Parece que el capital celebra la victoria de Donald Trump. Los mercados de futuros se dispararon en cuanto el magnate se perfiló como nuevo presidente de Estados Unidos, el dólar dio un salto y el bitcóin -al que el presidente electo de Estados Unidos ha ... dado su apoyo- marcó un máximo histórico. Al otro lado del Océano Pacífico, sin embargo, el regreso de Trump a la Casa Blanca provocó el efecto opuesto: el yuan chino se desplomó súbitamente.
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Aunque la moneda de la superpotencia asiática terminó recuperando algo del valor perdido, es evidente que en Pekín van a tener que desempolvar los chalecos antibalas: Trump ha prometido gravar todos los productos importados de China con un arancel del 60%. Si cumple su amenaza, y pocos dudan de que vaya a hacerlo, la guerra comercial que inició durante su primer mandato puede recrudecerse hasta niveles nunca antes vistos. Teniendo en cuenta que las dos superpotencias representan un 40% del PIB global, las repercusiones serán globales.
El gigante asiático exportó el año pasado productos por valor de 427.000 millones de dólares a Estados Unidos, su principal cliente. Son 279.000 millones más de lo que gastó en productos estadounidenses. Trump señala que este déficit es injusto, que daña al tejido industrial americano y que solo los aranceles equilibran la balanza: restan atractivo a los productos chinos porque incrementan su precio, promueven que las empresas locales no se deslocalicen, e incrementan los ingresos del Estado.
Lo que no dice Trump es que, como apunta la mayoría de economistas, impulsan la inflación porque el encarecimiento recae sobre los consumidores. Además, Ni Feng, director del Instituto de Estudios Americanos de la Academia de Ciencias Sociales de China, argumenta que «desde que en 2017 Trump aprobó los primeros gravámenes, el comercio bilateral no ha descendido sino que ha aumentado, muestra de la gran interdependencia existente».
A pesar de todo, la primera reacción del Partido Comunista fue ayer muy comedida. La portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores, Mao Ning, se limitó a expresar que continuará gestionando la relación con Estados Unidos sobre «los principios del respeto mutuo, la coexistencia pacífica y una cooperación beneficiosa para ambas partes». Preguntado por la posibilidad de que Trump imponga aranceles, se limitó a responder que «las elecciones son un asunto interno de Estados Unidos» y que respeta «la elección del pueblo americano».
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En el diario oficial China Daily, uno de los analistas de cabecera de los dirigentes chinos, Robert Lawrence Kuhn, se expresaba de forma más contundente, avanzando que «el impacto de las elecciones en la relación bilateral de Estados Unidos y China será grande». No obstante, subrayaba una idea que se ha repetido a menudo por Asia: «Aunque demócratas y republicanos se pelean por casi todos los asuntos, reflejo de visiones del mundo antagónicas, están unidos en lo referente a China y compiten por mostrarse más duros frente al país».
Que Joe Biden no haya dado marcha atrás a los primeros aranceles impuestos por Trump, y que incluso haya dificultado aún más el acceso de China a tecnología occidental, sustenta esta tesis. «Tanto Trump como Harris tratan de evitar el auge de China por todos los medios. La única diferencia es que, mientras el primero lo reconoce abiertamente, Harris es más diplomática», concuerda el académico de la Universidad de Tasmania James Chin, que da por hecho una escalada en la guerra comercial. «El liderazgo chino entiende que los políticos estadounidenses consideran el ascenso de China como la principal amenaza para su hegemonía global», sentencia.
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Pero el Partido Comunista no se va a quedar de brazos cruzados. Entre las armas a su disposición está responder con aranceles a las importaciones estadounidenses, que tendrán un efecto limitado por su menor volumen, restringir el acceso de sus empresas al mercado local, y limitar las ventas de materias primas cruciales para las nuevas tecnologías, como las tierras raras o el litio.
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