Los actores protagonistas acostumbrados a los focos suelen pasarlo regular cuando se convierten en secundarios de lujo. Solo hay que ver algunas de las últimas actuaciones de mitos del celuloide como Al Pacino o Robert De Niro, que ahora viven de lo que fueron y ... solo en puntuales ocasiones deslumbran con el lustre pasado. En el deporte pasa algo muy similar. Por edad, es habitual que los que antaño reinaron vayan siendo superados por los que crecieron viéndoles triunfar. Pasó con Fernando Alonso, que ahora, mal que pese, ha tenido un último canto de cisne y la retirada definitiva suena más que nunca, y está pasando con Lewis Hamilton.
Si hay una fecha en la que se puede hablar del comienzo de la caída del titán de Stevenage, esa es la del 12 de diciembre de 2021, el día en el que Max Verstappen conquistó el primero de los, de momento, tres títulos mundiales que ha conquistado. El neerlandés hizo hincar la rodilla al piloto que había logrado todos los récords, aplastando con un martillo digno de ser comparado con el legendario Mjolnir nórdico todas y cada una de las plusmarcas. Es el piloto con más victorias, más poles y más podios, entre otros hitos, y empatado con el recordado Michael Schumacher, quien por sus circunstancias, no está claro si es consciente de que le han igualado en títulos.
Hamilton lo fue todo y ahora vive su última temporada en la escuadra donde se esculpió su propio David de Miguel Ángel, a imagen y semejanza propias, hasta el punto de erigirse en bandera de la igualdad y la inclusión en el mundo del deporte. Llegó a poner en su puño a toda la Fórmula 1 para que claudicase a sus deseos, antes de ser consciente de que por detrás venía otro candidato a ceñirse la corona.
Tres años después de aquella última vuelta en Abu Dabi en la que Verstappen le arrebató el que venía a ser su octavo título y la inmortalidad deportiva, Hamilton afronta su última campaña con Mercedes. Y no lo hace a lo grande, ni mucho menos. A diferencia de Schumacher en su primera retirada, cuando Alonso le ganó dos títulos pero él aún peleó hasta la última carrera por evitarlo, Hamilton está muy lejos ahora mismo de poder presentarle batalla a Verstappen. Solo hay que ver cómo su compañero, un más que decente George Russell pero aún sin nada que le permita ser considerado un grande, va camino de volver a derrotarle. Después de batirle en las tres primeras clasificaciones y las dos primeras carreras del año, nadie puede verse sorprendido por ver cómo Hamilton empieza a pensar cada vez más en rojo que en plateado.
Esto no significa que a Hamilton haya que darle por muerto deportivamente, ni mucho menos, pero las circunstancias no le son propicias. Sin llegar a ver un Hamilton crepuscular como sí lo está siendo este 2024 de su gran primer rival, Alonso, para el británico es una campaña de paso. Es casi un necesario peaje antes de vestirse con el escudo del Cavallino Rampante en el pecho, el que más pesa de la Fórmula 1 por todo el legado que arrastra.
El imperio Mercedes
Como ya sabe que tiene su futuro lejos de Brackley, sede de Mercedes, a Hamilton ya no le duelen prendas en hablar públicamente de lo que considera un proyecto fallido. Su derrota en la clasificación de Australia, donde nunca había caído antes de llegar a la Q3, le hizo estallar de manera pública y más que elocuente. «Es uno de los peores coches que he pilotado», dijo Hamilton sobre el W15.
No puede caer en saco roto para nadie, incluida Mercedes, que está sondeando el mercado para ver a quién coloca en los zapatos del piloto que les permitió convertirse en un imperio de proporciones casi nunca vistas en el deporte mundial. Toto Wolff, cada vez más señalado por su nefasta gestión, tantea a los que le aceptan las llamadas: desde Fernando Alonso (ese café en Mónaco con Flavio Briatore no es casual) hasta Carlos Sainz, la víctima del movimiento de Hamilton a Maranello. Pero mientras, al heptacampeón del mundo le pesa cada vez más un dato: lleva desde el GP de Arabia Saudí de 2021 sin ganar una carrera. Y al que se ha acostumbrado al sabor del champán, cualquier agua le sabe a vinagre.
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