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Victorio Calero
Sábado, 31 de octubre 2015, 03:50
Agnieszka Radwanska despertó del sueño a Garbiñe Muguruza. Estaba siendo su torneo, pero fue a la hora de la verdad, en semifinales, sin margen de error, cuando Garbiñe Muguruza pagó el peaje de jugar el torneo de individuales y el de dobles. Eso, y que ... la española se encontró enfrente a una rival que peleó bolas a las que nadie había llegado en Singapur. Resistió, insistió y minó la moral de Garbiñe, que nadó para ahogarse en la orilla. Falta de la chispa de días anteriores, los errores no forzados lastraron su juego -hizo 54- . Así se marchó de la Copa de Maestras en el cuadro de individuales. Con la sensación de haber perdido una gran oportunidad después de caer por 6-7, 6-3 y 7-5 ante una jugadora a la que había ganado las cuatro veces que había jugado contra ella este año y que sólo había ganado un partido en Singapur, pero con la impresión de que va a gozar de muchos partidos más así de importantes.
Después de caer en las semifinales, Garbiñe sí se clasificó para la final de dobles junto a Carla Suárez, tras imponerse a las checas Andrea Hlavackova y Lucie Hradecka por 7-6 (6) y 6-0. Este domingo lucharán por el título de 'maestras' contra la suiza Martina Hingins y la india Sania Mirza, las número uno del mundo, que ya han conquistado ocho títulos esta temporada.
La temporada es sobresaliente para Garbiñe: finalista en Wimbledon, un Premier Mandatory y semifinalista en el WTA Finals. De los más positivo para Garbiñe es que supo gestionar perfectamente jugar por debajo en el marcador en el primer set. Y eso que empezó a lo Nadal, con un 'break' de primeras a su favor gracias a tres restos ganadores. Su plan era el mismo de toda la semana: se trataba de que su raqueta no parase de escupir tiros ganadores. Y así fue. Pero tenía un problema: era un huracán y arrasaba con todo lo que encontraba, para bien y para mal. De ahí que se encontrase con tres juegos en contra.
No había precauciones, no existían las medias tintas. Y los nubarrones iban llegando para Garbiñe. Se avecinaba tormenta si no cambiaba nada. Radwanska, más camaleónica, supo adaptarse a la velocidad de la española. Parecía encontrarse a gusto, algo que no había pasado con ninguna rival en los tres partidos del torneo. Empeñada en partir la bola, Muguruza se encontró enfrente una jugadora muy inteligente y rocosa, de las que se manejan bien en el arte de la guerra. Con menos condiciones físicas que la tenista nacida en Caracas ( 1,73 m. por los 1,82 m. de Garbiñe), suplió ese poderío militar que tenía enfrente optando por un guerra de guerrillas. Fluían los ángulos, el revés cortado, las dejadas, los globos. Todo estaba diseñado para incomodar a la número tres del mundo.
Bajón tras el primer set
No conseguía cogerle la onda al partido Garbiñe. La polaca se había propuesto descentrarla e incomodarla y lo estaba consiguiendo. Hasta que con 4-1 en contra bajó a la pista su entrenador, Sam Sumyk, y se produjo el ansiado cambio: hizo nueve puntos seguidos y más tarde llevó el partido al 'tie-break'. De nuevo se encontró un 4-1 en contra y otra vez le dio la vuelta al marcador. Eso también es madurez: cuando le fueron mal las cosas, se ordenó y r
Sin embargo, en el segundo acto perdió el ritmo. Su cabeza dejó de funcionar. De repente, después de un buen primer set, estaba 4-0 abajo en el tercer set. ¿Qué pasaba? Que se había desordenado. Más lejos de la línea de fondo, estaba cayendo una vez tras otra en la trampa de Radwanska. Y, sobre todo, que empezaba a notarse la fatiga en Garbiñe después de competir toda la semana en individuales y dobles. Peleó la manga. Pasó del 4-0 al 4-3. Pero no le tembló la mano a la número seis del mundo, que estaba en su salsa. Los puntos cada vez más largos y enredados le beneficiaban. Muguruza pasó de hacer 23 'winners' en el primer set a sólo diez en el segundo.
Sin chispa ni capacidad de reacción, también se le veía alicaída al inicio de la última manga. Ya no dominaba con su derecha ni con su revés cruzado. Ya no llegaba a la bola con tanta facilidad como para destrozarla. Al contrario. Había aceptado poco a poco que los puntos tenían que ser más largos, que su capacidad destructiva iba cuesta abajo. Su saque apenas le daba puntos gratis. La crisis era grave. Y eso que apareció algún que otro brote verde, como su revés, que le hizo pasar del 4-1 al 4-4. Pero fue engordar para morir. Un esfuerzo enorme para nada, porque en el momento clave Radwanska volvió a sobresalir. Garbiñe se había desinflado. Estaba pagando los errores de su juventud.
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