Cuevas, Sanz, Ceniceros, Del Río y Bravo, en una foto del 2006. :: juan marín
LA CRÓNICA

Este PP uno y trino

«Porque tres son los que dan testimonio en el cielo: el Padre,el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son una misma cosa» Primera carta de San Juan, 5-7

JORGE ALACID

Domingo, 6 de diciembre 2015, 11:22

Incluso los más cordiales rivales de que goza Emilio del Río en el PP se confesaban contritos allá en junio cuando vio vetado el camino que llevaba a la Presidencia del Gobierno que con tanto ahínco acarició y ni siquiera se quedó de consejero. El ... nuevo jefe no tenía puestas en él las complacencias con que Pedro Sanz sí le bendecía y Del Río sufrió entonces la frialdad que los partidos dispensan a sus líderes... cuando dejan de serlo. Pero aceptó con deportividad el vacío que le procuraron allí donde antes ingresaba triunfante y se conformó con una victoria menor: como diputado con dedicación exclusiva en el Parlamento regional. Una distinción que podía interpretarse como que José Ignacio Ceniceros firmaba la pipa de la paz con su antecesor. Como si el recién llegado le enviara este recado a su antecesor: «El partido y el grupo parlamentario son cosa tuya. Deja que yo me ocupe del Gobierno».

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Receptor por lo tanto de los dardos que en realidad se dirigían a su mentor, Del Río aprovechó para construir una pasarela entre su salida del Ejecutivo y su elección como número uno al Congreso. Mantuvo firme el alto ritmo de trabajo que le caracteriza y no se permitió ningún reproche hacia los suyos. Aguantó. A cambio puede exhibir como un tesoro la condición de congresista que está a punto de adquirir, de modo que cristalizará ese mantra según el cual «Emilio se merece ir al Congreso y además lo hará bien», la frase con que despacharon en el PP tanto sus afines como sus adversarios la idea de que parecía excesivo el castigo recibido por haberse situado cerca (¿demasiado cerca?) de Sanz.

Porque esa disciplinada asunción de que sus días de gloria quedaban atrás mereció que Del Río vuelva hoy a salir en la foto. En medio de sus tribulaciones queda no obstante un partido en busca de la identidad perdida. Enviados especiales a las entrañas del PP relatan codazos indisimulados entre los dos presidentes (el del partido, el del Gobierno), propinados entre sonrisas de circunstancias para que no aflore en público lo que sabe cualquiera en privado: que la autoridad (el autoritarismo, que dirían sus críticos) con que Sanz mandaba así en el PP como en el Palacete se ve sustituida por el aire de asamblearismo que anida en los partidos si se quiebra el principio de unidad.

Así que el espectador avisado tiene ahora ante sí tres partidos donde antes habitaba uno solo. Hay un PP que le guarda fidelidad a su largo idilio con Sanz; un PP que no olvida los servicios prestados ni la larga serie de éxitos electorales. Florece entre este sector un sentido de afinidad personal, porque el estilo Sanz, que no hacía prisioneros, contaba también con un vehemente grupo de fans... que decrece sin embargo ahora que el antiguo presidente ya no ejerce como tal. Hay quien incluso dice que no conoce de nada a ese tal Pedro Sanz. Miserias humanas a la riojana.

El segundo PP es un PP líquido, más diluido. El PP de Logroño. Un partido dentro de un partido, que concuerda con los principios generales de la organización a la que guarda lealtad pero sabe dotarse de su propio sello. Nucleado alrededor de la alcaldesa Gamarra, valor en alza así en La Rioja como a escala nacional, este sector fantasea con una gestión más moderna, menos deudora de La Rioja interior... aunque se cuida mucho de publicitar semejante pretensión. De momento, no entra en ninguna batalla pero recuerda siempre que puede un dato: que la lista de Gamarra cosechó en las municipales de mayo más votos que la candidatura autonómica en la capital. El PP, entendido desde su punto de vista, sería un PP válido para imponerse en La Rioja rural pero insuficiente para atrapar al votante urbano.

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Así que el PP logroñés opta por hibernar mientras contempla cómo discurren a su aire el PP de Sanz y ese otro tercer PP que lleva el gen de Ceniceros, piloto de un Gobierno donde hay pocos históricos del partido (Conrado Escobar y poco más). Un Gobierno que recoge severas censuras por parte de algunos en teoría partidarios: hay quien opina que formar mayoría en el Parlamento exigió ceder demasiado a Ciudadanos y quien se rasga las vestiduras ante el estilo timorato que adorna a Ceniceros y su equipo. También hay quien, aunque no comparta lo anterior, se confiesa escandalizado por la purga emprendida en la Administración entre los fieles a Sanz, una suerte de depuración según la cual la cercanía al expresidente deriva en demérito. Ya no es una virtud.

El deterioro de los equilibrios internos del PP desvela lo que cada militante de cada partido conoce según recibe el carné: que sólo el poder garantiza la unidad. Ahora, ese poder es un poder compartido. Menguante. Pensar que este nuevo PP, uno y trino a la vez, atraviesa por una especie de crisis resulta temerario, pero olvidar que vivió tiempos mejores es poco realista. Sólo un iluso puede pensar que esta división en tres o más banderías tiene recorrido, con bases y cuadros oscilando entre el estupor y la indiferencia, aunque nadie milita en compartimentos estancos. Así como menudean dirigentes del Ejecutivo nada beligerantes con el PP de Sanz, es menos observable lo contrario: leales a Sanz entusiasmados de verdad con Ceniceros.

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De modo que el PP amenaza con disponer de un partido para cada uno de sus afiliados. Los mismos afiliados que admiten sus dificultades para digerir a Carmen Duque como telonera de Conchi Bravo. Pasmados ante la presencia del exalcalde de Arnedo en la lista al Congreso (pese a su discreta última legislatura y su derrota en las municipales) y críticos con la continuidad de Mendiola en el Senado. Las listas del 20D, las primeras elaboradas con Sanz fuera del Gobierno, deben leerse como el último sobresalto conocido en un partido habituado hasta este verano a la calma eterna, cuando Sanz y su puño de hierro encauzaban todas las corrientes. Hoy, la única coincidencia observable entre todas las facciones es que el PP volverá a ganar las elecciones por incomparecencia de sus rivales. Y otra coincidencia: su habilidad para sortear a Ciudadanos y su promesa de primarias. Aquellas primarias de nunca jamás.

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