Mario Draghi, expresidente del BCE. EFE
Opinión

En Bruselas, no en Shanghái

Como ha aclarado el reciente Informe Draghi, no se debe jugar al póker cumpliendo las reglas del juego cuando el resto de los participantes en la partida hacen trampas

Domingo, 15 de septiembre 2024, 00:11

Desde los tiempos de David Ricardo la teoría económica afirma y la experiencia confirma que la libertad de comercio es el motor más eficaz del desarrollo de las sociedades. El economista inglés, muerto en 1823, definió la 'Teoría de la ventaja comparativa', que establece que ... cada país ha de especializarse en aquellos bienes y servicios en cuya producción fuese más eficiente. Eso conducía de manera casi inexorable a que produjese más bienes que los necesarios para su consumo interior, generando unos excedentes que debía intercambiar con productos procedentes de otros países más eficientes en su producción. Es decir, la mejora de productividad que se obtenía gracias a la especialización exigía un comercio libre en el que cada país pudiese intercambiar esos excedentes.

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Con menor apoyo teórico la experiencia ha demostrado también que las 'otras' guerras, las reales en las que se intercambias balas y bombas, son menos frecuentes entre aquellos países que tienen lazos comerciales intensos. De ahí que la consecución de la paz y la mejora de la productividad, que favorece el desarrollo económico y social de los pueblos, se benefician de la creación de espacios de libertad en el comercio mundial.

Todo este rollo me sirve para justificar mi acuerdo genérico con la declaración de Pedro Sánchez en su viaje a China, cuando se alarmó ante la intención del gigante asiático de gravar con aranceles determinados productos europeos como represalia de la propuesta que pretende, a su vez, gravar a los coches eléctricos chinos en su entrada en el mercado europeo. Pero como suele ocurrir en tantos otros órdenes de la vida, el paso de las musas al teatro, la aplicación concreta de la teoría no es tan sencilla como la teoría pretende.

La UE planea penalizar las importaciones de vehículos eléctricos chinos ante la evidencia de que sus fabricantes obtienen ventajas de su Gobierno que constituyen graves alteraciones de las normas de la competencia. Como ha aclarado el reciente Informe Draghi, no se debe jugar al póker cumpliendo las reglas del juego, cuando el resto de los participantes en la partida hacen trampas. Es demasiado ingenuo.

Hay otro problema. La declaración de Pedro Sánchez tendría mucho valor si la hubiera realizado en Bruselas en lugar de en Shanghái. Allí, quizás fuera de utilidad para dar el empujón definitivo a la inversión anunciada en la planta de electrolizadores proyectada en España por la empresa Envision Energy. Pero carece en absoluto de valor a la hora de conformar la posición de la Comisión Europea. Esta se fija en Bruselas y en ella se tendrá en cuenta la posición de España, que puede cambiar como ha sucedido con frecuencia en el pasado, pero también la del resto de países en una mesa de juego en la que todo, incluidos los principios comerciales, se intercambia y se modifica en función de los intereses nacionales de cada momento.

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También habrá influido, y eso sería bueno, en amortiguar la posición china que amenaza con imponer castigos arancelarios a una serie de productos europeos entre los que, de momento, figura la carne de cerdo. Un producto clave, no solo en las zonas españolas de producción (aquí aparece de nuevo Cataluña), sino en el monto de las exportaciones a ese país que son enormemente deficitarias con un desequilibrio que necesitamos colmar y del que se tienen que ocupar de manera preferente y casi exclusiva las empresas españolas y no el Gobierno.

Tampoco deberíamos olvidar que, como siempre sucede en la economía, cada medida tiene su beneficio… y también su coste. En España producimos automóviles, pero lo hacen empresas extranjeras que disponen también de plantas en otros lugares que están disgustados con las prácticas chinas y a quienes habrá sorprendido, al menos tanto como disgustado, este súbito alarde de librecambismo de nuestro presidente. Por ejemplo: ¿Cómo lo habrán digerido en Volkswagen en un momento sensible en el que analizan el posible cierre de plantas en la propia Alemania? Curiosamente, el Gobierno germano también se opone a la implantación de aranceles, pero ellos tienen sus propios problemas y conveniencias diferentes.

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En todo caso, la política arancelaria es única y común en Europa, así que al final solo habrá una postura que, le recuerdo, se fijará en Bruselas, no en Shanghái.

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