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En la ficha de cata del vino Melquior, reserva del 2001, se observan los siguientes atributos: firme estructura, complejidad, un punto salvaje que el tiempo de crianza contribuye a apaciguar, elegancia y finura. Se trata de uno de esos Riojas que Concha Andreu (Calahorra, ... 1967), en su condición de enóloga, ayudó a alumbrar cuando aún no había dado el salto a la política, en la bodega donde entonces prestaba sus servicios. Era otra Andreu, una Andreu con bata blanca que empezaba a conjugar con mano izquierda (perdón por el pleonasmo) el temible verbo: conciliar. Como tantas mujeres de su generación, tenía que lidiar entonces con sus ocupaciones profesionales, atender a su familia y prestar atención al frente que, también por tradición familiar, mantenía abierto en la vertiente política. Socialista de primera hora, ni siquiera ella misma sospechaba que, pasando el tiempo a una velocidad endiablada, pasaría de acunar esos vinos a enarbolar la bandera del socialismo en La Rioja. Claro que si se hubiera detenido a pensarlo, tal vez hubiera reparado en que esas virtudes que distinguen a los Melquior (firmeza, audacia ahormada por el paso del tiempo, un sentido elegante de la vida que combina con cierta fiereza apenas disimulada) también caracterizan sus propios pasos. Los pasos que le acaban de conducir a un encargo a la altura de sus ambiciones, también poco o mal emboscadas: devolver al PSOE de La Rioja el poder perdido hace casi un cuarto de siglo.
Para que semejante proeza sea posible, se necesitó que alguien (José Ignacio Pérez, mentor en la sombra del socialismo riojano incluso cuando no ocupaba despacho en la Delegación) observara en Andreu esas cualidades que se expresan en los vinos nacidos de sus manos. A las que añade un rasgo singular, muy pertinente para la nueva política: la sonrisa. Andreu tiende a sonreír. Puño de hierro en guante de seda, los habituales de los plenos en la Cámara riojana habrán detectado cómo coqueteaba con la dureza desde el atril, administrando sus dardos al Gobierno regional sin perder el aplomo, para a continuación restañar con sentido de la diplomacia las heridas del destinatario de su acíbar. Ocurrió a mitad de la legislatura, con el consejero de Agricultura como víctima propiciatoria. Dedicó una generosa ración de encendidos reproches a Íñigo Nagore a cuenta de su gestión con las nuevas plantaciones de viñedo… sólo unos segundos antes de acariciarle (metafóricamente) el lomo por los pasillos de ese mismo Parlamento. No era nada personal. Sólo política. Y de postre, un guiño a la tribuna de prensa. Sonrisa mediante.
Así es Andreu. Una dirigente cálida en la distancia corta, que tiende a engañar a sus interlocutores. Mucho más astuta de lo que parece, mejor oradora desde el atril cada día que pasaba, incluyendo un flanco mitinero que ha explorado a gusto durante la campaña, sonríe. Sonríe mucho. Siempre sonríe. Y con un punto de picardía cuando le preguntan por sus queridos rivales, así dentro como fuera del partido. Aporta por lo tanto al socialismo de La Rioja un enfoque renovado, tan oxigenante que alcanzó a llamar la atención de Ferraz muy a su estilo: como quien no quiere la cosa.
Como si pasara por allí, Andreu supo ganarse el favor de sus jefes cuando, al igual que la gran mayoría del PSOE riojano, votó por Pedro Sánchez frente a Susana Díaz y recogió como botín un puesto en la ejecutiva federal. Allí se encarga de gestionar el área rural de su partido, sin perder ese aire de doña perfecta que tanto incomoda a sus críticos. De nuevo, como experta máxima en el verbo conciliar: dirigir la portavocía socialista en La Rioja, postularse en los ratos libres como futura presidenta de la región, tutelar sacando tiempo de no se sabe dónde el hogar de donde su marido, alto ejecutivo de una firma de bebidas, se ausenta a menudo… Encontrar tiempo para chatear con esa hija mayor que se ha ido a estudiar fuera de España en plena adolescencia, dirigir los pasos de la pequeña (incluyendo los fines de semana, chándal en ristre, por las calles de Logroño mientras la lleva desde casa a la cancha donde toca jugar ese sábado), aplaudir las hazañas del equipo de balonmano local… Y vivir con un pie en el estribo entre su casa, un adosado en las distinguidas afueras de la capital, la sede de Martínez Zaporta y la de Ferraz desde que se hizo un sitio a la vera de Pedro Sánchez sin perder, ya se ha dicho, la sonrisa.
Y sin apartarse del móvil: su perfil de twitter, echando humo, prueba que Andreu aspiraba al don de la ubicuidad. De momento, seguro que se contenta con haber cantado el bingo del Palacete. Donde deberá exhibir unas cualidades que van más allá de su condición todoterreno, su propensión a la sonrisa y al codazo cómplice con quienes le rodean. Ahora, se trata de gobernar, donde no acredita experiencia alguna. Y se trata de atender el mandato que acompaña a todo mandatario en los días de gloria. Recordar que es mortal. Y que su primer encargo tiene que ser cuidarse de quienes mejor le quieren.
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