de meter la pata siempre que podía, equivocarse, ... pronunciar frases de misterioso significado (cuando no directamente ininteligibles o absurdas), rectificando hoy lo sentenciado ayer, poniendo en apuros al conjunto del Consejo de Ministros. Como está demostrado que es mejor caer en gracia que ser gracioso, Morán desarrolló ante la opinión pública una extraordinaria capacidad para la empatía: el ciudadano le perdonaba todo. Sólo quería abrazarlo. No era un ministro: era un koala.
El modelo Morán conoce hoy una clonación. A lo grande: el modelo Rajoy. La cantidad de frases completamente marcianas que el presidente va dejando a su paso, su incapacidad para hacerse entender en cuestiones capitales que merecen cierta lucidez, su decisión de ausentarse de los debates, ese aire de Mr. Magoo (con gafas de menor aumento) que camina pisando huevos... Su vis cómica, en definitiva: ahí han encontrado en el PP un filón para que la ciudadanía vea en él no sólo al actual presidente, sino a alguien que aspira razonablemente a seguir siéndolo. El ciudadano no piensa en Rajoy como alguien que puede hacerle daño: sólo hace gracia. Alguien inofensivo para el subconsciente colectivo. Cualquiera puede sospechar que dentro de su partido habrá dirigentes más cabales, mejor preparados, dotados de mayor elocuencia o, simplemente, incapaces de pasar a la posteridad mediante frases del tipo «los españoles son muy españoles y mucho españoles»; o bien: «Es el alcalde el que quiere que sean los vecinos el alcalde».
Como es lógico, en la vida corriente quien fuera regalando esas piezas antológicas del surrealismo sería inmediatamente suspendido de sus funciones. Pero estamos en la política, un terreno donde a menudo escasea el sentido común y priman otros valores. Rajoy ha ingresado en ese territorio donde un dirigente se transforma en otra cosa, una especie de tótem religioso, a quien se perdona todo. El votante empieza a dejar de tomárselo en serio y para cuando se quiere dar cuenta, lo tiene cuatro años más de presidente. En esa idea de explotar el perfil chistoso de Rajoy abundan los recientes vídeos perpetrados por el PP. Como se supone que los ideólogos de su campaña son gente inteligente, debe deducirse que saben que el elector se toma a guasa esas piezas donde se pide su voto con argumentos tan primarios que dan vergüenza ajena. Si insisten en ellos será por razones que escapan al entendimiento racional, porque pensar que aquel vídeo del dóberman que ejecutó el PSOE o el de Rajoy con su amigo hipster generan algún voto carece de sentido.
¿Solución al crucigrama? Que presentando al candidato como un pánfilo que no se entera, vestido con los ropajes de la normalidad, se envía un mensaje capital al español corriente: cualquiera puede ser presidente. Incluso usted. Incluso Rajoy.
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