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En sus memorias, el demócrata Barack Obama (presidente de Estados Unidos entre 2009 y 2017) advierte: «Aquellos que critiquen en voz demasiado alta las políticas de Israel se arriesgan a ser etiquetados como antisemitas y a medirse en las siguientes elecciones contra un adversario bien ... financiado». Ningún candidato a gobernar el país se arriesga a ir contra el 'lobby' judío, el grupo de presión que financia con sus donaciones tanto a demócratas como a republicanos a cambio de su apoyo inquebrantable a Tel Aviv. Y quien se opone lo paga:a finales de junio, Jamaal Bowman, que era el favorito, perdió las primarias demócratas en Nueva York. Había mostrado su simpatía por la causa palestina. Le batió su compañero George Latimer, firme defensor de la ofensiva militar hebrea en Gaza. Tuvo dinero de sobra para su campaña.
En la alianza con Israel coinciden tanto el Partido Republicano de Donald Trump como el Demócrata de Kamala Harris. Sobre estas dos grandes formaciones planea el 'lobby' judío, un conglomerado de asociaciones compuestas por personajes adinerados que influyen decisivamente en la política americana desde hace décadas con sus aportaciones económicas tanto a demócratas, que han sido habitualmente su primera opción, como a republicanos. Las campañas electorales son tan caras que dependen de esa vía de financiación y los candidatos saben que los grandes donantes apoyan a Israel. Pero la cifra de muertos civiles en Gaza a manos del Ejército de Tel Aviv, que ya supera los 42.000, ha supuesto un aumento de la impopularidad del Estado hebreo entre los votantes norteamericanos, incluso los de origen judío.
Y en unos comicios tan ajustados como los del 5 de noviembre entre Trump y Harris, cada voto es de oro. La comunidad judía se ha decantado siempre por el bando más progresista. Desde que hay patrones sobre el perfil de los electores (1952), entre el 70 y el 75 por ciento de estos votantes optaron por los demócratas. El techo lo tiene Bill Clinton en 1992 con el 80 por ciento, dos puntos más que Barack Obama en 2008. En la última cita electoral, Joe Biden, con Harris en su candidatura, obtuvo el 72 por ciento.
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La comunidad judía supone apenas el 2,6 por ciento de la población del país, pero tiene un gran peso político: acapara el 6 por ciento de la Cámara de Representantes y cuenta con nueve de los cien senadores. Además, cuenta con muchos altos cargos en la Administración de Joe Bien. Un ejemplo: Antony Blinken, secretario de Estado y habitual enviado a la negociaciones en Oriente Medio, es judío. Aun así, el 'lobby' ha financiado a muchos candidatos republicanos. Se puede decir que es bipartidista. Todo por Israel. De hecho, algunos voces críticas denuncian que trabaje para otro país.
72% de los judíos
votaron a Joe Biden en las pasadas elecciones.
Esas opiniones contrarias apenas tienen eco ante el manantial de fondos que salen de organizaciones como AIPAC, el Comité de Asuntos Públicos de Estados Unidos, el principal integrante del 'lobby'. Aglutina instituciones educativas de prestigio e institutos de formación ideológica. Tiene 2,5 millones de afiliados y, claro, reparte sus millonarias donaciones entre los dos grandes partidos con un objetivo común: el fortalecimiento tanto de Estados Unidos como de Israel. Su presión ha sido clave en el respaldo armamentístico que sigue recibiendo el ejército hebreo. «Prácticamente, cada político de Washington (incluido yo) contaba con miembros de AIPAC entre sus seguidores y donantes más importantes», escribió Obama.
Ahora, Gaza planea sobre esta cita electoral. Israel se ha convertido en un Estado ultraconservador abastecido por la industria norteamericana. Durante la ofensiva sobre la Franja, Tel Aviv ha vistó cómo surgían reticencias demócratas y aumentaba el apoyo de los republicanos. Trump se ha subido a esa ola y ha dicho que «judíos estadounidenses que votan a los demócratas son ignorantes y desleales a su pueblo». El partido de Biden y Harris, por su parte, ha comprobado en las encuestas que entre los más jóvenes, incluidos los de origen judío, crece el rechazo a la política oficial de Israel. Las protestas en favor de Palestina registradas en las principales universidades son la prueba. Dos tercios de la población de EE UU afirma respaldar «totalmente» un alto el fuego en Gaza. Eso preocupa al 'lobby'.
Las asociaciones proisraelíes financian tanto a demócratas como a republicanos.
El voto hebreo se escora hacia la izquierda, especialmente entre los jóvenes
A medida que los israelíes se hacen más conservadores, los judíos estadounidenses se escoran hacia la izquierda. Hay entidades del 'lobby', como J Strett, creada en 2007 por dirigentes próximos a la Administración del demócrata Clinton, que son firmes defensores y financiadores de Kamala Harris. Los republicanos, ahora, tienen un sustento fundamental en el grupo de presión proisraelí que forman los cristianos fundamentalistas: el CUFI, dirigido por el pastor John Hagee. Esta entidad, con 3,8 millones de seguidores y una gran capacidad de influencia también entre los demócratas, considera que EE UUes el pueblo elegido por Dios y que debe defender al Estado hebreo porque allí se producirá 'la segunda venida del Señor'.
El 'lobby' judío brotó con fuerza en 1967, durante la Guerra de los Seis Días que enfrentó a Israel con una coalición árabe. Tel Aviv se convirtió en una potencia regional dominante con el sostén de Estados Unidos. Sellaron su alianza, vital para contener la influencia de la antigua Unión Soviética en la zona. Entonces, en plena Guerra Fría, la lucha era contra el comunismo; hoy se dan la mano contra el fundamentalismo islámico.
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