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Medio mundo se pregunta estos días en Dubai cuál es la fórmula mágica para hacer una carrera sin avituallamiento. Para sorber sin soplar. Crecer sin la gasolina que hasta ahora era necesaria en cualquier economía:los combustibles, el gas y todas las materias primas fósiles ... que impulsan la actividad aun a costa de contaminar.
Los dirigentes internacionales se plantean en la Cumbre del Clima (COP 28) cómo transitar en la descarbonización sin que afecte al consumo, las inversiones, el empleo o el poder adquisitivo de las familias. Porque todos quieren ser verdes. Pero ninguno aspira a empobrecerse en ese camino. Y en esa disputa, el sector energético aguarda cualquier decisión de cambio que se materialice en un calendario del fin de los combustibles fósiles.
La vicepresidenta tercera y ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, ya anticipaba antes de viajar a la cumbre su aspiración a fijar un calendario que determine el fin del petróleo. Aunque es consciente de su dificultad. Para Sergio Ávila, senior market analyst de IG, «seguiremos usando petróleo más tiempo de lo que los gobiernos de los países occidentales quisieran».
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A la vez, las organizaciones medioambientales presionan para acelerar el paso. Mario Rodríguez, director asociado para la Transición Justa y las Alianzas Globales de Ecodes, explica que «sin poner fecha al fin de los combustibles fósiles no será posible acabar con el cambio climático». «Solo de cara a 2030 hay que recortar un 50% las emisiones», recuerda. «El sector petrolero ve que se le acaba el negocio y hasta que no tengan alternativas van a tratar de exprimir al máximo la extracción», explica.
Por ahora, las emisiones de dióxido de carbono (CO2) no han parado de subir, aunque con un amplio abanico de variedades: el año pasado se rozaron las 38.000 millones de toneladas, por encima de las 37.000 del ejercicio anterior, según el último informe de Global Carbon Project. Y aunque la UE las redujo sensiblemente, grandes potencias como China, India o EEUU siguieron al alza. Y sin la connivencia de estas economías, la reducción de emisiones mundiales será imposible.
Ante este panorama, a nadie le interesa parar el motor en favor de la economía verde: ni al régimen chino, inmerso en una crisis de demanda, por una parte; ni a un Joe Biden, que se presentará a la reelección en EE UU en menos de un año, por otra. Por eso, el pragmatismo está extendiéndose en la COP28.
Fuentes del sector energético recuerdan que el 70% de la energía que se consuma en el año 2030 (en solo seis ejercicios) aún no será electrificable. Es decir, que serán necesarios los combustibles y otros muchos productos similares para mover al mundo. «Hacen falta combustibles más allá de la electricidad, por limpia que sea», insisten estas mismas fuentes.
Para mover un buque es necesario combustible. Para elevar un avión, también. Para transportar productos con camiones por las carreteras. Para mover a la gran industria siderúrgica, acerera, cerámicas... La cuestión reside en determinar qué alternativas existen a los actuales fósiles y cómo garantizar un camino que no implique una grave crisis.
Desde Repsol, unas de las compañías más implicadas por su volumen de negocio en este cambio, están desarrollando una estrategia que consiste en «combinar» la implantación de nuevas alternativas, como el hidrógeno y los combustibles renovables, con la «reducción progresiva pero planificada» del uso de los hidrocarburos.
El grupo energético, cuyo consejero delegado es Josu Jon Imaz, considera «fundamental» no centrarse en una única tecnología. Por ello apuestan por lo que denominan como una «estrategia multienergía» para reducir emisiones y al mismo tiempo garantizar la seguridad de suministros para la sociedad. La vicepresidenta Ribera ha criticado esa insistencia en la «neutralidad tecnológica» de Repsol por esconder, según interpreta, querer seguir usando fósiles.
El uso de combustibles renovables está ya a la orden del día en las compañías españolas del sector. Estos productos, con un mayor grado de elaboración y por tanto con un coste más elevado para el consumidor al menos hasta que se extiendan, suponen una alternativa frente a la electrificación. No todos los vehículos funcionan con luz, especialmente el transporte por carretera, aviación y barcos. Repsol insiste en descarbonizar «pero debe hacerse sin detener la economía ni destruir el tejido industrial».
Los combustibles renovables son los que se producen a partir de materias primas que cumplen con criterios de sostenibilidad, como la biomasa y residuos orgánicos. De hecho, los biocombustibles existen desde hace dos décadas y su implantación progresiva implica que, en el caso de Repsol, un 10% de sus combustibles tenga origen verde. Incluso dispone de diésel 100% renovable en 40 estaciones de servicio.
Por su parte, Cepsa aspira a liderar la producción de combustible sostenible de aviación (SAF, por sus siglas en inglés) en España y Portugal, con una capacidad de producción anual de 800.000 toneladas en 2030. La energética produce este combustible renovable en su Parque Energético La Rábida (Huelva) a partir de residuos orgánicos, como aceites usados de cocina o desechos agrícolas, entre otros. Además, recientemente ha completado junto a Maersk y Renfe la primera prueba en España de combustibles renovables en trenes.
El conjunto de las petroleras vive un punto de inflexión en el que cada compañía está tomando un rumbo con un precio del crudo que, además, vuelve a descender como pocos esperaban. Esta semana el barril de Brent cotizaba en el entorno de los 73 dólares, frente a los 100 dólares con los que el mercado especulaba alcanzar tras el verano.
En este sentido, Sergio Ávila (IG) considera que es un escenario en el que «cada uno va por su cuenta» en referencia al recorte «voluntario» de producción acordado por el cartel de la OPEP. «La falta de acuerdo podría desencadenar un regreso rápido de los barriles al mercado, lo que plantea interrogantes sobre la efectividad de estas medidas», indica este experto. Mientras, cada firma discurre por un camino que le obliga a ir abandonando los fósiles sin arañar sus estructuras.
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