Lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas, dice el lema de la ciudad que promete el anonimato a quienes estén dispuestos a soltarse el pelo y olvidarse de quiénes son. A veces ocurre lo contrario, que lo que pasa en Las ... Vegas ni siquiera ocurrió en Las Vegas.
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6 escaños
electorales, de los 270 que se necesitan al menos para ser proclamado presidente, se reparten en el Estado de Nevada. En 2020 los demócratas ganaron las elecciones aquí por 33.596 votos:
34.000 euros
es el sueldo promedio anual entre los camareros estadounidenses.
Como la propina de 10.000 dólares que dicen que le dejó Donald Trump a un camarero. Según la leyenda, el magnate le preguntó cuál era la mayor gratificación que le habían dado. Al oír que fueron 500 dólares de la mano de Steve Wynn, con quien sostiene una relación de amistad y rivalidad, el magnate se habría sacado del bolsillo 10.000 dólares en billetes para subir la apuesta a niveles irrefutables. El propio Trump lo ha desmentido y no hay ninguna evidencia de que alguna vez haya sido generoso, pero el mito del rico derrochador que se pasea por los casinos amasando lealtades a golpe de chequera ha traspasado los límites de los tabloides y humoristas para alimentar los sueños de todos los que viven de las propinas. ¿Y si un día viniera alguien que acaba de amasar una fortuna en la mesa de juego y te suelta 10.000 dólares? Eso se preguntan todos.
En las circunstancias actuales, lo primero sería pagarle a Hacienda un sustancioso porcentaje. Eso es algo que tiene muy indignada a la fuerza laboral de esta hilera de casinos y parques temáticos. Al expresidente se lo habría contado una camarera de su hotel, el Trump International, que a pesar de estar bañado en oro es uno de los pocos del Strip que no tiene casino. Trump lo presenta como un lugar más silencioso, de elegancia y sofisticación, para quienes huyen del ruido mundanal, aunque el profesor Michael Green sospecha que le fallaron los requisitos burocráticos, en una ciudad muy de su estilo que siempre se le ha resistido.
«¿Y si sacáramos una ley para no gravar las propinas?», le ofreció a la camarera. «¡Qué gran idea!», se autoalabó él mismo al anunciar en junio la propuesta con la que buscaba acercarse al poderoso Culinary Workers Union. Por una vez también le dio crédito a la «camarera inteligente», cuyo nombre no ha desvelado. Un mes después, cuando Kamala Harris heredó la nominación del Partido Demócrata, se apuntó a la propuesta que había capturado ya la imaginación de millones de empleados.
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La costumbre americana de las propinas obligatorias deja siempre perplejos a los europeos, que no acaban de entender que ese cargo adicional para recompensar la excelencia se convierta en obligación. Al tropezarse con clientes europeos Heather Lint, que limpia mesas en el restaurante del Aria Casino, anticipa que se quedará sin propina, pero confía en que la noche le compense. Hacienda, también. Desde los años 90, el gobierno federal, el único que en Nevada cobra impuestos sobre la renta, grava a los empleados por un estimado que deduce de las ventas del restaurante, ahora perfectamente controladas a través de la tecnología de pago. «Y si tuviste una mala noche, pagas igual», se queja.
Desde la pandemia, todo ha empeorado. Los plásticos de las tarjetas de crédito y los pagos sin contacto han dejado obsoleto al dinero en efectivo, reliquia de tiempos mejores. Ahora es imposible echarse un billete de cien al bolsillo sin que Hacienda le pegue un ñasco. Por eso la propuesta de Trump para eximir fiscalmente las propinas se ha celebrado con entusiasmo de punta a punta del Strip.
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Los economistas lo ven como un populismo barato que no siempre se traduce bien en los números. ¿Será pan para hoy y hambre para mañana? Si no cuentan en los impuestos, ¿contarán para la jubilación? ¿Y que pasará con los que ni siquiera ganan suficiente para impuestos federales? ¿Se quedarán fuera de esta reducción de impuestos? En la propuesta de Trump, tan vaga como demandan sus cánones, ¿podría un abogado recibir parte de sus ingresos en propina para darle esquinazo al fisco?
La campaña de Kamala Harris no ha tenido reparos en copiar la idea para neutralizar su impacto, pero de acuerdo con el Sindicato Culinario, lo importante es eliminar el sub mínimo que se aplica a los trabajadores de propina. En su Texas natal Lind cobraría apenas 2,13 dólares la hora, mientras que en Nevada ese subsalario mínimo es de 12 dólares la hora, que se eleva a 18 para los trabajadores sindicados y a 40 para los que no reciben propina.
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En teoría, los empleadores están obligados a compensar la diferencia si no llegan a recaudar 12 la hora, pero nadie en la franja de los casinos quiere trabajar por ese dinero. Los primeros en hacer la vista gorda serán los empresarios, que prefieren que sea el cliente el que pague los salarios.
Con esas propinas generosas Genet se ha comprado dos casas en Las Vegas y cuatro en su Etiopía natal, donde piensa retirarse en cuanto sus hijos acaben la Universidad. «En este país no se hace otra cosa más que trabajar, esto no es vida», suspira. Si no le fallan las matemáticas ni sus hijos, se jubilará cómodamente a los 58. Y ese sí es el sueño americano para una limpiadora de hotel.
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Si la propina de los restaurantes está asumida, la del servicio de habitaciones se le escapa a muchos clientes, que la dan por pagada con los cientos de dólares diarios que abonan al hotel. La mexicana Claudia Avalos sospecha que, de alguna manera, el Hotel Río para el que trabaja lo ha incorporado en la factura, porque los sobres que desaparecieron de las habitaciones con la pandemia no han vuelto. Lo único que hay es más trabajo cada día por menos dinero. «¿Sabes lo que tardamos ahora en rellenar todos los dispensadores del baño, con lo rápido que era antes poner las botellitas?».
Las tres son afortunadas que vivieron los tiempos de bonanza en que las propinas se entregaban en efectivo sin dejar rastro. A estas alturas en que la vivienda se ha disparado, ellas tienen casa propia, de cuando Las Vegas era una economía boyante con un mercado inmobiliario asequible. Con el cierre de la pandemia el estado de Nevada alcanzó el desempleo más alto del país, un 30 por ciento en abril de 2020. Al reabrir se convirtió en destino de quienes en Florida o California huían de una economía imposible, con los precios más altos de la vivienda en todo el país, disparando el mercado. «Y encima, como tienen dinero de haber vendido la suya, pueden pagar en efectivo, mientras los demás se enfrentan a unos tipos hipotecarios altísimos», explica Lind.
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Los expertos creen que las propuestas para no gravar las propinas pueden costar al estado 250.000 millones de dólares y dejarían fuera de la exención al 5 por ciento de los trabajadores más humildes. La propuesta trumpista acabará siendo otra ilusión óptica si no viene acompañada de una subida nacional del salario mínimo y la eliminación del sub mínimo, como promete Kamala Harris. «Muchos temen que los clientes nos dejen menos propina si saben que no pagamos impuestos», confiesa Lind.
Por eso esta semana aprovechan la hora del almuerzo para ponerse al servicio del sindicato, que les ha conseguido un salario justo, y para ir casa por casa bajo la eterna luz del desierto asegurándose de que demócratas e independientes votarán por Kamala Harris. «Si no te involucras con el Gobierno, el Gobierno se involucrará contigo», amedrenta la variante del discurso de Kennedy con la que el Partido Republicano esperar superar el absentismo.
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Las elecciones de este 5 de noviembre retratarán también la verdadera fuerza de los sindicatos en los que Trump ha abierto una grieta que puede acabar en cisma, porque este 5 de noviembre lo que pase en Las Vegas no se quedará en Vegas.
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