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Entre los giros bruscos de guión que ha dado el último año de crisis energética de precios, la bombona de butano se ha posicionado como alternativa para calentar los hogares frente al elevado coste de la calefacción por gas natural o los aparatos enchufados a ... la red.
El histórico soporte pesado, de color naranja y del que siempre había que tener un repuesto, ha paralizado la caída del consumo que venía registrando en la última década. Y, aunque su uso no ha repuntado, sí que se ha mantenido estable, e incluso ha aumentado en determinadas épocas del año. Sobre todo en muchas viviendas que han preferido esta opción para ahorrar en gasto energético.
Con más de 60 años de historia a sus espaldas, la bombona se ha situado en el epicentro energético de una parte de los hogares. En concreto, las segundas residencias y también las de alquiler están demandando más consumo.
En el primer caso, porque las familias se han percatado de que les compensa comprar bombonas para usarlas en determinadas épocas (fines de semana o vacaciones) frente a la calefacción, cuyo gasto mensual mínimo también es elevado. En el segundo caso, una parte de los estudiantes en alquiler piden a sus caseros usar bombonas para evitar unas facturas de luz o gas disparadas. Es la vuelta parcial a una realidad que parecía abocada a su uso en comidas en el campo los domingos.
Durante el año 2021, el primero en el que los precios energéticos comenzaron a dispararse, el consumo de butano alcanzó las 813.000 toneladas, lo que supuso un incremento de casi 30.000 toneladas respecto a los datos de 2020. En el caso de 2022, hasta el mes de noviembre, los ciudadanos habían consumido casi 670.000 toneladas, con picos en los meses de enero o marzo, cuando más frío hizo, y un consumo cercano a las 100.000 toneladas, según los registros de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC).
Estos datos llegan después de años continuos de descenso en los que la bombona había perdido protagonismo, desde el billón de toneladas de consumo que llegó a tener en 2008. La estabilización en su uso revela cómo ha cambiado un mercado habitualmente asociado al repartidor cargado con los recipientes distribuyéndolos por las casas.
La presencia de la bombona en los hogares se cuantifica en un 28% de las casas, según el último panel energético de Competencia. No supera, ni mucho menos, en forma de calentar las casas a la calefacción por gas natural, mucho más práctica y sin problemas de seguridad o manipulación del gas. El 44% de los hogares disponen de calefacción. Y solo un 9,7%, de gasóleo para calefacción, una opción que durante el último año ha ido perdiendo adeptos a medida que los precios se han disparado.
Muchos de los ciudadanos que ahora vuelven a la bombona se habrán percatado de que el precio no es el mismo en todos los puntos de venta. Porque, aquí también, conviven un mercado regulado y otro liberalizado.
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El precio de la bombona de butano regulada –para identificarla, la naranja y pesada de toda la vida– se encuentra actualmente en los 17,66 euros por unidad. Su coste lo establece el Gobierno. Y a pesar de que durante el año pasado llegó a rozar los 20 euros, en la última revisión estatal ya ha descendido. Su peso, también regulado, es de 12,5 kilogramos. Es la que vende Repsol, el operador histórico de este mercado.
A partir de ahí, existen otras modalidades de bombona, pero ya se encuentran en el mercado libre, comercializadas por Repsol o Cepsa. Ambas compañías ofrecen unos envases de butano más ligeros (su transporte es más llevadero para las espaldas del cliente), aunque su peso es inferior a la bombona regulada (suelen ser unos 12 kilogramos) y su precio algo mayor, entre 20 y 22 euros, dependiendo de cada empresa.
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