Una protesta en Manhattan contra el expresidente Donald Trump. AFP
Análisis

Las trampas de Trump

El candidato republicano es un experto del engaño y de los enredos, y cuatro años después sigue sin reconocer su derrota en las urnas

Roberto R. Aramayo

Profesor de Investigación en el Instituto de Filosofía del CSIC e historiador de las ideas morales y políticas

Sábado, 2 de noviembre 2024, 00:32

Hay un terreno en el que Donald Trump destaca con gran virtuosismo: el del engaño y los enredos que generan una enorme confusión. Si hubiera vivido en tiempos de su bisabuelo alemán (quien dicho sea de paso perdió la ciudadanía bávara por no haber hecho ... el servicio militar y esa circunstancia le hizo regresar a los Estados Unidos), seguramente no hubiera servido ni para regentar el burdel con que amasó su fortuna familiar durante la fiebre del oro y su descendiente prefiriese asumir el papel de tahúr para desplumar a los otros jugadores con sus ases bajo la manga, porque lo suyo es hacer trampas en cualquier ámbito y en todo momento.

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La recién estrenada 'El aprendiz' no es una película perfecta, pero sirve para recordarnos los orígenes del personaje. A su hermano mayor le despreció como perdedor, porque se había hecho piloto de aviación sin consagrarse a los negocios del patrimonio heredado. El trato dispensado a su primera mujer no parece muy ejemplar y tampoco supo agradecerle a su mentor la formación recibida, demostrando con ello ser un excelente discípulo en el despiadado arte de mentir y despreciar a los demás considerándolos como miserables perdedores.

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Sigue sin reconocer su derrota electoral y mantiene que le robaron la presidencia, considerando auténticos patriotas a quienes asaltaron el Capitolio movidos por sus arengas para evitar que la democracia siguiera su curso. Pese a todo, evitó una moción de censura y sus múltiples problemas con la Justicia no le han impedido postularse para otro mandato presidencial. De hecho, es muy probable que gane las elecciones. Aunque una vez más no consiga la mayoría del voto popular, los pronósticos aventuran un empate respecto al número de compromisarios y la pelota puede caer de uno u otro lado, como en la famosa secuencia del film 'Match Point' de Woody Allen.

En aquellos Estados más decisivos, Elon Musk está sorteando un millón de dólares para que los indecisos vayan a votar. A cambio recibirá el cargo que ya ha solicitado en el futuro gabinete de Trump, donde podría ocuparse -qué sé yo- de la carrera espacial o el fomento de las innovaciones digitales. El problema es que no se allegan argumentos ni bosquejos de soluciones y todo cobra un aire psicodélico, cual si nos hubiéramos drogado colectivamente con algún potente alucinógeno. Las encuestan suben y bajan en función de cosas absolutamente ajenas a lo que debería ser una contienda electoral política. En el caso del magnate le ayuda que sus partidarios no prestan atención a sus desmanes y suscriben su relato por absurdo que pueda ser en un momento dado, puesto que le idolatran como a un mesías.

Su retorno a la Casa Blanca con el actual panorama geoestratégico puede provocar más de un seísmo. La Unión Europea está estudiando planes de contingencia, porque ya saben cómo se las gasta un Trump para quien la seguridad no se garantiza sin una sustanciosa subida del gasto militar. Su excelente relación con Putin podría rematar la invasión de Ucrania y otro tanto sucede con el expansionismo bélico del primer ministro hebreo, quien pudiera verse respaldado para borrar a Palestina del mapa y hacerse con el control de todo su entorno 'manu militari'. En un escenario así, China podría permitirse hacerse con Taiwán y organizaciones internacionales como la ONU podrían desaparecer sin que nadie lo advirtiera. Después de todo, sus cascos azules parecen molestar las operaciones militares de Israel.

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La vuelta del magnate a la Casa Blanca con el actual panorama geoestratégico puede provocar más de un tsunami

El Derecho Internacional se vería redefinido en la práctica y sus principios quedarían supeditados al poderío militar, invocándose un desproporcionado y desnaturalizado derecho a una 'legítima' defensa donde no se contemplaría límite alguno. Bastaría con alegar que no se cometen genocidios aun cuando lo parezca y responsabilizar al enemigo de los efectos colaterales por utilizar a la población civil como escudo humano. Quienes ganan algo de verdad son la industria bélica y los bancos que financia esas inversiones.

Todo ello favorecería el imparable auge del neofascismo más reaccionario que cobra fuerza por doquier, en detrimento de las reivindicaciones del feminismo y de la urgencia climática, del precarizado e inestable mundo laboral y la lucha contra el incremento de las desigualdades más extremas. Como señala Arendt, y recuerda Antonio Campillo, la mentira es el peor enemigo del sistema democrático. Cuando las instituciones no pueden hacerla frente, se contaminan el poder ejecutivo, la dinámica parlamentaria y los controles del sistema judicial, máxime cuando los medios de comunicación tampoco ejercen su función y dejan de velar por la veracidad sucumbiendo al sensacionalismo. La democracia puede quedar aún más entrampada con el retorno a la Casa Blanca del mago de las trampas y la mendacidad. Lo contrario tampoco es una panacea.

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