M. Pérez | I. Juez
Miércoles, 6 de noviembre 2024
Durante su discurso de la victoria, Donald Trump no se ha olvidado su esposa Melania, a la que se han referido como «la primera dama». A ella, nacida como Melanija Knavs en la ciudad industrial de Sevnica el 26 de abril de 1970, bajo el ... régimen comunista de la antigua Yugoslavia del mariscal Tito, se la ha visto sonriente y aparentemente feliz. Vuelve a llevar ese título con el que no se la vio muy cómoda durante la primera presidencia de su multimillonario esposo.
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Ella, sin embargo, ya no es la misma. En estos últimos cuatro años se ha endurecido y hasta ha escrito un libro de memorias, cuyas buenas ventas ha resaltado su esposo tras vencer en los comiciones de este martes. De la esposa de Trump se ha hablado mucho como de una outsider de lujo en la Casa Blanca. De alguien que no supo, o no quiso, interpretar los códigos de una primera dama. Legendaria es su independencia, la preferencia por la soledad y la búsqueda absoluta de intimidad en los actos cotidianos. Posiblemente nunca se dejará fotografiar a la salida de una clase de jogging como Jill Biden, o paseando al perro, como Joe aún mandatario. A la Torre Trump de Nueva York entra por una puerta lateral directa a un ascensor privado con rumbo a su apartamento.
«Su gente de confianza es su familia. Y ella, sobre todo, ha estado involucrada en la educación de su hijo, que lo es todo», afirman los cronistas de la Gran Manzana.Lo de la dureza se explica bien. Ha aguantado todo tipo de rumores maliciosos sobre la vida en pareja, ahora le toca soportar el atolladero judicial de Donald Trump, affaires sexuales incluidos, y está la ausencia de su madre, fallecida a los 78 años. Amalika Knavs era una parte fundamental de su universo. La otra, la más grande, es Barron. Su hijo, de 18 años, empezará pronto una nueva vida académica, menos dependiente del ámbito doméstico. Melania, dedicada hasta ahora a él y su educación –para ella, uno de los valores más sagrados–, dispondrá de un tiempo que podría invertir en demostrar si es capaz de ser la perfecta regente de la Casa Blanca.
A diferencia de Michelle Obama, Nancy Reagan o Barbara y Laura Bush, Melania fue una primera dama capaz de mantenerse reservada incluso en los actos oficiales. La llegaron a apodar 'la esfinge'. Hay periodistas de aquella época que lo achacan a la inexperiencia política, ya que la pareja saltó de los emporios financieros a la política, sin una carrera previa en todas las actividades, recepciones y galas necesarias para medrar en la carrera. Pero puede haber otro motivo para el distanciamiento. A los Trump se les ha atribuido un proverbial desinterés por lo mundano y por aquellos que no poseen el poder, la gloria y la riqueza.
Luego está Hillary Clinton. A diferencia suya, también, Melania ha sabido echar la cortina a los deslices de su marido. En enero de 2018 salieron a la luz los pagos del magnate a la actriz porno Stormy Daniels. Se supone que la entonces todavía primera dama se sulfuró y se marchó a la mansión de Mar-a-Lago dejando más solo que nunca a Donald en la Casa Blanca. Luego volvió, le acompañó a su discurso sobre el Estado de la Unión y retornó a Florida. Lo único que dijo de los líos legales de su consorte es que son «problema de él».
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Con los Clinton, los estadounidenses, todos, acudieron a una terapia de grupo. A veces aquello fue más un culebrón venezolano que 'House of Cards'. Pero con los Trump todo es hermético. Cómo se lleva el matrimonio, sometido a la presión de unos 'affaires' sexuales contados en público con todo detalle y que retratan al magnate con unos instintos no precisamente recomendables, es un «misterio irresoluble», contaba este viernes el escritor Franco Bruni en un artículo en 'The New York Times'. Ha trascendido que duermen aparentemente separados y pasan también largas temporadas en residencias diferentes. «Su vida con su familia (sus sentimientos hacia su familia) es algo que no podemos ver. Y ese punto ciego es una parte importante de lo que puede hacerlo parecer tan inhumano», indaga el autor sobre el candidato.
Su postura sobre el aborto
Pero quizás ese secretismo, que nadie pueda decir ni predecir nada, es lo que ejerce de salvavidas para un tipo que, incluso sentado en el banquillo acusado de 34 cargos, se ha convertido en presidente de EE UU. Mucha gente ha compadecido a Melania por tener un marido tan aparentemente despreciativo, pero Kellyanne Conway, exasesora del líder republicano, aseguró en 2022 que Trump solo teme a una mujer. A la suya. Y es que ella, lejos de ser 'la gran mujer' discretita tras el supuesto gran hombre, ha sido capaz de discrepar acerca de las políticas sobre el aborto que enarbolan los republicanos. «Resulta imperativo garantizar que las mujeres tengan autonomía para decidir su preferencia acerca de tener hijos, basándose en sus propias convicciones, libres de cualquier intervención o presión por parte del Gobierno».
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La sombra del divorcio o de una pésima relación de pareja siempre la han perseguido. Con el caso Daniels o la condena a pagar una indeminización a la escritora E. Jean Carroll, quien acusó al millonario de haberla violado en los 90, hubo predicciones de separación. Lejos de ello, Melania ha mantenido que las acusaciones están destinadas a interferir en la campaña electoral de su esposo y son un ataque contra ella y su familia, lo cual la convierte en una rival formidable para quien se cruce en su camino. «Es muy consciente de su personalidad y su celebridad. Esta es una modelo que aprendió a conseguir portadas de revistas y por eso quiere tener el control», dice Mary Jordan, autora de un libro sobre la ella.
Con todo, ella ha estado alejada del foco mediático desde que la familia abandonase la Casa Blanca. Se la vio en una recepción al presidente Viktor Orbán, el presidente húngaro, de visita en su casa de Florida, durante el funeral de Rosalynn Carter, la esposa del expresidente Jimmy Carter; y en las exequias por su madre, Amalia Knavs, fallecida en enero y a la que Trump se han referido con insistencia durante su discurso de la victoria este miércoles. Ese ostracismo cambió el pasado mes de abril. Primero reapareció en una fiesta para recaudar fondos para los republicanos y poco después en un acto con similar objetivo, organizado por los Log Cabin Republicans, un grupo de conservadores LGBT que la aprecian casi tanto o más que a su esposo.
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Dicen que es inteligente y buena conversadora. Antes de llegar de dejar Eslovaquia, su familia vivía en Sevnica, en un modesto edificio de apartamentos pegado a la escuela de Primaria donde todavía hoy la recuerdan como una buena estudiante que desde muy pequeña soñaba con dedicarse al mundo de la moda. Su padre, Viktor Knavs, era vendedor de coches, además de miembro del Partido Comunista esloveno, y su madre, Amalia, trabajaba en una fábrica textil.
A los 16 años, se mudó a Liubliana, la capital eslovena, para iniciar sus estudios de Secundaria hasta que un día el fotógrafo Stane Jerko la descubrió. Nacía su carrera como modelo, que trató de compatibilizar con sus estudios. Misión imposible. Finalmente, sólo estudió un año de la carrera de Arquitectura. Su escultural cuerpo de 1,80 metros de altura y sus hermosos ojos azules la convirtieron en una de las top-model más cotizadas de la época, asidua de las pasarelas de París o Milán, por lo que en 1996 decidió abandonar su país natal para irse a vivir a Nueva York, con un visado de trabajo, en busca de su particular sueño americano, apareciendo en portadas de revistas de moda tan prestigiosas como 'Vanity Fair', 'Vogue' y 'Elle'.
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Prendado de su belleza
En 1998, Trump la conoció en una fiesta en Manhattan y quedó prendado de su belleza, por lo que desde ese momento el multimillonario, recién separado, decidió que debía convertirse en su tercera esposa pese a tener 24 años menos que él. Y todo ello pese a que fue rechazado tras pedirle el teléfono ya que, según contó la exmodelo en una entrevista, el empresario estaba con otra mujer en esos momentos. Dio igual. Trump siempre consigue todo lo que quiere y comenzaron a salir.
No se sabe si Melania no veía mucho futuro en la relación porque, en el año 2000, se atrevía a posar desnuda para la revista 'GQ' del Reino Unido. Curiosamente, la sesión de fotos se hizo en el jet privado del millonario estadounidense, una polémica decisión que, por lo que se ve, no impidió que el magnate pidiese en 2004 su mano a sus padres en el restaurante del hotel Gran Toplice Bled, un establecimiento de lujo situado en los Alpes Julianos, al noroeste de Eslovenia.
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Se terminaron casando el 22 de enero de 2005 en una gran boda celebrada en Florida a la que acudió, quién lo iba a decir, la mismísima Hillary Clinton, acompañada de su marido. La novia lució un vestido de Dior valorado en 200.000 dólares. Un año después, nacía su hijo en común, Barron Trump que ahora tiene 18 años. Esta miércoles, ambos aparecían sonrientes en el escenario desde el que Doland Trump se dirigía a sus seguidores tras imponerse con claridad en las elecciones de EE UU.
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