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ZIGOR ALDAMA
SHANGHÁI
Domingo, 12 de enero 2020, 00:43
Si ningún sobresalto lo impide, y en este caso no es descartable que lo haga, China y Estados Unidos sellarán la semana que viene, posiblemente el miércoles en la Casa Blanca –con la participación del presidente Donald Trump y el viceprimer ministro de China Liu ... He– la primera fase del acuerdo comercial que debe poner fin a la guerra arancelaria que EE UU le declaró al gigante asiático hace ya casi dos años. Desde que Washington impuso aranceles especiales a los paneles solares y a las lavadoras fabricadas al otro lado del Océano Pacífico, en febrero de 2018, las dos superpotencias se han enzarzado en una guerra comercial que tiene al mundo en vilo. Poco a poco, Estados Unidos ha ido incrementando el número de productos chinos a los que grava con impuestos especiales, y China ha respondido con medidas similares. En total, exportaciones de ambos países por un valor de casi medio billón de euros se han visto afectadas por estos aranceles.
El razonamiento de Donald Trump es sencillo: la globalización ha beneficiado más a China que a su país, y la deslocalización de gran parte de la producción local se ha traducido en un desequilibrio estructural del comercio bilateral. El Gran Dragón le vende al país de las barras y estrellas productos por un valor muy superior al de los que se mueven en la dirección opuesta. Y, según el presidente estadounidense, eso se ha logrado con artimañas como las subvenciones que reciben las empresas estatales chinas, el 'dumping', e incluso el robo de propiedad intelectual. Para equilibrar la balanza, Trump considera que los aranceles son la vía más rápida y efectiva: Estados Unidos ingresa miles de millones que sirven de compensación, y la pérdida de competitividad de los productos chinos es un aliciente para el regreso de las manufacturas a la superpotencia americana.
El problema que se presenta tras la firma de la primera fase del acuerdo comercial entre China y EE UU, sobre todo para Trump, es la verificación de que se cumple. De hecho, varios medios americanos, entre ellos Forbes o la cadena CNBC, ya han criticado que China todavía no ha modificado las cuotas que impone a las importaciones de productos agroalimentarios estadounidenses, sembrando dudas sobre las verdaderas intenciones de Pekín. Y muchos hacen hincapié en que la firma del acuerdo no es irreversible.
No obstante, los medios oficiales chinos son mucho más optimistas y subrayan que China tiene intención de acatar todos los puntos del acuerdo. Añaden, además, que los consumidores del país están interesados en adquirir productos americanos, considerados de mejor calidad que los locales. No en vano, los dirigentes chinos retiraron los aranceles al cerdo estadounidense para paliar la crisis provocada por la peste porcina que ha diezmado la cabaña nacional, aunque ningún país es capaz de llenar el vacío que ha dejado la muerte de 200 millones de animales.
Lo que de momento no se está tratando en las negociaciones es la otra guerra que enfrenta a ambas superpotencias: la tecnológica. Estados Unidos ha vetado a varias decenas de empresas chinas, entre ellas Huawei, y ha provocado un terremoto judicial internacional al ordenar la detención de su vicepresidenta –e hija del fundador–, Meng Wanzhou, en Canadá. Muchos consideran que tanto la guerra comercial como este conflicto tecnológico y los rifirrafes bélicos en las aguas del Mar del Sur de China son, en realidad, el choque de dos gigantes que pugnan por la hegemonía mundial en el siglo XXI.
Los economistas rechazan que esa teoría se cumpla en el mundo globalizado actual. Muchos de los productos con poco valor añadido que antes se producían en China ahora se fabrican en países como Vietnam, Camboya o India. No en Estados Unidos. Mientras tanto, Pekín invierte en innovación para no depender de los componentes norteamericanos y los aranceles que el Partido Comunista ha aprobado como represalia dificultan la expansión de las empresas norteamericanas en el goloso mercado chino. Según un análisis del Departamento de Comercio de Estados Unidos, publicado el viernes, los aranceles les han costado a las empresas americanas 46.000 millones de dólares. La Reserva Federal también considera que la guerra comercial está teniendo un efecto negativo en la primera potencia mundial.
Pero lo cierto es que, de momento, Donald Trump tiene las estadísticas macroeconómicas de su parte. La economía de Estados Unidos crece a buen ritmo –un 1,9% en el tercer trimestre del año pasado–, y el déficit comercial del país se ha reducido bastante más de lo que vaticinaban los analistas. Concretamente, en noviembre cayó un 8,2% en comparación con el mes anterior y se situó en el nivel más bajo desde octubre de 2016. Por si fuese poco, y a falta de estadísticas oficiales, todo apunta a que 2019 se cerró con la primera reducción anual del déficit desde 2013. Y en esta coyuntura tiene mucho que ver el descenso de las importaciones procedentes de China, fruto de los aranceles impuestos. No en vano esa variable descendió un 9,2% mientras que sus exportaciones al gigante asiático crecieron un 13,7%.
Así, es evidente que la guerra comercial le está haciendo daño a China, que siempre se ha mostrado interesada en firmar un acuerdo. La primera fase es más un alto al fuego que un avance, ya que se limita a suspender nuevos aranceles y a revertir algunos que ya estaban en vigor. Y no hay detalles sobre qué se negociará en la segunda fase. Pero Trump puede declararse vencedor porque Pekín se comprometerá a incrementar las importaciones de productos americanos –sobre todo en el sector agroalimentario, cuya partida aumentará hasta los 50.000 millones anuales–, y a combatir con más ahínco las violaciones que se dan en el ámbito de la propiedad intelectual, así como la transferencia forzosa de tecnología.
En cualquier caso, si la firma finalmente se lleva a cabo, los dirigentes chinos también suspirarán aliviados. China cada vez crece a menor ritmo y el primer ministro, Li Keqiang, reconoció que la economía se enfrenta a fuertes turbulencias: la deuda se dispara, la amenaza de que multitud de empresas se declaren en bancarrota sobrevuela el país e incluso factores externos como la fiebre porcina que ha acabado con casi la mitad de la cabaña nacional o la neumonía atípica registrada en Wuhan crean un ambiente enrarecido. Así, la firma de la primera fase del acuerdo puede ser un alivio para el presidente Xi Jinping y un buen regalo de Año Nuevo Lunar para China.
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