«Corres para Ferrari, ganas para Ferrari». Esta es una máxima que todos los pilotos que defienden el Cavallino Rampante sobre campo de oro deben tener clara. Sus nombres se vuelven irrelevantes cuando se ponen en el pecho ese legendario emblema, bien sean los Mika ... Salo de turno, bien sea el mismísimo Michael Schumacher. Habrá campeones de muchos otros equipos, pero quien lo logra con Ferrari alcanza un pequeño escalón más en la historia del automovilismo.
El peso de la leyenda no siempre acompaña a la suerte o a los flujos competitivos del destino. Pilotos de la talla de Fernando Alonso o Sebastian Vettel, por citar a los dos últimos campeones del mundo que llegaron a Maranello, se despidieron de los coches rojos sin haber logrado el ansiado título y dejando un cierto regusto amargo. La exigencia de los 'tifosi' y del entorno es máxima, tanto en cuanto Ferrari es motivo de orgullo nacional. No es casual que las altas esferas del Ejecutivo de Roma estuvieran presentes este domingo en Monza, con la mismísima Giorgia Meloni encabezando la comitiva.
Es por eso que el podio de Carlos Sainz, y la manera de lograrlo, sabe a mucho más. El piloto español no ganó porque en la actual Fórmula 1 es prácticamente imposible merced a un Max Verstappen empeñado en canibalizar todos los récords posibles. Es un agujero negro: si puede ganar, ganará; si puede aplastar, aplastará. Sainz le resistió 15 vueltas como la liebre que resiste al lobo en medio del monte, consciente de que solo un golpe de fortuna podría evitar su final.
Y así fue su carrera: de resistencia. No deja de ser ciertamente elocuente que llevaran una decoración en honor a los ganadores de las 24 Horas de Le Mans, dado que Sainz tuvo que aguantar tiros desde todos los flancos. Incluido desde su propio muro.
La difícil convivencia en Maranello
Todos los pilotos de la Fórmula 1 quieren ganar, es una obviedad, pero no todos quieren hacerlo de cualquier manera. Algunos prefieren hacerlo en justa batalla en la pista más allá de lo que ocurra con las estrategias en el muro, los llamados 'carreristas', y otros apuestan por ganar a cualquier precio.
Charles Leclerc es consciente de que el apodo que le han puesto, 'Il Predestinato', no es solo un juego de palabras muy jugoso de la volcánica prensa italiana. Sabe que las altas esferas de Ferrari apuestan por él a ciegas, con apellidos como Elkann firmando algunas de las instrucciones que reciben luego los responsables del equipo. Fred Vasseur, el jefe de la Scuderia fichado para acomodar el paso que impulsó el defenestrado Mattia Binotto, no va a protestar lo que le manden de arriba, aunque ello implique golpear con guante de seda a su otro piloto.
Se explica regular el 'laissez faire' (dejar hacer) que impulsaron los responsables de Ferrari en Monza con sus dos pilotos. Sainz y Leclerc se vieron pugnando por el tercer puesto en las últimas vueltas de carrera cuando desde el muro dijeron que podían luchar entre ellos, pero sin asumir riesgos. Es como dejar a un niño que coja una escopeta y decirle que tenga cuidado de no apretar el gatillo. Leclerc fue libre para asomar el morro a Sainz, y este a su vez para defenderse. Los miles de 'tifosi' en la grada contenían el aliento, conscientes de que la falta de un mando útil en el muro podía costarles el abandono de sus dos pilotos.
Finalmente no llegó la sangre al río, pero Sainz se vio defendiéndose de su propio compañero cuando en otras carreras a él mismo le refrenaron. ¿Por qué en unas ocasiones prefieren mantener posiciones y en otras apuestan por dejar hacer a sus pilotos? ¿Con qué barajas juegan en Ferrari? Se hace muy difícil no pensar en un favoritismo hacia uno de los lados, máxime cuando la moneda siempre cae hacia el mismo lado de manera constante. La labor de los gestores de Ferrari (que no son los mismos que a principio de temporada) queda muy en entredicho cuando uno de sus pilotos tiene que sacar el escudo no solo contra el fuego enemigo, sino también contra el fuego amigo.
La anécdota del intento de robo del reloj a su salida del hotel fue el culmen a un fin de semana a la defensiva. Sainz y un grupo de amigos tuvieron que retener durante un rato a un ladrón que le abordó para robarle un reloj valorado en 300.000 euros. Los facinerosos no eligieron un buen fin de semana para intentar romper el escudo (también mental) de Carlos Sainz.
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