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¿Ya se ha pasado? La interpelación tiene su aquél. Su autor, José Ignacio Ceniceros. Consumía su segundo turno en el cuarto y último bloque del debate que caminaba hacia su final ya con casi todas las cartas bocas arriba y sin margen para la ... reacción. Lo hecho, hecho estaba. Le había anunciado Carlos Santamaría, solvente moderador del evento, al defensor del título que le restaban un par de minutos como sueño de la palabra. Ciento veinte segundos líquidos que, aseguró después el candidato popular, se le hicieron mínimos, un tic tac efímero. Lo cierto es que se empezaba a sentir cómodo Ceniceros, demasiado lastrado hasta entonces por el peso de la púrpura presidencial, demasiado enconsertado en el papel de valedor no ya de los últimos cuatro años sino de más de cinco lustros, embutido en exceso en el traje de la institucionalidad. Amagaba con cepillarse el almidón que le incomodaba pero, ¡zas!, el tiempo se le había escapado como el agua entre los dedos. ¿Pero ya se ha pasado?
Una duda al aire, o al moderador, la del aún presidente que podría entenderse como sobrevenida metáfora, como epítome de un ciclo que empezó en julio del 2015, o en abril de aquel mismo año, que se le ha hecho poco, que se le ha esfumado entre ponte bien y estate quieto, entre que ordenaba su corralito y trataba de domeñar a una oposición que, como ocurrió en el debate de anoche -otra metáfora-, lo ha tenido todo este tiempo como un protagonista circunstancial y pasajero, como si él no fuera él sino sus circunstancias y sólo sus circunstancias.
En realidad, es difícil encontrarle el brillo a la intervención de Ceniceros en el debate de anoche. Tenía demasiado que perder y era consciente. Tan consciente que salió a la defensiva, a empatar consigo mismo, a no perder demasiado en el intento. Como Simeone en el Allianz de Turín. Como el Barça en el Anfield de Liverpool. Y es ley que quien no busca la victoria encuentra la derrota. Y ya no queda tiempo. Lo hecho, hecho está.
Más allá de la libérrima lectura anterior, el debate cursó con solvencia notable. Si complejos, fue mucho más que un debate de comunidad uniprovincial. Y quienes lo protagonizaron dejaron evidencia de que llegaban con la lección subrayada y los deberes encuadernados. Todos se creen parte del reparto de lo que se cuece el día 26 y apenas hubo descuidos ni en la forma ni en el mensaje. A saber: Julio Revuelta hizo gala de la escuela con la que llegó al PR+ y evidenció haber fagocitado el espíritu regionalista con digestión feliz. Raquel Romero se exhibió como un hallazgo dichoso para un Unidas Podemos cuyo solo recuerdo durante la legislatura produce dermatitis. Pablo Baena trató de repartir a diestro y siniestro -desde el centro, claro- y de trasladar al ámbito regional los teoremas de Rivera, aunque con una incomprensible corbata que nunca luciría su referente catalán. Concha Andreu cabalgó como caballo ganador, a mantener la ventaja y ya, con una tranquilidad impropia de los tiempos electorales que gastamos. Y Ceniceros, pues eso: el candidato popular se hizo presente por lo menos una hora tarde y su sosias, el presidente, no le hizo labor. Cuando se dio cuenta sólo le quedaba un hálito para preguntar: ¿Ya se ha pasado?.
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