La Unión Europea cuenta para este año con un techo de gasto de 168.690 millones de euros (un 1,5% más que en 2019) y unos pagos comprometidos de 153.570 millones (3,4% más). Y en ese océano presupuestario de los aún Veintiocho – ... hasta finales de 2020 no se producirá de manera efectiva la salida del Reino Unido– las ayudas a otros socios de la UE se antojan casi una gota, pero una apreciable, que supera por poco el 1% de esas cuentas.
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Desde las arcas comunitarias se transfieren una media anual de 1.690 millones de euros en apoyos presupuestarios –es el mayor proveedor mundial de este tipo de ayudas– a esos países que, bien aspirarían a formar parte del club comunitario a largo plazo –por ejemplo, Albania, Moldavia, Georgia o incluso Ucrania–, bien quieren mantener una relación especial con la Unión que implique acuerdos comerciales y de otro tipo –Marruecos, Jordania, Vietnam, Túnez, Argelia, Sudáfrica, Indonesia, Bolivia o Colombia, entre otros–. Pero para recibir esos fondos dichos países deben cumplir una serie de objetivos que, básicamente, serían de tres grandes bloques: estrategia de desarrollo sostenible, reformas sectoriales y mejoras en la prestación de servicios y, de otro lado, apoyos a la consolidación del Estado y la «gobernanza democrática».
La responsabilidad potencial de la UE en la liquidación de bancos se considera, por ahora, «remota», esto es, una probabilidad inferior al 20% o el 10% según los casos. Así lo estiman la Comisión Europea (CE) y la llamada Junta Única de Resolución (JUR), el órgano que en junio de 2017 resolvió que Banco Popular no era viable con datos previos del Banco Central Europeo (BCE) y el Banco de España. Ylos auditores de Bruselas no han hallado pruebas que les contradijeran, aunque sí aconsejan «reforzar los procesos» que lleva a cabo la JUR.
La tesis oficial de la CE en estos casos es que «ningún demandante puede haber sufrido pérdidas, dado que la alternativa de la resolución habría sido la insolvencia del banco». Sin embargo, según el último informe del Tribunal de Cuentas Europeo sobre estos asuntos, a finales de 2018 había más de 100 procedimientos judiciales pendientes en los tribunales de la UE contra la JUR y Bruselas en relación a liquidaciones forzosas de entidades financieras, «principalmente» vinculados al caso del Popular en España.
Pero no es ese el único aspecto controvertido. El órgano fiscalizador reconoce que es «difícil hacer predicciones» sobre el resultado de las causas abiertas en los tribunales, sobre todo «por tratarse de una situación compleja y sin precedentes». Asimismo, «persisten deficiencias» a la hora de recabar la información pertinente porque «varias autoridades nacionales de resolución» –esencialmente los propios bancos centrales– reconocieron que «no estaban en condiciones de evaluar si existían pasivos contingentes».
Por otro lado, varios de los bancos de la 'zona euro' también han recurrido contra sus aportaciones al Fondo Único de Resolución (FUR). Según el tribunal referido, hasta mayo de 2019 había 1.766 millones de euros relacionados con aportaciones 'ex ante' del FUR objeto de recurso, administrativo o judicial.
Para evaluar su grado de realización, Bruselas utiliza una serie de indicadores que han sido puestos en entredicho en el último informe del Tribunal de Cuentas Europeo, sobre todo en los pagos en tramos variables (el 44% del total, aunque en algunos países vecinos de la UE alcanzan el 90%), sujetos al desempeño que tengan esos Estados terceros (si tienen mejores o peores resultados). Al menos, un tercio de esos señalizadores se han quedado ya desfasados y «no permiten ya medir objetivamente los resultados», avisan desde el órgano fiscalizador.
Pero su censura va más allá. Afirman que los datos empleados por la UE para conceder las ayudas «no siempre son lo suficientemente fiables como para tomar decisiones fundadas», esto es, los auditores de las arcas comunitarias no ven el rigor necesario para entregar parte de ese dinero. Más aún, precisamente la falta de «pertinencia» de algunas de las metas que se fijan a los países que reciben dichos fondos europeos hace que «resulte difícil evaluar si han avanzado en la aplicación de las reformas según lo acordado».
Y es que tres de cada cuatro compromisos de apoyo presupuestarios (el 74% de todos) suscritos desde Bruselas con sus socios tienen que ver justamente con reformas sectoriales que, en gran parte de los casos, se centran en cuatro áreas principales: educación, agricultura y desarrollo rural, sanidad y energía. Y si las políticas que implementen los países beneficiados –en 2017, último ejercicio fiscalizado, se repartieron 1.800 millones entre 90 Estados– no resultan «pertinentes y creíbles», a la vez que se aplican «eficazmente», los apoyos presupuestarios no deberían ser entregados.
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Las dudas del Tribunal de Cuentas al respecto, a la luz de su análisis, resultan evidentes: «es posible que las decisiones de liberar los pagos» de esas ayudas comunitarias «no siempre hayan estado suficientemente justificadas». Por eso, el responsable del informe, el jefe de auditores Hannu Takkula, advierte que «antes de proceder a ningún desembolso, la Comisión (Europea) debería prestar mayor atención».
Los miembros del órgano fiscalizador constataron que los indicadores existentes para valorar si los socios de la UE cumplían con las metas comprometidas «eran demasiados» y «no siempre estaban bien diseñados». Asimismo, la mayoría se centraba en acciones a corto plazo y no en resultados a largo plazo, un aspecto que los auditores ven especialmente criticable porque puede llegar a desincentivar a esos países, haciendo que alcancen los objetivos «exclusivamente gracias a la asistencia técnica financiada por la UE» y no por haber aumentado sus propios esfuerzos y actuaciones.
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Además, un tercio de los indicadores de desempeño «no permitía medir los resultados objetivamente». Y otros eran tan «imprecisos» que no tenían «metas cuantificadas», lo que provocaba situaciones donde los objetivos fijados desde Bruselas para transferir los fondos fueran incluso «inferiores a los valores existentes» en el país en cuestión antes de que interviniera la UE.
La falta de severidad suficiente en el plano contable también afecta al cumplimiento de los propios Estados miembros de la UE, según otro informe de los auditores europeos. Por eso reclaman a la Comisión que «supervise mejor» la puesta en práctica de los marcos presupuestarios nacionales por los Veintiocho, y que para ello siga «reforzando los requisitos legales» que han de cumplir.
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Para corregir las causas de la última crisis financiera y mejorar la gobernanza de las cuentas nacionales se acometieron una serie de cambios que aún «pueden perfeccionarse» y hacer que el marco jurídico de la UE no sea tan «fragmentario». Pero Bruselas aún tiene algunos requisitos «más laxos» que el FMI y la OCDE, y además «un conocimiento limitado sobre» si los miembros de la UE «los aplican debidamente».
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