Los líderes de opinión demócratas y republicanos que siguen los estadounidenses en la batalla de Donald Trump y Kamala Harris por la Casa Blanca. Una serie que contrapone a 'celebrities' y personalidades influyentes de ambos candidatos.
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Resulta muy difícil encontrar declaraciones políticas de las mujeres ... que donan más dinero a la campaña demócrata. Todas ellas prefieren callar e influir con el ejemplo, que en su caso consiste en abrir el bolsillo: hablamos de multimillonarias como Gwendolyn Sontheim Meyer (heredera de la gigantesca corporación alimentaria Cargill), Pat Stryker (de la multinacional de tecnología médica Stryker Corporation) o la magnate inmobiliaria Amy Goldman Fowler, que a lo largo de los años ha aportado más de 27 millones de dólares al partido azul pero, apasionada de la horticultura, prefiere opinar sobre la rotación de cultivos o sobre variedades esotéricas de tomate. En esa lista ocupa un lugar muy especial Laurene Powell Jobs, que difícilmente se librará nunca de la coletilla de 'viuda de Steve Jobs'. Pero no, tampoco es que ella destaque por su elocuencia pública, ya que se muestra igual de huidiza que las demás: su singularidad es que la relación con Kamala Harris no es cosa de los últimos meses, sino que data de hace más de dos décadas. Son amigas del alma, confidentes y cómplices.
LPJ, como la llaman para abreviar, y Harris solo se llevan un año y coincidieron en la California de principios de siglo, cuando la primera era ya la esposa del visionario fundador de Apple y la segunda, una graduada en Derecho que trabajaba en la fiscalía de San Francisco. Entre ellas surgió un poderoso vínculo, basado en «la filosofía política compartida, el interés por el arte y la cultura y sus dificultades como mujeres bajo el foco público», según 'The New York Times'. En 2003, cuando Kamala Harris se presentó a fiscal de distrito, Laurene ya aportó 500 dólares a su campaña. Y su relación nunca ha flaqueado: según el diario neoyorquino, Powell Jobs fue una de las sesenta invitadas a la boda de Harris, y suelen quedar para comer o incluso marcharse de viaje juntas. Cuando Harris juró como senadora, ahí estaba Laurene, en la foto de familia. Y quizá atisbó su futuro antes incluso que ella: en 2017, LPJ se prestó a una entrevista pública en una conferencia tecnológica. La moderadora le preguntó si se imaginaba presentándose a presidenta y, entonces, Laurene señaló a su amiga Kamala: «Una de nosotras debería hacerlo. Yo voto por ella».
Desde que se quedó viuda, Laurene –con una fortuna estimada en 11.500 millones de dólares– se dedica a la filantropía progresista. Preside el Emerson Collective, una organización que trabaja en campos como la educación o la inmigración, y por supuesto financia a los demócratas, aunque lo hace de maneras que complican la tarea de cuantificar su contribución. Además, ejerce de eficaz movilizadora: ha impulsado a otras mujeres del mundo tecnológico a apoyar a Harris y, cuando la debilidad de Biden quedó patente en el debate de junio, fue una de las megadonantes que pusieron en marcha la campaña para lograr el relevo en la candidatura. Parece que en privado Laurene Powell Jobs sí es tremendamente elocuente en cuestiones políticas, y aquel día, durante unas horas, su teléfono –su iPhone, podemos suponer– echaba humo.
El perfil de Miriam Adelson es uno de esos que conviene iniciar con una cifra: 34.400 millones. Esa es la estimación de su fortuna, según las últimas cuentas de 'Forbes'. La viuda del magnate de los casinos Sheldon Adelson –al que aquí solemos recordar en compañía de Esperanza Aguirre, cuando impulsaban aquel proyecto fallido llamado Eurovegas– es la mujer más rica de Israel, la quinta mujer más rica de Estados Unidos, la décima mujer más rica del mundo, y suele destinar parte de ese exuberante dineral a financiar dos causas que, en su visión del universo, vienen a ser una sola: Israel y el partido republicano o, dicho de otro modo, el sionismo y Donald Trump. La señora Adelson, que posee la doble nacionalidad, sostiene que los judíos estadounidenses tienen el «deber sagrado» de votar a Trump, y esa ni siquiera es su afirmación más pasada de rosca sobre el tema: ha llegado a decir que la Biblia debería incluir un 'Libro de Trump'.
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Miriam Adelson nació hace 79 años en Israel, hija de padres que habían huido de Polonia justo antes del Holocausto, y es médica especializada en adicciones. En 1991 se casó con Sheldon, un tipo con tantos millones que a veces se hacía llamar Sheldon Adelson III, no por su padre y su abuelo, sino porque ocupaba el tercer puesto en la lista de mayores fortunas del mundo. Juntos se convirtieron en megadonantes: fueron los que más dinero dieron a Trump durante su mandato. Y, viuda desde 2021, Miriam no ha perdido la costumbre: solo en esta campaña ya ha aportado 95 millones para contribuir al éxito del candidato republicano.
Es algo así como una alianza político-económica entre magnates que Trump, desde luego, cultivó mientras estuvo en el poder, con el reconocimiento de la soberanía israelí sobre los Altos del Golán y el traslado de la embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén, que los palestinos experimentaron como un insulto y los Adelson agradecieron adquiriendo por 67 millones la abandonada residencia del embajador. Trump concedió a la doctora Adelson la Medalla Presidencial de la Libertad, el mayor honor civil de EE UU, y la acompañó de una de sus frases más memorablemente torpes: dijo que era «mejor» que la medalla militar, porque esa otra la recibían «soldados que están en muy mal estado o muertos». En una cena, Miri –así la llaman los amigos– regaló a Trump una corbata de su difunto esposo. En su siguiente encuentro, él la llevaba puesta.
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El brutal ataque de Hamás del 7 de octubre del año pasado ha reafirmado a la doctora Adelson en su enfoque de la política estadounidense, frente a una comunidad judía tradicionalmente demócrata. En un artículo de opinión, se ha referido a las manifestaciones en apoyo de Palestina como «esas espantosas concentraciones de musulmanes radicales y activistas de Black Lives Matter, ultraprogresistas y agitadores de carrera» y ha añadido una conclusión: «Son nuestros enemigos y, como tales, deberían estar muertos para nosotros. Debemos renegar de ellos y avergonzarlos, negarles el empleo y la función pública, dejar de financiar sus universidades y partidos».
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