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manu álvarez
Madrid
Domingo, 3 de julio 2022, 00:26
Calienta Marc, que sales. Algo así le dijo el exministro de Sanidad y actual líder de los socialistas catalanes, Salvador Illa, a este catalán nacido en Inglaterra –padre español, madre británica– a principios de 2021. Alguien en el Gobierno de Pedro Sánchez –todas las miradas ... se dirigen a Raúl Blanco, el secretario de Estado de Industria– debió verbalizar en alto un problema y una necesidad.
El problema era que Indra, una sociedad en la que el Estado tenía el 18% de las acciones, no se avenía a ejercer como líder de un proceso de concentración en el sector de la industria militar española. La necesidad era simple: buscar a alguien cuyo perfil fuese apto para presidir una compañía del Ibex 35 y que, por descartado, estuviese de acuerdo con la estrategia del Ejecutivo.
La posibilidad de tomar o no una participación en la empresa vasca ITP fue la piedra de toque. En realidad, quien se resistía era el presidente, Fernando Abril-Martorell, y los siete independientes del consejo de administración.
Y en esas llegó Marc Murtra Millar a la compañía. Ingeniero industrial y con estudios en administración de empresas, 48 años y un largo bagaje de convivencia entre la empresa privada y la política. Sus primeras armas en las moquetas ministeriales las veló como jefe de gabinete del ministro de industria socialista Joan Clos, para ser más tarde responsable de Educación, Cultura y Deportes del Ayuntamiento de Barcelona y montar a partir de ahí su propia gestora de fondos de inversión, Closa Investments.
Sus antecedentes. Nacido en Inglaterra, siempre ha estado considerado como un profesional cercano al PSC
La estrategia. Recibió el encargo del Gobierno de convertir Indra en el líder nacional de la industria de defensa
Un currículum que no está nada mal para la media del país, pero que a los consejeros independientes de Indra les pareció insuficiente para que tomase los mandos de una empresa que factura 3.400 millones de euros anuales. De ahí que optaron por forzar que fuese relegado al papel de presidente 'florero', sin poderes. Aunque llegaba de la mano de la estatal Sepi, el principal accionista, lo hacía con 'potestas' pero sin 'auctoritas'. Aquello empezaba mal.
Aceptó el cargo porque es ambicioso pero, quizá víctima del síndrome del impostor, ha descuidado en el año que ha consumido en la presidencia de Indra su proyección pública. Pese a que siempre había estado acostumbrado a propagar lo que piensa –ha sido uno de los articulistas habituales del periódico catalán 'La Vanguardia'–, Murtra optó por el perfil bajo. Tan bajo que no ha conseguido generar la sensación de que está suficientemente preparado para tomar las riendas de la empresa.
Sobre el papel, los deseos del Gobierno y el encargo que había recibido Murtra respondían a una lógica estratégica e industrial. España necesita tener una industria de Defensa fuerte, ello requiere la existencia de un liderazgo empresarial y un agente catalizador que anime las fusiones de compañías y el crecimiento del sector. La invasión de Ucrania por parte de Rusia no hizo sino reforzar la tesis. El gasto militar se va a disparar en Europa.
También en nuestro país –Pedro Sánchez ha anunciado esta semana su deseo de hacerlo y alcanzar los 24.000 millones de euros anuales–. Y cuanta más industria militar tengamos, menos dinero de ese presupuesto se irá fuera de las fronteras españolas. Hasta ahí, casi impecable si aceptas la tesis del proverbio romano «si vis pacem, para bellum» («si quieres la paz, prepárate para la guerra»). El problema es querer hacerlo tomando como rehén una empresa de la que sólo posees el 18% –ahora ya el 25%–; que salvo que alguien demuestre lo contrario, es de mayoría de capital privado; y que, además, está plagada de fondos de inversión que no entienden de estrategias de Estado. Van a lo suyo, ganar dinero.
Que una empresa que obtiene al menos un tercio de sus ingresos con la venta de sofisticados sistemas electrónicos para la Defensa acabe con una guerra de accionistas y una batalla en campo abierto de su consejo de administración, es casi una broma del destino. Que su presidente se haya convertido en el centro de buena parte de los ataques, habiendo nacido en una ciudad, Blackburn, cuya traducción literal significa 'quemadura negra', también.
Pero lo cierto es que en el deseo de que Murtra tenga poderes ejecutivos y conduzca Indra hacia el liderazgo de la industria militar española, se han forzado todas las costuras del gobierno corporativo de una empresa cotizada en Bolsa. En la última junta de accionistas, cuatro consejeros independientes fueron cesados; otra vocal no fue renovada en su mandato y dos más dimitieron como consecuencia del golpe de mano… o de Estado. Los votos de Sepi y de los accionistas privados Joseph Oughourlian –presidente de Prisa– y de la empresa guipuzcoana Sapa lo hicieron posible.
Quienes conocen bien a Marc Murtra desde hace años no aciertan a explicarse cómo es posible que una persona metódica, ultraordenada, pacífica y dialogante, haya gestionado esta crisis así. Es como si Heidi, ejemplifican, entrase en un bar a las siete de la tarde y de repente se montase un lío inmenso y el establecimiento quedase arrasado.
¿Cómo es posible que Heidi haya montado semejante lío? No encaja, insisten, de ahí que traten de buscar una explicación: «La culpa es de las malas compañías», señalan en relación a Oughourlian, un financiero armenio que ya ha montado tanganas similares en otras cotizadas.
Alberto Terol, expresidente de Deloitte en Europa y uno de los consejeros independientes que fueron cesados, lo dejó bastante claro al tomar la palabra en la junta de accionistas. «Vencerán pero no convencerán», dijo, rememorando el discurso de Miguel de Unamuno y en un mensaje dirigido a quienes con Murtra a la cabeza se han aliado para tomar el control de la compañía.
Cualquier bar destrozado se puede reconstruir. Esa es la tarea que le toca ahora y en la que se juega el prestigio de cara al futuro. La Bolsa ya le ha castigado con la pérdida de un 14% del valor de la compañía desde que se desató la guerra en el consejo. Lo que iba a ser un paseo militar puede convertirse en un desastre.
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