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La influencia de la empresa en la política de Estados Unidos no es nada nuevo, nunca había sido tan decisiva. Elon Musk, el hombre más rico del mundo, polémico dueño de Tesla, Space X y el antiguo Twitter, entre otros muchos negocios punteros, se ha ... convertido en el más destacado de los donantes de Donald Trump. Ha ido mucho más allá de firmar un gran cheque (por 75 millones de dólares). Hace campaña junto al candidato y permite que su red social, convertida en un basurero sin reglas, sea el altavoz de mentiras y conspiraciones de la extrema derecha, como si eso fuera el precio de la defensa de la libertad de expresión. A cambio, Trump ha prometido que le nombrará miembro de su Gobierno y le encargará nada menos que la reforma de la Administración federal. Se supone que también mantendrá los contratos que sus empresas tienen con el Ejecutivo.
En todos los proyectos en los que ha estado, Musk ha sido un socio difícil o un dueño caprichoso y cruel. Ha pasado de votar a Hillary Clinton y Joe Biden a ser partidario de Ron DeSantis y Trump, despechado porque los demócratas querían que respetase las reglas del juego. Los grandes empresarios del mundo digital tienen ya más poder que muchos Estados. En su caso, Musk ha ejercido esta influencia de modo irresponsable.
Cuando empezó la guerra de Ucrania, Musk decidió apoyar al ejército de Kiev con sus satélites, que mantenían la conexión a internet y resistían los ataques cibernéticos rusos. A los pocos meses, pensó que no era buen negocio, porque otras empresas occidentales estaban cobrando por ayudar. Sobre todo, le preocupaba el futuro de sus fábricas de coches eléctricos en China, a la vista del respaldo de Xi Jinping a su amigo Vladímir Putin.
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Sin encomendarse a nadie, Musk ideó un plan de paz, lo puso en Twitter para recibir sugerencias y llamó al dictador ruso para contárselo. A este le pareció bastante bien, porque se acercaba a sus tesis imperialistas y además puenteaba al Gobierno de Washington. Enseguida el Departamento de Estado imploró a Musk que no negociase con Putin y le ofreció una cantidad de dinero (nunca revelada) por seguir prestando servicios digitales en Ucrania.
Desde entonces el magnate ha seguido en contacto con Putin y ha dejado que su red social difundiese una larga entrevista del presidente ruso con Tucker Carlson, un ejercicio de propaganda soviética más que un ejemplo de buen periodismo. Si Trump llega a la Casa Blanca, esperemos que el puesto que ofrezca a Musk no sea el de ministro de Defensa.
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