El pasado miércoles le trasladé, aquí mismo, mi impresión de que el mayor responsable del impresionante crecimiento de la economía española es el aumento del consumo, empujado por la mejoría del empleo que induce el desboque del turismo.

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La cruz de este favorable comportamiento reside ... en que el empleo creado por el turismo, y con carácter muy general, es de calidad escasa, por su baja cualificación; de salarios reducidos, por su escaso valor añadido; y de calendario y horarios complicados, por su excesiva estacionalidad.

Sin embargo, esta evolución le ha dado pie a la ministra de Trabajo para dar una nueva vuelta a la tuerca de su pasión favorita que no es otra que la de intervenir y regular la actividad. Las elecciones, una tras otra y sin excepción, le han castigado sin piedad. En las gallegas el partido que encabezaba no llegó al mínimo exigido por ley para tener representación ni siquiera en su pueblo de Fene.

Tan grande han sido los sucesivos revolcones que renunció, o amagó, o amenazó con renunciar –no quedó clara su decisión final– a su puesto de coordinadora general de Sumar, no a su cargo en el Gobierno, por supuesto. La cosa no quedó ahí. pues pasadas pocas semanas ha vuelto por sus fueros y ha mantenido una curiosa negociación con los agentes sociales para disminuir la jornada laboral.

Lo ha hecho de manera tan brusca que la patronal ha decidido, con evidente despecho, no seguir negociando y dejar a la señora Díaz que asuma sus responsabilidades y tome sus decisiones. Lo malo es que lo va a hacer… y la próxima semana tendremos, por decreto imperial, una reducción de las horas de trabajo.

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Si me guarda el secreto le diré que no tengo datos para afirmar que esta reducción, con mantenimiento del salario íntegro, por supuesto, es un desastre o una bendición.

La patronal Cepyme asegura que les costará a las empresas que representa más de 40.000 millones de euros, pero el hecho de que sea un dato de parte obliga a mirarlo con prevención. De lo que estoy seguro es de que tampoco el ministerio conoce su impacto real en la economía. Como lo estoy de que la situación es lo suficiente diversa como para que sea un error tratarla por igual con una decisión única y general, sin tener en cuenta ni la estructura empresarial de las distintas regiones, ni la coyuntura que atraviesan los diferentes sectores.

El ministerio usa la fórmula del 'café para todos' con excesiva frecuencia y de manera tan desaprensiva como perezosa. Además, todo esto llega en un momento especial, en donde la carga impositiva que soportan los salarios –impuestos más cotizaciones–, ha subido en España en un año más que en ningún otro país de la OCDE y ha aupado la cuña fiscal hasta el 40,23%. Los salarios son bajos, en especial para los jóvenes, pero son generosos para el Estado. Alguien podrá decir que son también cómodos para las empresas que los pagan, aunque ellos no hayan sentido nunca la tentación de pagarlos, pero resulta preocupante que la inversión empresarial se sitúe ahora un 6,4% por debajo del nivel alcanzado en el último trimestre del año 2019.

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Creo que la situación a todo esto hay que buscarla en la productividad. Aunque el secretario de Estado de Empleo diga que hay que separar salarios y productividad, no es necesario creerle, por la sencilla razón de que es mentira, no hay que hacerlo. Sin productividad no hay salarios altos, ni siquiera hay empleos buenos.

Volviendo al principio, al asunto de las horas trabajadas, no creo que trabajar menos sea el mejor remedio para solucionar los problemas del trabajo. Y menos si nos olvidamos de lo que producimos mientras trabajamos.

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