La bomba Irribarria estalla en Bilbao

Nadie ha sido capaz, en cinco partidos, de endosarle más de 14 tantos al guipuzcoano. Es decir, nadie le ha tosido a un chaval que debutó como profesional hace poco más de un año y que a sus 19 primaveras se ha convertido en el campeón manomanista más joven de la historia. Datos, cifras, números... Pero lo que importan son las sensaciones. Y esas dictaminan que Irribarria no es de este mundo. Golpea más lejos que nadie, imprime más velocidad a todos sus pelotazos y falla menos. Ha sido, hasta ahora, el incontestable dominador de un campeonato que comenzó con dudas y se ha cerrado con esperanzas. Hay relevo generacional e Irribarria porta la bandera que otros deberán intentar arrebatarle en los próximos torneos. Irujo, Olaizola, Urrutikoetxea y Bengoetxea tienen que estar temblando.

La final de ayer fue la prueba palmaria de que la revolución es un hecho. Ya no hay orden establecido ni escalafón. Irribarria debía de partir nervioso, intranquilo y tenso. Sus 19 años y su primera gran oportunidad parecían obligarle a ello. Pero no. Salió, como siempre en este torneo, a matar. Con el saque de su lado, golpeó y golpeó hasta clavarle una dejada al rincón a Urrutikoetxea. Pólvora.

Respondió el vizcaíno, pero Irribarria no se amilanó. El 2-1 lo selló llegando a una pelota imposible y no sólo llevando la pelota al negro frontis, sino firmando una apertura de libro. El público ya se ponía en pie. Y quedaba lo mejor. Un tramo sensacional del guipuzcoano de ascendencia riojana que colocó el tanteador en 9-2, dejando un golpe larguísimo combinado con una dejada (5-2). Irribarria perfeccionaba su juego: pegar y pegar hasta romper. Y, entonces, sólo entonces, jugársela.

Pero Urrutikoetxea, el actual campeón, tiene mucha pelota dentro. Y lo demostró entonces, reaccionando y acercándose hasta el 11-8. Pero Irribarria respondió con un violento dos paredes ejecutado con la zurda (12-8).

El encuentro, entonces, cayó de intensidad y se multiplicaron los errores. Fue un tramo malo, con cuatro errores consecutivos y diversos: sotamanos arriba y al suelo, un gancho abajo... y 14-10.

Todavía la diferencia era sustanciosa. Pero había que salir del lodo en el que se estaba enfangando el encuentro. Y el que lo hizo fue el más joven. El novato sacó arte y arrojo para dibujar un buen gancho y una carambola tras un espectacular salto para restar de aire (el segundo del partido).

Con 16-11 faltaba rematar la faena, pero Urrutikoetxea no vendía su piel. Estorbó al joven en el 16-12, pero se llevó el tanto, e Irribarria entregó su último regalo: una pelota que salió de pared le descolocó y la tiró al suelo.

A tiro de tres, la final parecía abierta. Pero Irribarria, tan cerca del fieltro de la chapela, no se amilanó. El vizcaíno, por contra, termómetro de fiabilidad, perdió confianza. Falló y se vio castigado en el saque. Los golpes le caían sin saber de dónde. Irribarria lanzaba dejadas y superaba a su rival por arriba (20-13). Una cortada desde muy lejos y un fallo del vizcaíno cerraban el choque. Adiós a la jerarquía. Bienvenida la anarquía. La pelota tiene un nuevo campeón: Iker Irribarria. El nieto del alberitense Napoleón, que emigró a Guipúzcoa a buscar una vida mejor. Su nieto la ha encontrado con esfuerzo, pasión y golpe. Ahora, la bomba Irribarria sólo tiene un techo: aguantar para marcar una época en la pelota.