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JORGE ALACID
Domingo, 31 de mayo 2015, 22:49
Hace unas semanas, un destacado dirigente del PR+ confesaba en privado el pensamiento que en público también compartía un amplio número de políticos riojanos: «Aunque nos tengamos que ir a casa, al menos que nuestro sacrificio sirva para que esto cambie». En sus palabras podía ... detectarse un enfoque muy español, esa costumbre de aceptar el mal propio... siempre que el mal ajeno resulte más gratificante. En sus palabras se detectaba también la sustancia oculta tras las elecciones del 24M, planteadas en realidad como un plebiscito sobre Pedro Sanz. El sempiterno líder del PP riojano, el incombustible presidente de La Rioja, muy a gusto en esa confrontación de todos contra él, procuró a sus rivales la munición básica para que, en efecto, la cita con las urnas se convirtiera en un examen sobre su gestión y sobre su forma de entender la política. Así que retiró de su lista al Parlamento cualquier opción de relevo, igual que antes desaparecieron de su alrededor potenciales sustitutos, se enrocó alrededor de sus fieles y aceptó el pulso planteado por el resto de adversarios: cualquier mayoría que no fuera absoluta no era su mayoría.
Porque, según la doctrina Sanz, un triunfo como el obtenido el 24M será siempre un triunfo menor para alguien acostumbrado al éxtasis en cada noche electoral. Lo cual choca con la estrategia elegida: a pesar de los avisos que iban recibiendo de afiliados, seguidores y compañeros de viaje en contacto con la realidad ciudadana, en ese camino hacia la victoria por la mínima tanto el líder del PP como su círculo más cercano olvidaron unas cuantas certezas. Por ejemplo, las pistas que ya habían dejado hace un año las elecciones europeas. Entonces, la candidatura encabezada por Arias Cañete apenas llegó en La Rioja al 38,7% de los votos, que concedió al PP un nuevo éxito electoral, en efecto, aunque con un porcentaje tan preocupante que podría haber movido a Sanz a plantear alguna reacción. Alguna alternativa a la evidencia de que su partido empezaba a sufrir una sangría de votos similar a la que acecha a su tradicional contendiente, el PSOE. Así como los socialistas tienen que pelear cada papeleta con las fuerzas ubicadas a su izquierda, el PP permanecía incólume a cualquier batalla por su espacio ideológico, que ocupaba en solitario hasta la emergencia de Ciudadanos. El nuevo partido de centro-derecha, en realidad, vino a aportar la cuota que faltaba para que el mapa político se pareciese más a la auténtica esencia de la sociedad riojana.
De modo que lo extraño del retroceso del PP en La Rioja es que a alguien le extrañe. Porque algunas señales se vislumbraron antes y durante la campaña: altos cargos del Gobierno se apresuraban a reincorporarse a la vida civil, otros hablaban de misteriosas encuestas que penalizaban a sus rivales pero evitaban mencionar qué resultados obtenía su partido, los mítines tenían que rellenarse con afiliados casi llevados de la oreja, incluyendo el acto central con Aznar en un recinto de escaso aforo, y, sobre todo, quienes compartían más tiempo con el presidenciable Sanz alertaban de que el candidato había protagonizado campañas mejores.
Todos estos factores alimentaban la posibilidad de un cambio electoral en La Rioja... a pesar de que sus rivales se obcecaban en pegarse un tiro en el pie. La izquierda extraparlamentaria se enredó en sus conocidos conflictos personalistas, mientras que PSOE y PR+ exhibían el mismo pulso exangüe de toda la legislatura, fiando su suerte los socialistas a una recién llegada (la desconocida Concha Andreu, que ha empeorado los resultados de Martínez Aldama) y los regionalistas, parapetados tras el eterno Legarra, otro líder refractario al cambio: ninguno de estos factores, que en teoría ayudaban al PP a conquistar una nueva mayoría absoluta, bastaban para sofocar el propio desgaste, un deterioro que sin Ciudadanos iba a parar hasta ahora a la abstención pero que ya cuenta con una candidatura dispuesta a recoger el voto descontento.
Decía Churchill que después de unas elecciones, sólo hay un ganador: todos los demás son perdedores. Se nota que el primer ministro británico no conocía La Rioja del 2015. En las autonómicas del 24M todos parecen haber ganado, según dicta la norma, pero la verdad es que las sonrisas más sinceras (por decisivas) son las exhibidas en Ciudadanos. Las demás resultan forzadas; en su primera comparecencia ante la prensa tras la noche electoral, Pedro Sanz acudió el martes a un acto sobre emprendimiento, inasequible al desaliento. En La Fombera reiteró el discurso clásico: dinamismo económico, apuesta por la innovación, impulso al desarrollo... Palabras. Palabras que parecían sin embargo distintas a cuando las pronunciaba días atrás, porque contra ellas sobrevuela hoy la amenaza de ese gobierno inestable que tanto teme, el peligro de dejar de sonar creíble. Sanz hablaba en futuro, como si diera por hecho que será él quien presida ese gabinete todavía utópico; a su lado, le escuchaba atento el fiel Javier Erro, compañero de fatigas en esta aventura desde la primera hora. Desde aquel lejano 1995, cuando una nueva generación se hizo cargo del PP riojano y se habituó a coronar un Everest cada cuatro años.
Veinte años después, estamos a punto de saber si todo ese tiempo transcurrido les ha hecho más viejos o más sabios.
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