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Hace unos días, la autora canadiense Margaret Atwood compartió en sus redes sociales una viñeta del Pulitzer Mike Luckovich en la que varias mujeres vestidas como en su célebre novela 'El cuento de la criada' –sayos rojos, tocas blancas– entraban en una cabina de votación ... y salían transformadas en profesionales poderosas y liberadas. El voto femenino –a Kamala Harris, obviamente– obraba en la tira cómica como dique salvador frente a la sombría distopía trumpista. Pero, a la hora de la verdad, no ha sido así.
Aunque, como ha sucedido en todas las presidenciales estadounidenses desde 1996, las mujeres han preferido, de largo, al candidato demócrata sobre el republicano, Harris no ha logrado, ni de lejos, la anunciada movilización femenina, y feminista, para detener la 'segunda venida' de Trump. La mayoría de las estadounidenses han votado por ella, aunque de manera claramente insuficiente para impulsarla al Despacho Oval. Tampoco uno de los temas centrales de la campaña, el cuestionamiento del derecho al aborto, en el alambre tras la anulación de la sentencia Roe contra Wade, ha tenido el efecto tractor que anticipaban las encuestas. Es más, cuatro de los Estados que han votado por consagrar la protección del acceso al aborto –Arizona, Missouri, Nevada y Montana– han encumbrado a su vez al presidente electo Trump.
Cuando aún resuenan los acordes de Beyoncé en el mitin de Houston (Texas) y sus proclamas a favor del derecho a la interrupción del embarazo, o el empoderador mensaje de la estrella del pop Charlie XCX, un dato demoledor explica el por qué del fracaso de la esperada ola de apoyo femenino a la que podría haber sido la primera mujer presidenta de los Estados Unidos: la aspirante demócrata ha obtenido entre las féminas menos apoyo que su predecesor, Joe Biden, en 2020.
Se estima que el 54% de los votantes de Harris son mujeres (justo al contrario que en el caso de Trump), pero, hace cuatro años, el porcentaje de féminas que votó demócrata fue mayor, superior al 57%. De modo gráfico, Kamala Harris habría obtenido un diferencial de apoyo femenino a su favor de diez puntos, cuando el de Biden hace cuatro años fue de quince. Es decir, Trump ha recortado cinco puntos a su rival sólo en esa franja de población, un electorado tradicionalmente demócrata. Y, al mismo tiempo, ha logrado mejorar resultados –dos puntos de subida– en su caladero tradicional, el de los hombres.
Hay otro dato elocuente: aunque las mujeres representan más de la mitad del total del censo, Harris no ha logrado ganar ni siquera en voto popular, algo que sí consiguió Hillary Clinton. Es decir, la movilización de las mujeres en conrta de Trump ha sido insuficiente porque el magnate, con una campaña ambigua, condescendiente y lisonjera – «conmigo se sentirán tan seguras, que no tendrán tiempo de pensar en abortar»–, ha logrado espolear también a parte de ese electorado. De hecho, la postura del candidato republicano sobre el aborto ha sido cambiante y hasta su esposa Melania se ha proclamado en sus memorias defensora de los derechos reproductivos, un éxito de marketing a la vista de los resultados.
El voto masculino, en parte impulsado por el rechazo visceral a franquear el paso a la Casa Blanca a una mujer, máxime si es negra y con sangre india, ha hecho el resto. Las redes sociales, con toneladas de inquina misógina, redondearon el trabajo que había empezado el futuro vicepresidente, JDVance, que caricaturizó a las demócratas como «señoras sin hijos y amantes de los gatos con vidas tristes que toman decisiones tristes». Ni la marea que arrastra la todopoderosa Taylor Swift ni el respaldo entusiasta a Harris de celebridades como Oprah Winfrey o Julia Roberts han sido suficientes para engordar una ola que fió todas sus posibilidades al miedo a Trump. El voto oculto, atribuido a mujeres temerosas de posicionarse ante sus esposos trumpistas, era un espejismo.
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