DOMÉNICO CHIAPPE
Domingo, 19 de septiembre 2021, 00:12
Con el precio de la luz en máximos en España, un país que consume ahora el doble de energía que en los años noventa, la apuesta de futuro de los científicos es crear miles de pequeñas comunidades que generen su propia electricidad. Una idea que ... comienza a abrirse paso en los despachos del Gobierno, que dedicará 100 millones de euros en subvenciones en los próximos tres años para intentar afrontar el problema. También comienza a ser una opción para los ciudadanos, inconscientes del coste ambiental de cada kilovatio hasta que ha empezado a aparecer en la factura.
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«Hay muchas formas de desarrollar la energía comunitaria, desde cooperativas informales hasta asociaciones propietarias del sistema eléctrico», explica Vanesa Castán, investigadora de la Universidad de Sheffield y miembro del IPCC. «Usan tecnologías renovables, como paneles solares, turbinas o generadores eólicos, y los beneficiarios tienen un alto grado de control sobre la gestión del servicio que les permite ahorrar, porque proporciona toda la energía de sus casas. También pueden crear una pequeña empresa que vende a la red nacional lo que les sobra».
Con experiencia en Reino Unido y Mozambique, Castán ha intentado encontrar colaboradores en España. «Ha sido muy difícil», asegura. «Me imagino un sistema descentralizado, en el que cada uno genera su propia energía. Aunque va a costar desplazar el modelo español, las cosas cambian rápido. La electricidad se descubrió hace poco más de un siglo y las redes eléctricas se consolidaron después de la II Guerra Mundial, con una liberalización del servicio a partir de los años ochenta. Estos procesos son más rápidos de lo que parecen».
Dentro de menos de una década, España podría llegar a producir 148.000 Gwh (gigavatios por hora) de este tipo de energía, si en cada municipio se instalara al menos una comunidad eléctrica (unas 8.200), asegura Amigos de la Tierra en su informe 'Energía comunitaria', «lo que equivale a casi el 100% de la demanda eléctrica de los sectores domésticos y terciario».
En efecto, «con la superficie que existe para instalar sistemas renovables se podría cubrir toda la demanda residencial, que es el 30% de la totalidad», sostiene Tomás Gómez, director del Instituto de Investigación en Ingeniería Energética de la Universidad Politécnica de Valencia. De hecho, «hay tres veces más generación de energía renovable que demanda. Tenemos más de 100 Mwh (megavatios por hora) instalados y consumimos unos 40. La reducción de emisiones equivaldría a 17 millones de toneladas de CO2, calcula Amigos de la Tierra, como si más de siete millones de coches dieran la vuelta al planeta.
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Donde las comunidades de energía eléctrica funcionan cumplen con un doble papel: ahorrar dinero a los consumidores y disminuir las emisiones de CO2. Por ejemplo, en Gran Bretaña existen 424 comunidades energéticas con una potencia instalada de 319 Mwh de electricidad renovable, y se calcula que sus 358.000 beneficiarios ahorraron 3,4 millones de euros en sus facturas en el año 2020. Unos diez euros menos en la factura de la luz al año por familia, similar al incremento que se vive en España en los últimos dos meses.
Aunque en España la creación de comunidades eléctricas está en mínimos, con unas pocas instalaciones de autoconsumo puntual en zonas rurales -calefacción en bodegas o riego agrícola-, se espera que exista un impulso con dinero del 'Plan de recuperación, transformación y resiliencia' «para las comunidades energéticas locales, con el objetivo de democratizar el sistema energético», responden desde el Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (IDAE), adscrito al Ministerio para la Transición Ecológica. Las «nuevas líneas de ayuda» de 100 millones de euros, aseguran, saldrán «próximamente».
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100 millones de euros es el monto que prevé el Gobierno en el 'Plan de recuperación' para subvencionar la instalación de comunidades eléctricas en los próximos tres años.
Ahorro de 3,4 millones en Reino Unido Los 358.000 beneficiarios británicos de las cooperativas energéticas pagaron 10 euros menos por cabeza en 2020, a pesar de la tendencia alcista que sufre el mercado en toda Europa.
1.500 euros por familia es el coste promedio de la instalación fotovoltaica, más otros 3.000 que se deben gastar en la adquisición de baterías, según los expertos consultados. Esta inversión se recupera en cuatro años, si el precio de la electricidad se mantiene como este verano. Y en 7 si vuelve a parámetros más normales.
La vicepresidenta de Transición Ecológica Teresa Ribera refrendó este pasado jueves su apoyo a las comunidades energéticas. Esta «aventura colectiva» tiene las ventajas «de producir energía de proximidad, gestionadas por personas que conocen su territorio y pueden hallar el equilibrio entre el entorno y la economía», dijo Ribera, que imagina en el corto plazo una red de 500.000 tejados, en «cada uno de los pueblos, comunidades y polígonos», que «reducen el consumo y aumentan el confort de los usuarios». La ministra anunció que reservará en las subastas de energía casi un 10% para estas asociaciones.
Sin embargo, «para la mayoría de la gente, acceder a las subvenciones es súper difícil», advierte Castán. «La manera en que se está desarrollando el sistema energético es muy opaco. Las compañías gigantes han creado un mapa legal imposible de navegar, lo que se une a una falta de habilidades de los usuarios, cuya relación con la energía consiste apenas en encender un interruptor».
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La posible inversión en los próximos cinco años es inmensa. Para la «transición energética justa e inclusiva» se destinará el 9,2% de los 69.500 millones de euros de los fondos europeos, indica el 'Plan de recuperación'. «Ya veremos qué empresas se llevan los fondos 'next generation'», dice escéptico Eugenio García-Calderón, fundador Light Humanity, una iniciativa privada para el autoconsumo.
La creación de comunidades energéticas españolas enfrenta «dos grandes problemas: los costes y la gestión administrativa», analiza Gómez. El primero se empieza a resolver porque, por una parte, bajan los precios de los componentes. «La inversión es variable. De media, por familia de cuatro miembros con una vida normal sería de unos 1.500 euros, aunque depende de la potencia de la planta», calcula Gómez. «Si se busca no depender de la red eléctrica, se deben comprar baterías para almacenar la energía, lo que representa otros 3.000 euros. Ahora bien, con unos precios de electricidad en torno a los 70 euros por Mwh se recupera la inversión en unos siete años. Con los precios actuales, se tardaría la mitad».
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La gestión de las comunidades energéticas constituye el segundo obstáculo para su desarrollo en España. El gran muro llega cuando se pretende vender electricidad a la red. «La normativa en España existe desde hace poco tiempo, pero es confusa y no están atados los pequeños detalles», afirma Alejandro Díaz, director general del grupo Vagalume, responsable de una comunidad energética de 700 kwh en el polígono de Novo Milladoiro (Galicia).
Eugenio García-Calderón | Light Humanity
En estas once naves industriales, Vagalume comenzó la instalación fotovoltaica a finales de 2020. «¿Pero qué hacemos con el excedente?», se pregunta Díaz. «Para venderlo dependemos de una comercializadora y una distribuidora. Como hay un oligopolio tremendo, ponen muchos problemas. Nosotros llevamos doce meses intentando legalizar las instalaciones como autoconsumo colectivo para mover los excedentes entre un usuario y otro. En teoría, se puede hacer legalmente. Pero es una fantasía. No les interesa que la gente se una para pagar menos».
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En la actualidad «el apoyo de las instituciones públicas es descoordinado y escaso», asegura García-Calderón. «La historia del autoconsumo español es un delirio. Primero se subió a caballo ganador a nivel mundial en la instalación fotovoltaica y el desarrollo de tecnología, pero luego el Gobierno quitó su apoyo con carácter retroactivo y, para rematar, en 2015 sacó el 'impuesto al sol', un peaje a las placas fotovoltaicas. Ha sido un parón de diez años. Todavía hay gente que piensa que es ilegal».
Tomás Gómez Universidad politécnica Valencia
«En España, las comunidades energéticas van despacio, pero van a saltar y a ir muy deprisa, debido a tres factores: los precios altos de la energía, la generación renovable barata y la concienciación del público», prosigue Gómez. «Ya ha pasado en Alemania y Dinamarca. También podría suceder que haya una reacción del mercado, que baje los precios para detener su expansión y mantener el dominio».
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La independencia de la gente frente al poder de las eléctricas es una de las cualidades que defienden los científicos para lograr los objetivos ecológicos y de justicia social que se logra con este tipo de comunidades. «La soberanía energética es similar a la alimentaria», concluye Castán.
Al ahorro que representan las comunidades energéticas para las familias y la menor generación de emisiones de CO2 se suma otro objetivo crucial para los próximos años: la transición justa. La pobreza energética tiene su exacta representación a 14 kilómetros del centro de Madrid, en la Cañada Real, donde las eléctricas, con la indiferencia gubernamental, cortaron el suministro a esta barriada. En medio de la penumbra de las velas y la brasa de los troncos, la solución comienza con la creación de pequeñas comunidades energéticas. «Unimos a familias para que tengan una planta de generación eléctrica compartida», expone Eugenio García-Calderón, fundador Light Humanity, que trabaja en la zona con diez familias y esperan llegar a 40 antes de final de año. «El reto es la gestión global por parte de los usuarios».
Instalar una comunidad energética es como poner un ascensor en una finca antigua. Algunos vecinos suben más plantas, otros no lo necesitan. «No tiene que ser perfecta para funcionar», dice Vanesa Castán, científica de la Universidad de Sheffield y del IPCC de Naciones Unidas. «Los vecinos, con ponerse de acuerdo, tendrán soberanía energética, y podrán decidir de dónde provienen sus recursos».
«Está en su mano»
La democratización de la energía es el otro rol de las comunidades energéticas, para impulsar «un mercado que funcione mejor», indica Tomás Gómez, investigador de la Universidad de Valencia. «Estos precios superaltos mandan un mensaje muy claro a la demanda: consumir de otra forma y gestionar mejor. Pero todavía hay una masa crítica de personas que no entiende que está en su mano hacer algo».
En el proyecto de la Cañada Real, los beneficiarios deben devolver el crédito en tres o cuatro años. «La clave está en medir la cantidad de energía que consume cada familia», dice García-Calderón, «y estipular un precio justo».
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