DIARIO DE CAMPAÑA JORGE ALACID
Sábado, 5 de diciembre 2015, 11:22
En comunicación política se acuñó hace tiempo el concepto de bala de plata: ese último recurso al que acuden los candidatos cuando todo está más o menos perdido, ese argumento que cambie el ritmo de la campaña si se adivina mortecina en exceso, esa ocurrencia ... que te permite marcar la agenda informativa y obliga a los demás a seguir tu estela. La bala de plata suele aparecer en cada carrera hacia las urnas, aunque no necesariamente. Sucede que los partidos concurrentes piensan que les va mejor no moviendo demasiado el árbol o también tiende a ocurrir que se reconocen incapaces de encontrar ese mirlo blanco que les conceda la posibilidad ansiada: que todos los focos se giren hacia su líder y su programa. O bien el efecto contrario, también perseguido: que la opinión pública atienda sus consejos y examine con mayor afán crítico al adversario, cuyas contradicciones deberían ser objeto de bula, mofa o escarnio... si la bala de plata acierta con la diana.
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¿Y cuál es la bala de plata que nos reserva la campaña del 20D? Se ignora. Aunque sí sabemos de qué no van a hablar los partidos, porque hay terrenos pantanosos que prefieren evitar, igual que les molesta ingresar en arenas movedizas donde tal vez nada tienen que decir. Por ejemplo, un ámbito especialmente delicado parece ser el relativo a la inmigración: salvo algún grupo ultra marginal, sobre ese asunto nadie opina. Nadie opina... más allá de las consignas en plan buen rollo, todos somos hermanos y blablabla. Ningún partido se anima a compartir con sus electores sus propuestas sobre cómo impacta en la sociedad española la llegada masiva de extranjeros en condiciones de absoluta precariedad y el impacto que generan sobre la educación, la sanidad o los servicios sociales. Cosa distinta es lo que opinen en privado: hace tiempo, un dirigente socialista (repito: socialista) confesaba su desolación por las sombrías consecuencias que se derivaban para el capítulo de gastos del presupuesto del interminable goteo de extranjeros. Palabras que se cuidaba de hacer públicas.
Así que puede apostarse a que ningún candidato opinará estos días sobre niñas con burkas, turismo sanitario o cuestiones por el estilo: no dan votos. De modo que se volverá a hurtar un debate racional, sensato y ajeno a la demagogia sobre un asunto capital para construir la convivencia en España para los próximos lustros. Tampoco ningún partido ofrecerá su punto de vista sobre otra cuestión central: la cultura. Más allá del debate sobre IVA o no IVA que degrada la discusión a una pura polémica contable, la cultura volverá a ausentarse de la campaña. Cabe sospechar que a los partidos les parece adecuado el actual nivel de instrucción de la ciudadanía. Aunque también puede que les produzca una pereza infinita malgastar en ese particular su bala de plata: la cultura despierta nulo interés así entre los elegibles como entre los votantes. Esa bala sería un tiro al aire.
Antes de que todas estas teorías políticas cuajaran, un antiguo mandatario del PP logroñés ya lo había avisado: en cada campaña surge lo inesperado. Algo de lo que nadie quería que se hablase, algo que molesta el discurrir sereno y un poco simplón de la carrera hacia las urnas. Pero aquel tiempo pasó: hoy, los partidos optan por pastorear a sus potenciales electores sin permitir que ningún contratiempo quebrante su ánimo. Lo cual tiene sentido para el que va en cabeza, pero se ignora qué beneficios extraen sus perseguidores. Salvo que se conformen con perder por poco.
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