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Todo opositor que se somete al escrutinio severo del tribunal en segundo lugar dispone de alguna ventaja. Cuenta con información básica de cómo le ha ido a quien recitó la lección en primer lugar y, en consecuencia, sabe cómo impostar la voz para sonar más ... convincente, qué parte del temario merece de sus examinadores mayor interés y qué tipo de fallos no debería cometer. Quien, como ayer Pedro Sánchez, pisa el terreno de la verdad precedido por su rival (Pablo Casado, este mismo lunes) y dispone además de un jugoso arsenal de argumentos (su reciente triunfo en las urnas, por ejemplo), sabe que si un improbable asistente a su mitin hubiera acudido también al de Casado muy bien se podría entretener jugando al juego de las diferencias. Y Sánchez también sabe que saldría ganando.
Ganaría, sobre todo, porque a su favor juega un factor decisivo: su audiencia. Frente al aforo de entusiasmo contenido que recibió enRiojaforum al líder delPP, lógico tal vez en un partido al que acaba de conducir a una derrota de proporciones históricas, en el frontón del Revellín ocurrió lo contrario: la euforia se había desatado. Lo cual era tan evidente por la apabullante cantidad de congregados como por el elemento cualitativo: estaban todos. Todos los socialistas. Los de ayer, los de hoy y los que esperan algo del porvenir. Los disidentes y el 'apparátchik'; los críticos y los talibanes, la nueva ola y los históricos. Estaban incluso viejos compañeros de viaje que olisquean el triunfo y se aproximan de nuevo a las siglas de Martínez Zaporta. Sánchez, con su moción de censura de hace un año, ha obrado el milagro. Y con su éxito en las generales de abril (La Rioja incluida) ha terminado de convencer a los suyos de que otro prodigio puede materializarse. Natural que los febriles seguidores que escoltaban su paso hacia el aparcamiento donde aguardaba el coche oficial le ungieran con sus bendiciones. Había quien se secaba las lágrimas. El polen, tal vez. Las pelusas de los chopos.
Ese camino que el PSOE pretende que lleve a Concha Andreu al Palacete y a Pablo Hermoso de Mendoza al sillón de Cuca Gamarra lo alfombró Sánchez ayer con alguna perla. Que permitió seguir jugando a eso de las diferencias: como Casado, es un sólido orador. Pero al titular del banco azul le distingue su tono, más mitinero. Y le distingue sobre todo un intangible: el aura. La voz presidencial. Suena creíble porque viene de lograr un imposible y su auditorio, con esa fe indesmayable que caracteriza al militante de todo partido en los días de gloria, cree que vuelve a ser posible lo imposible. Vencer también en las regionales y las locales de La Rioja. Aprovechando no sólo la ola buena. Beneficiándose también de otra comparación dolorosa para el PP. El envidiable estado de ánimo socialista frente al lánguido aspecto que tanto ensombrece las siglas de sus rivales. Que es donde reside en realidad la auténtica diferencia: cuando el tribunal se retira a deliberar, tiene ante sí dos expedientes que compiten por el aprobado pero uno lo firma quien se limita a prometer (otra vez) que va a ganar (aunque su grupo en el Congreso no llega a los 70 escaños) y el que sí ha ganado. Un Felipe González redivivo en el reino del 'selfie'.
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