Newsletter 'Claves Económicas'

Trabajar menos para ¿vivir mejor?

Esta carta supone un trabajo más, que hago con mucho agrado, y su estreno se centra, paradojas, en lo que puede suponer trabajar menos....

Viernes, 7 de febrero 2025, 10:12

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Estimado lector:

Me llamo Lucía Palacios. Probablemente me haya leído en las páginas de Economía de este periódico, pero no nos habíamos saludado en este 'newsletter' del que hoy me hago cargo. Confío en comentar con usted, cada quince días, la actualidad económica de una forma didáctica y rigurosa.  

Esta carta supone un trabajo más, que hago con mucho agrado, y su estreno se centra, paradojas, en lo que puede suponer trabajar menos....

«Queremos trabajar menos para vivir mejor». «Queremos ganar tiempo de vida». No lo digo yo, mi querido lector. Son dos frases que ha repetido constantemente en estos últimos tiempos la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, en su batalla por reducir la jornada laboral a 37,5 horas semanales, una medida que aprobó el pasado martes el Consejo de Ministros después de once meses de negociación y un acalorado debate en el seno del propio Gobierno. Pero también podría suscribirlo yo. O usted. O el que trabaja en el bar de enfrente. ¿Quién no quiere ganar tiempo de vida? ¿Quién no desea trabajar menos manteniendo el mismo salario?

Pues aunque parezca fuera de toda lógica, también hay quienes no fantasean con esto. No todos quieren trabajar menos, empezando por la ministra de Trabajo, que reconoce que su jornada es «muy extensa y empieza a las 5 de la mañana y se alarga hasta largas horas». «No doy ejemplo», admite. Y se defiende: «El servicio público es así». Pero también es así el campo, un pequeño negocio, una fábrica que no apaga nunca sus motores y está en actividad 24 horas al día, el anciano dependiente de un cuidador…

Pero es cierto que el respaldo es clamoroso: dos terceras partes de los españoles apoyan la que el Gobierno pretende que sea la medida estrella de la legislatura, con la que quiere hacer historia: sería la primera rebaja oficial del tiempo de trabajo en 42 años. Digo oficial, porque extraoficialmente ya ha ido bajando gradualmente a través de los convenios colectivos y, de hecho, la jornada pactada se sitúa de media en 38,3 horas semanales.

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España se convertirá así en el segundo país de Europa con una jornada laboral más corta y se mantendrá como el más restrictivo de los Veintisiete en lo referente al uso de horas extras. Si el Gobierno consigue su objetivo, solo se trabajará menos por ley en Francia, pero en el país galo se permite realizar 220 horas extras al año por trabajador en caso de necesidad, frente al límite máximo anual de 80 horas en España.

El fuerte apoyo del que goza por parte de los ciudadanos es el argumento que utilizará el Ejecutivo para, una vez que ya ha llegado al Congreso, tratar de recabar los apoyos de Junts (su hasta ahora socio habitual del Gobierno que le está dando largas en esta cuestión) y del PP. «Cuando una medida está ganada en la calle, es muy difícil tumbarla», asegura la líder de Sumar.

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Sin embargo, hay otro 25% de españoles que, aunque parezca paradójico o anacrónico o un tanto masoquista, dice que no: no quiere trabajar menos, ya sea porque realmente disfruta trabajando y no cuenta las horas (también hay gente de este tipo) o porque son empresarios o autónomos que saben que esto les va a salir caro. Son ellos los que tendrán que asumir el coste de esta medida, un coste que oscilará entre los 1.800 y 2.000 euros por cada empleado (sumando el salario y la cotización), con lo que la patronal estima que el precio total para las empresas se disparará hasta el entorno de los 23.000 millones al año.

Porque si finalmente esta medida se pone en marcha (a 31 de diciembre de 2025, según está ahora establecido, a la espera de lo que suceda en el Congreso), tendrá un precio. No cabe duda. Las pequeñas empresas serán a las que les salga más caro. El campo, la hostelería, la industria y el comercio tendrán que adaptar el horario de todos sus trabajadores. Pero las cosechas hay que recogerlas, las fábricas no pueden parar su actividad y las tiendas de barrio han de mantenerse abiertas para no morir frente a los grandes centros comerciales.

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Y son precisamente estos sectores, los más afectados -incluyendo también la construcción-, los que tienen serios problemas para encontrar mano de obra. Esta es una de las advertencias que lanzan tanto las patronales como los expertos. Solo la construcción necesitará 700.000 trabajadores, con lo que la reducción de la jornada puede suponer otro palo en la rueda que podría poner en riesgo la construcción de vivienda en plena crisis de precios y la ejecución de los fondos europeos.

¿Es el momento idóneo para acometer esta reducción de jornada de forma unilateral? A la dificultad de contratar que tienen cada vez más sectores se suma la escasa cualificación de muchos trabajadores y se une una grave amenaza que se cierne sobre el mercado laboral español: un absentismo disparado, en máximos y a la cabeza de Europa. Cada día faltan al trabajo cerca de 1,4 millones de trabajadores (más del 20% sin un justificante médico) y a lo largo del año pasado se registraron 7,7 millones de ausencias por una baja laboral, 2,5 millones más que un lustro atrás.

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Esta es una de las razones que están detrás del otro talón de Aquiles de la economía española: su baja productividad, muy por debajo de la media europea e incluso inferior a la que se registraba antes de la pandemia. El Gobierno confía en resolver con esta medida –que va acompañada, además, de un registro de jornada digital, fiable y accesible en remoto por los inspectores- este suspenso en productividad: trabajando menos, se rendirá más. Significa esto que, a modo de símil, cuando un niño suspende un examen, ¿para aprobarlo debe estudiar menos?

Ojalá sea así y la productividad se dispare en los próximos años gracias a ganar media hora diaria de vida. Ojalá Yolanda Díaz tenga razón y esta medida no suponga un freno al empleo, ya que los empresarios avisan de que con más subidas de costes, las contrataciones se contendrán. Ojalá no suban los precios, porque también hay quienes alertan de que será otra de las consecuencias que traerá reducir la jornada: un encarecimiento de los productos. Ojalá los salarios no se congelen y sigamos mejorando nuestro poder adquisitivo. Ojalá realmente trabajemos menos, para vivir mejor.

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