Mientras grandes economías europeas como España e Italia siguen creciendo de forma sólida, una nube negra se cierne sobre Berlín. La economía alemana –que aporta una cuarta parte del Producto Interior Bruto (PIB) europeo– no acaba de despegar y los miles de despidos anunciados en ... la industria de la automoción y del acero han elevado la preocupación de la Comisión Europea, a las puertas de las elecciones alemanas y del regreso de Donald Trump a la Casa Blanca. Un temor que se extiende también a Francia, donde los mercados rozan mínimos ante el posible colapso del Gobierno francés.
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La Oficina Federal de Estadística revisó recientemente a la baja el crecimiento alemán entre julio y septiembre y destacó que apenas avanzó un 0,1%. Las previsiones a futuro tampoco son halagüeñas: el Ejecutivo europeo calcula que el país cerrará el año con un retroceso del 0,1%. «Alemania está sufriendo diferentes problemas, algunos autoinfligidos y estructurales», señala el experto en economía europea del 'think tank' Bruegel y miembro del Instituto Peterson de Economía Internacional Jacob Funk Kirkegaard.
Por un lado está la alta tasa de jubilación, la mayor de la UE, que ha llevado al país a enfrentar un gran problema demográfico comparable al que sufre Japón. A esta cuestión se suma que el tejido productivo alemán se sustenta en la industria intensiva en energía (plantas químicas, fábricas de automoción, acero...), que ha sufrido el corte del suministro de gas ruso tras el inicio de la guerra en Ucrania.
«Esto ha llevado a un aumento desproporcionado de los costes del combustible y del gas natural, en un momento en el que el precio de la energía en Estados Unidos está en su mínimo histórico», añade el experto de Bruegel. A ese coste que enfrentan las empresas alemanas hay que añadirle el de los derechos de emisión, que dejarán de ser gratuitos a partir de 2026 como parte de las medidas puestas en marcha con el Pacto Verde Europeo, «lo que ha llevado a que muchas firmas no vean atractivo invertir en Alemania».
Muestra de ello son los cierres de plantas de producción de Audi, Ford y Volkswagen, la reducción de sueldo y horas laborales en Bosch y la reestructuración de plantilla anunciada por el gigante del acero Thyssenkrupp, que despedirá a 11.000 empleados para 2030.
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Aunque los datos son preocupantes, para el economista jefe del Centre of European Reform (CER), Sander Tordoir, Alemania «aún no ha hecho el 'clic'». «Tendrían que estar preocupados porque son la economía más expuesta a EE UU y China, ya que su economía se basa en la demanda de estos dos mercados», señala, al tiempo que subraya que en solo cinco años Pekín ha pasado de importar químicos y vehículos alemanes, a ser el mayor exportador a nivel mundial.
Para el profesor de Finanzas Internacionales de la Universidad Católica de Lovaina Bertrand Candelon, se puede extraer una lección de esta situación: «Si no innovas, te quedas atrás». «Alemania estaba dominando el mercado hace cinco años, pero en ese tiempo China se ha transformado y ha desarrollado nuevas tecnologías. Si Europa quiere sobrevivir, tiene que arreglar el problema alemán», subraya.
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Las recomendaciones del informe de competitividad del expresidente del Banco Central Europeo (BCE) Mario Draghi podrían contribuir a dar un impulso a la economía alemana, pero calcula que haría falta invertir unos 800.000 millones de euros al año para reducir la brecha de la UE con Pekín y Washington. «Es mucho dinero y aún así harán falta inversiones privadas. La Comisión Europea tiene un margen limitado y creo que será difícil articular un mecanismo parecido a los fondos de recuperación de la pandemia», apunta el profesor de la Universidad de Lovaina.
Los tres expertos coinciden en que los impuestos de Bruselas a los vehículos eléctricos chinos importados a la UE van «en la buena dirección» y destacan que en el caso de una guerra comercial con EE_UU tras el regreso de Trump, Alemania «tiene mucho que perder». Señalan, igualmente, que Berlín debe reformar el 'freno de deuda' instaurado por Angela Merkel en 2009, una norma por la que el déficit estructural del Gobierno federal no puede superar el 0,35% del PIB.
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«Cuando una economía se frena, se pueden usar políticas gubernamentales y reformas para escapar de esa situación», defiende el experto de Bruegel. Sin embargo, Alemania tiene las manos atadas.
La reforma del 'freno de deuda' será uno de los principales debates en la campaña de las elecciones que se celebran el 23 de febrero y el gran desafío del próximo Gobierno federal. «Es necesario que haya una expansión de las inversiones públicas. El presupuesto alemán tiene mucho margen, porque su deuda es muy baja», señala Sander Tordoir, que teme que la reforma de este mecanismo sea «muy limitada». Destaca, igualmente, la importancia de una «política industrial europea más coherente y la necesidad de profundizar en la integración del Mercado Único», en línea con el informe Draghi.
Cordelon, por su parte, teme que la inestabilidad política alemana traiga «nuevas tensiones económicas» y resalta que la economía europea necesitará inversiones privadas para revitalizarse y para impulsar la innovación.
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La Alianza Q-Cero, formada por más de 90 organizaciones en España que promueven la descarbonización de los demandantes de energía térmica tanto en el sector industrial como en la edificación, ha publicado esta semana su manifiesto para lograr ese objetivo, coincidiendo con la presentación de la Comisión Europea que velará, entre otras materias, por mejorar la competitividad industrial. En este sentido, la Alianza Q-Cero aboga por medidas para «acelerar» la descarbonización, como el despliegue de tecnologías innovadoras; el desarrollo de las cadenas de valor necesarias; la superación las barreras que limitan la implantación de los proyectos; o un marco político y regulatorio incentivador y con visión a largo plazo.
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