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Pinchazo absoluto. El objetivo del PSOE para las elecciones de este domingo en Galicia era volver a situarse como segunda fuerza, por delante de un BNG que ya dio la campanada en 2020, cuando tras engullir a Podemos y se catapultó desde los seis ... diputados a los 19 se convirtió en primer partido de la oposición. Para cuando empezó la campaña electoral, el pasado 2 de febrero, la dirección del partido ya era consciente de que el tirón de su candidato José Ramón Gómez Besteiro no sería suficiente frente al empuje de Ana Pontón. Y entonces todo pasó a buscar el premio de consolación, un resultado suficiente como para contribuir a expulsar al PP de la Xunta quince años después, aunque fuera como socio minoritario. Pero tampoco eso ha sido posible.
El PSdeG, fagocitado por los soberanistas, ha perforado su suelo histórico. Se queda con nueve diputados, cinco menos que en 2020, y un 14,02% de voto, más de cinco puntos por debajo de lo cosechado hace cuatro años. «La ciudadanía gallega nos ha situado en la oposición. Desde nuestro objetivo inquebrantable, debemos consolidar un proyecto reconocido y que sea una verdadera alternativa real y segura», asumió anoche el candidato socialista.
La portavoz de la ejecutiva federal, Esther Peña, también reconoció el descalabro sin paliativos. Y lanzó un mensaje en clave interna. Nada de luchas intestinas. «Confiamos en Besteiro –dijo–. Es el mejor líder para recuperar la confianza de los gallegos».
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El resultado, en todo caso, no puede leerse solo en clave gallega. Es también un varapalo para Pedro Sánchez, que había apostado muy fuerte en esta contienda. El jefe del Ejecutivo tenía la esperanza de que, un cambio de Gobierno, aunque no fuera liderado por su partido, propinara a su rival y hasta hace dos años presidente gallego, Alberto Núñez Feijóo, un golpe del que ya no fuera capaz de levantarse. La estocada definitiva tras el chasco de las generales de julio.
Sánchez organizó en A Coruña, el pasado 20 de enero, una grandilocuente convención política con más de 4.000 delegados del PSOE pensada para el lucimiento de Besteiro; ha estado ocho veces en Galicia entre precampaña y campaña; el desembarco de ministros ha sido una constante en las últimas dos semanas y José Luis Rodríguez Zapatero, recuperado como estrella invitada ya en los comicios del 23 de julio, ha protagonizado cuatro actos. El rédito de ese esfuerzo ha sido nulo.
Los socialistas no han sabido leer el escenario. Su tesis de que un aumento de participación garantizaría el vuelco, ha demostrado ser ilusoria. El jefe del Ejecutivo se pasó los últimos mítines pidiendo al medio millón de gallegos que lo votaron en las generales que no se quedara en casa. «A urnas llenas, cambio seguro», repetía. Con en torno a dieciocho puntos más que hace cuatro años, la diferencia entre bloques apenas se ha movido. Los progresistas suman solo un escaño más que en las últimas autonómicas.
Tampoco el empeño en explotar día tras día, desde hace una semana, la inesperada revelación de Feijóo sobre sus conversaciones del pasado verano con Junts y su postura sobre un indulto condicionado a Carles Puigdemont han servido para erosionar a los populares como se pretendía. El PSdeG ya lo avisaba. No creían que en Galicia el debate de la amnistía tuviera impacto y por la misma razón entendían que el supuesto desliz del líder de la oposición no pasaría factura a Alfonso Rueda. Pero fue el propio Sánchez el que acabó llevando a la campaña un asunto que en primera instancia pretendía orillar y que ayer mismo desde la dirección del partido se tildaba de irrelevante: «Se ha votado en clave gallega».
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