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enric gardiner
Domingo, 11 de octubre 2020, 01:46
Quizás nunca se había visto una superioridad tan aplastante entre los dos mejores tenistas del mundo. Quizás nunca París vea una final tan desequilibrada con Novak Djokovic como uno de los protagonistas, pero lo que es seguro es que nunca Roland Garros, el tenis o ... cualquier espectador vea algo tan fantástico como Rafa Nadal.
El tenista balear, en una de sus actuaciones más magníficas, rompió la elasticidad de Djokovic y lo redujo a cenizas (6-0, 6-2 y 7-5) para alcanzar su decimotercer Roland Garros e igualar los 20 Grand Slams de Roger Federer, un récord histórico que ahora comparten el suizo y el español y que avivará aún más la incertidumbre sobre cuál es el mejor jugador de la historia.
Aunque cuesta discutir que Nadal no lo sea después de lo visto este domingo en la Philippe Chatrier. Un Nadal desencadenado, un Nadal puesto en duda, por las pelotas, por el techo, por el frío, por el rival. Un Nadal que, con un récord de 99 victorias y 2 derrotas aún tenía que aguantar que no se le diera como favorito en la final.
Aparecía Novak Djokovic al otro lado. Su némesis. La última persona que le venció en esta pista en 2015, al que llevaba sin ganar en un Grand Slam desde la final de 2014. Un tenista que solo había perdido un partido este año y fue por descalificación al pegarle un pelotazo a una juez de línea.
El 'Chacal' que domina a Nadal desde hace años y que le había arrebatado 14 de sus últimos 18 duelos. Incluso a ese Djokovic, que parece haber pasado las leyes de la física desde hace años, Nadal fue capaz de devorarle.
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ENRIC GARDINER
ENRIC GARDINER
COLPISA / AFP
Se esperaba un partido de trincheras, en la que quien aguantara su saque, ante la mayor fuerza de los restos, sería el campeón. Y Nadal le metió un 6-0 de inicio a Djokovic. El segundo de Nadal en una final de Grand Slam desde el que le metió a Federer en Roland Garros 2008. El segundo de su vida a Djokovic tras el de la final de Roma el año pasado.
Djokovic estaba en la final, jugando bien, pero sobrepasado y abusado por un Nadal cuyo gesto impertérrito denotaba la mayor de las tranquilidades. Era imposible ver a ese Nadal y no confiarle todo. La casa, el coche y la vida.
Tanta era su supremacía que estaba minimizando a un Djokovic loco por las dejadas y a quien ni siquiera su excelso revés le salvaba. Cuando Nadal subió el 6-2 al marcador del segundo parcial, el serbio pasaba de largo la veintena de errores no forzados. Nadal solo acumulaba tres. Era el gladiador al que no paraban de lanzarle leones encima y se los quitaba a raquetazos.
Reacciones
Pero la perfección no existe. Cuando cogió la ventaja de 3-2 y saque en el tercero, sufrió el vértigo del triunfo. Djokovic olió sangre y remontó, poniendo contra las cuerdas a un Nadal que no iba a ceder un ápice de su ventaja. Resistió al mejor Djokovic del partido y lo apartó de un manotazo. Le devolvió a la cruda realidad para él y para el resto de mortales. En Roland Garros, solo puedes ganar si te llamas Rafael Nadal.
Ni la lluvia, ni el techo cerrado, ni las nuevas bolas, ni un Djokovic casi invencible. Nada puede con un Nadal que se transforma en perfección cuando toca el polvo de ladrillo parisino. Si nunca para, seguirá ganando Roland Garros hasta que tenga 80 años. De momento, ya tiene trece. Y sumando.
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