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David Sánchez de Castro
Sábado, 23 de diciembre 2023, 12:29
Lo que ha logrado Max Verstappen en el año 2023 que ya se extingue habla por sí mismo. Sus estadísticas son tan demoledoras que solo se especula si podrá superarlas en 2024, o si alguien será capaz de superar semejantes marcas. Hay que remontarse a ... los años casi mitológicos de Michael Schumacher en Ferrari o de la dupla Senna/McLaren para ver cifras similares: 19 victorias en 22 carreras (un 86,4%), 12 poles, 9 vueltas rápidas, 21 podios (solo se le escapó el GP de Singapur), 1.003 vueltas en cabeza (tres de cada cuatro disputadas)…
Los guarismos logrados por el tricampeón neerlandés se escapan a cualquier tipo de análisis que no se resuma en que él y Red Bull han logrado una comunión perfecta. Ni siquiera la reciente era de gloria de Lewis Hamilton con Mercedes se puede asemejar, siendo aún así un imperio aplastante sobre el resto.Red Bull ha ganado 21 de las 22 carreras y se ha subido al podio en otros tantos grandes premios con, al menos, uno de sus dos pilotos. Sergio Pérez ha sido arrasado sin piedad, humillado deportivamente hasta límites que otros no soportarían y soportado hasta fronteras que muchos jefes de equipo no aguantarían. Solo la citada prueba en Singapur se escapó. La diferencia entre el equipo ganador y el resto ha sido impensable.
Sin embargo, el equipo de las bebidas energéticas no podrá decir que tuvieron un año perfecto. Como una aldea gala, en este caso fue italiana: el doblete en Singapur, con la victoria de Carlos Sainz, dejó sin el pleno a Verstappen y sus huestes. Fue el punto álgido del año para los españoles que, sin embargo, tuvieron a Fernando Alonso a su mayor ilusión del año.
Fernando Alonso es uno de esos deportistas que se escapan a la comprensión. Pocos explican cómo, a sus 42 años, se mantiene a un nivel de forma que asusta a sus rivales y admira a su legión de seguidores, que abarcan ya varias generaciones. Al mismísimo Max Verstappen le falta postrarse ante el asturiano, algo que se ve perfectamente en eso que se ha venido a conocer como el podcast de Verstappen por sus charlas en los antepodios de esta temporada.
Alonso ha sido el primer piloto después de los de Red Bull en número de veces en el cajón. Ocho veces se bañó en champán este año, superando la marca de los 100 en su carrera deportiva y otorgando a sus fans domingos de gloria que no se veían desde los añorados tiempos de la Ferrari candidata al título. Baréin, Arabia, Australia y Miami dieron un arranque inusitado, y Mónaco, con ese segundo puesto, fue el punto más cercano a lograr el Santo Grial que se sigue escapando: la '33'. Eran intermedios lo que tenía que haber puesto Aston Martin en el coche de Alonso en esa penúltima parada en las calles mojadas del Principado.
De no haber fallado (y Aston Martin no lo ha hecho como otros en el aspecto estratégico) ahí, quizá otro gallo hubiera cantado.Pero algo pasó. Tras volver al segundo puesto en Canadá, el AMR23 dejó de ser el único coche que se acercaba al Red Bull RB19 para ir hundiéndose poco a poco. El camino del desarrollo se frenó en seco, y una más que discutible decisión de la FIA con sus alerones delanteros (algo que a Red Bull también advirtieron, pero que no les afectó tanto) les hizo salirse del camino. Paralelamente, McLaren pasaba de tener un hierro que pugnaba por puntuar a ser candidato constante a podio.
La opacidad con la que se ha gestionado esta decisión daría, como ha dado, para innumerables teorías a cada cual más conspiranoica.Pero el podio de Brasil, y sobre todo la manera de lograrlo, demostró que Alonso sigue muy vivo. Que es el primero de los españoles en una Fórmula 1 de la que él es el último samurái, que se adapta a cada cambio del viento normativo como buenamente puede.
Los últimos estertores de su carrera en Fórmula 1 se están alargando mucho más de lo que sus críticos están tragando, pero se acerca inexorablemente el final. Aston Martin le ha devuelto la ilusión y la frontera de 2026, con el cambio normativo que conlleva, apunta a ser un momento idóneo. Pero solo él tiene la llave de su jubilación que, de momento, nadie osa pedirle.
Se hace difícil explicar cómo puede ser que Carlos Sainz haya acabado fuera del 'top 5' de la temporada, siendo el único piloto sin un Red Bull que ha ganado en 2023. Ferrari, la ciclotímica escudería con la que todos sueñan competir, ejemplificó en este año su eterno problema de gestión.
El madrileño ha tenido que tirar de indisciplina, hasta el punto de que la cuestionable sanción de Las Vegas por una alcantarilla mal fijada y el desastre de Abu Dabi por una paupérrima decisión desde el muro le mandaron al séptimo final. 'Il Predestinato' Leclerc, el piloto de las poles desperdiciadas, solo ha podido sacarle seis puntos al final pese a sumar el doble de podios. Pero en 2024 a Sainz ya no se le perdonará ni una.
La aplastante temporada de Red Bull y Max Verstappen ponen en un aprieto a la propia Fórmula 1: ¿cómo evitar que vuelva a pasar lo mismo en 2024? Lo que viene a ser popularmente la pregunta del millón.La temporada de récord que ha dejado el enorme piloto neerlandés habla muy bien no solo de su propio trabajo o del de su equipo, liderados por el (falso) autónomo Adrian Newey que ha vuelto a crear con su libreta una obra de arte de ingeniería.
El problema es que ha puesto en un brete al gran circo y sus organizadores si pretenden mantener o potencia en el negocio.Se explica muy regular ante el aficionado desde los altavoces de las televisiones con derechos, especialmente el neófito y recién llegado a la competición, que ya a estas alturas de 2023 se pueda apostar sin mucho riesgo que el resultado de la temporada 2024 variará muy poco a lo visto este año. La congelación normativa para la próxima campaña hace probable que vuelva a ser Verstappen el campeón y que Red Bull apuntale otro año de dominio.
La gran duda está entonces en saber quiénes pueden seguirles o acompañarles en los podios.Se enfrenta ahora la competición a un dilema moral serio: establecer límites, penalizaciones de algún tipo a Red Bull o beneficios injustos al resto o aceptar que la posibilidad de competencia es escasa. Se juegan mucho, tanto en lo económico como en lo popular pero la decisión es peliaguda y, en una dirección u otra, será siempre muy criticada.
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