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zigor aldama
Shanghái
Viernes, 3 de enero 2020, 00:45
Hace 2.000 años, los mercaderes europeos que arribaron a China quedaron fascinados por la sublime seda que un ejército de pacientes artesanos producía con delicadeza en Hangzhou. Y no fueron los únicos. La aristocracia se enamoró de un material que pronto fue tan codiciado ... como las especias o los metales preciosos. Pero, hasta llegar al Viejo Continente, la tela debía recorrer interminables llanuras, desiertos inclementes y cordilleras infranqueables. Así nació la antigua Ruta de la Seda, una compleja arteria comercial con diferentes ramificaciones que unió Oriente y Occidente hasta el año 1453, cuando el imperio otomano decidió bloquear este primer experimento de la globalización.
Ahora, Europa continúa importando seda de Hangzhou y China quiere reactivar la antigua Ruta de la Seda. Pero, a pesar de las reticencias de las potencias occidentales tradicionales y de la guerra comercial que le ha declarado Donald Trump desde Estados Unidos, esta vez Pekín quiere dictar las reglas para que el gigante asiático sea el principal beneficiario y no una mera fábrica de productos baratos. La Iniciativa de la Franja y la Ruta, como se conoce oficialmente al ambicioso plan delineado por el presidente Xi Jinping en 2013, busca vertebrar el mundo de forma diferente, con el foco puesto en los intereses de los países en vías de desarrollo.
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De momento, unos 70 estados han confirmado su participación en este proyecto de integración para el que ya se han comprometido más de 877.000 millones de euros. Parte de esa cantidad se gestiona a través del nuevo Banco Asiático para la Inversión en Infraestructuras, el equivalente chino del Banco Mundial y una de las pocas instituciones multilaterales con base en el país más poblado del mundo. El objetivo es doble: por un lado, facilitar la conectividad a través de la construcción de infraestructuras; y, por otro, incentivar el desarrollo económico y la innovación mediante la cooperación entre gobiernos y empresas.
Los detractores de la nueva Ruta de la Seda, sobre todo países del mundo desarrollado, denuncian que el plan busca incrementar la influencia china por el mundo y que esconde una ambición expansionista similar a la de las antiguas potencias coloniales. Quienes la apoyan, señalan que China representa una nueva oportunidad para muchos países desfavorecidos por el orden mundial del siglo XX, y señalan que su modelo de desarrollo marca un atractivo camino alternativo.
Wensli es una de las empresas que mejor ejemplifican cómo el gran proyecto del presidente Xi está transformado el mundo. Es uno de los principales fabricantes de seda del gigante asiático y proveedor de las principales marcas de lujo europeas, cuyo nombre no puede desvelar por contrato. Entre sus clientes también se encuentra algún afamado nombre de la moda española, y el grupo factura ya unos 1.300 millones de euros al año.
Claro que sus productos ya no viajan en camello, sino que lo hacen en barco o a bordo del tren que une Yiwu y Madrid. Además, para encontrar algo de tradición en la compañía hay que visitar el museo de su sede central de Hangzhou, porque el resto es tecnología punta y buen reflejo de lo que China desea ser en el futuro más cercano.
No en vano, Wensli ha invertido ingentes sumas de dinero en la maquinaria más avanzada. «La mayoría de nuestros productos se imprimen digitalmente. Y somos los únicos que podemos hacer una impresión diferente a doble cara», comenta una de las responsables de la fábrica principal, Bin Sun, mientras muestra una hilera de máquinas que convierten rollos de seda blanca en pañuelos de lujo sin que nadie las supervise. «También tenemos un laboratorio puntero en el que, a través de ingeniería genética, hemos logrado gusanos de seda que producen fibra de colores. La rosa todavía no es muy homogénea, pero la amarilla ya es casi perfecta», cuenta con orgullo.
Tal y como pidió el presidente Xi, Wensli también ha iniciado una fase de expansión con su propia marca, para la que ha instaurado centros de diseño en diferentes países, incluida Italia. Y en 2014 adquirió la afamada compañía francesa Marc Rozier –proveedor entre otros de Hermes– con el compromiso de mantener la producción y los puestos de trabajo en el país galo. Sin duda, de la empresa francesa extraerá grandes conocimientos. «Antes, los mercaderes utilizaban la ruta de la seda para transportar producto en bruto, cuya venta dejaba muy poco beneficio en China», explica a este periódico el responsable de Comunicación Internacional, Lou Yufeng. «Ahora, apostamos por la innovación tecnológica y el diseño de calidad para subir peldaños en la escala de valor y lograr que el negocio deje más beneficio en casa. Es una relación más justa», sentencia.
La nueva Ruta de la Seda lo inunda todo en China. Se ha convertido en el gran proyecto al que todos quieren unirse. Tiene tirón comercial, y el país busca cualquier excusa para trazar analogías históricas y hacer caja. En Hangzhou lo tienen fácil, porque fue uno de sus principales puntos de origen y el impacto que tuvo se ha trasladado hasta la gastronomía. Es lo que explota el Festival Gastronómico de la Ruta de la Seda, con menús que recogen la diversidad de sabores llegados de Occidente y de Oriente Medio.
«Generalmente, nos centramos en analizar cómo China exportó sus productos al resto del mundo. Pero obviamos que la Ruta de la Seda fue bidireccional, y que el país también se enriqueció con productos e influencias externas», expone la guía del museo en el que se analiza la evolución de la cocina de Hangzhou. «El contacto con gentes de otras culturas trajo especias y el picante».
Ahora, China también trata de impulsar las importaciones de productos agroalimentarios del resto del mundo para equilibrar una balanza comercial excesivamente escorada a su favor. España, por ejemplo, cerró un nuevo protocolo y ya ha enviado los primeros jamones con hueso. Estados Unidos, por su parte, está a la espera de rubricar la primera fase del acuerdo comercial que debe poner fin a la guerra abierta el año pasado por Donald Trump para que sus agricultores puedan incrementar las ventas de productos como la soja o el cerdo, clave en la dieta china. Las autoridades señalan que el objetivo es lograr que todos, y no solo los occidentales, salgan beneficiados.
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