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Todo en la vida de Jordi Ribera rezuma balonmano. Hasta la localidad que le vio nacer en 1963, el municipio gerundense de Sarrià de Ter, respira las esencias de este deporte por los cuatro costados. Con poco más de 5.000 habitantes, la cuna del ... seleccionador español presume de contar con la Unió Esportiva Sarrià, un club que actualmente milita en la Primera Nacional, la tercera categoría del balonmano español, pero cuida con mimo su tradición de cantera. 'Poble, passió, handbol' (Pueblo, pasión, balonmano) reza el lema de la institución. Un símbolo.
Allí comenzó el joven Ribera a labrar su libreto particular sobre el deporte del 40x20. Contaba con apenas 26 años cuando se le abrieron por primera vez las puertas del balonmano de primer nivel. Fue en Eibar, en el Arrate, donde entrenó entre 1989 y 1992, antes de hacer las maletas y emprender la aventura de dirigir al Gáldar, un proyecto fundamental para entender su desarrollo como entrenador.
En la isla de Gran Canaria se convirtió en un clásico de los banquillos de la Liga Asobal durante más de una década, jalonada con las cotas más altas en la historia del club. A lo largo de once campañas de presencia ininterrumpida en la máxima categoría, el equipo grancanario fue temido en su pabellón y llegó a alcanzar incluso un cuarto puesto en el curso 2000-01, todo un hito que le abrió las puertas de Europa en la temporada siguiente. Ribera cultivó allí un estilo de juego propio, la pasión por el trabajo con la gente joven y el descubrimiento de nuevos talentos. Uno de ellos, Dani Sarmiento, ejercería años después como su prolongación sobre el parqué con los Hispanos.
Aquella bonita historia del Gáldar concluyó de forma abrupta en el verano de 2003, con la desaparición del club por problemas económicos. Por desgracia, un trauma demasiado habitual en el balonmano español, y eso que los años más duros aún no habían llegado. Jordi Ribera continuó entonces su periplo Asobal en el banquillo de un histórico, el Bidasoa de Irún, todo un campeón de Europa en 1995 que entonces comenzaba un periodo de vacas flacas que poco después acabaría con los huesos del club de Artaleku en la División de Honor Plata. Apenas un año en tierras guipuzcoanas y en busca de nuevos horizontes lejanos, otro clásico en tantos profesionales del balonmano español.
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José Manuel Andrés
José Manuel Andrés
Se abría una etapa fundamental para entender su figura, la de desarrollo del balonmano latinoamericano. Primero con la selección de Argentina, de 2004 a 2005, y luego ya en Brasil, un gigante dormido al que el profesor de Sarrià dotó de una metodología que hoy le permite mirar cara a cara a selecciones del Viejo Continente que entonces se situaban a años luz. Y es que Ribera no es un entrenador al uso. En Brasil recorrió las abismales distancias que separan algunos de los estados del país en busca de talentos y asesoró a los dirigentes de la federación nacional para crear una estructura acorde para este deporte.
Solo la llamada de un grande le separó de un proyecto tan querido, al que se dedicó en cuerpo y alma durante años. El desafío del Ademar de León en el verano de 2007, tras la salida rumbo al Barça de Manolo Cadenas, mucho más que un simple entrenador, era para intimidar a cualquiera, pues suponía tratar de llenar un vacío difícil de asumir. Sin embargo, el hombre tranquilo acabó conquistando a toda la numerosa y exigente afición leonesa en cuatro temporadas que dejaron la presencia regular del equipo en la Champions y el que hasta ahora es el último título del club: la Copa Asobal 2009.
En 2012 retomó su trabajo al frente de la selección brasileña, forjando cada vez más jugadores de nivel para el balonmano europeo. Sin embargo, lo mejor estaba por llegar. Otra vez en sustitución de Cadenas, como en el Ademar años antes. En 2016, después del trauma de quedarse fuera de los Juegos de Río, la selección española acudió en busca del auxilio del hombre metódico.
Tres décadas de carrera, de continua mejora y aprendizaje, para plantarse ante su gran oportunidad: el reto de guiar a los Hispanos en el ciclo olímpico hacia Tokio'20. No pudo hacerse con una medalla en el Mundial de Francia en 2017, la primera piedra de toque en el banquillo nacional. Cayó en cuartos ante Croacia, pero un año después, cambió la historia en el Europeo, con el primer oro continental de España tras cuatro dolorosas finales perdidas.
Repitió corona en 2020, un éxito solo al alcance de la intratable Suecia de los noventa, pero de nuevo quedó la espina de caer a las puertas de las medallas en el Mundial de Alemania y Dinamarca 2019, hasta ahora el último gran torneo en el que España no tocó metal.
El tercer Campeonato del Mundo de la era Ribera era una especie de reválida. Había una base todavía importante de los campeones en 2013: Raúl Entrerríos, Dani Sarmiento, Joan Cañellas, Viran Morros, Gedeón Guardiola, Jorge Maqueda o Aitor Ariño. También nuevas estrellas como los porteros Gonzalo Pérez de Vargas y Rodrigo Corrales, los Dujshebaev, Dani y Álex, o Ferran Solé. Esa mezcla propició un 2021 con dos bronces, el primero en el Mundial de Egipto 2021 y meses después en los Juegos Olímpicos de Tokio, postergados un año en el tiempo y que fueron el penúltimo sueño cumplido por Jordi Ribera.
Y es que el hombre paciente tenía otro reto por delante, esta vez con el horizonte en París. Tocaba despedir a clásicos como Raúl Entrerríos, el gran capitán, Sarmiento o Viran Morros, un pilar defensivo, pero el profesor ya se guardaba varios ases en la manga. Agustín Casado, Ian Tarrafeta, Iñaki Peciña o Miguel Sánchez-Migallón han recogido el testigo de sus maestros con igual tino y dos preseas más: la plata en el Europeo de Hungría y Eslovaquia 2022 y el bronce del Mundial de Polonia y Suecia, recién salido del horno.
Para Jordi no hay descanso, el balonmano es su vida. Desde hoy ya trabaja en la preparación del Europeo de Alemania 2024, la última gran cita antes de los Juegos de París de ese mismo año. España tiene que ganarse todavía su plaza, ya sea conquistando la corona continental o a través de un torneo preolímpico al que tiene derecho. Los retos no se acaban para los Hispanos, que además del talento y el carácter competitivo siempre cuentan con una instrucción pausada, un análisis que va más allá y la pizarra que nunca se agota. El hombre tranquilo que siempre esconde una solución mira de reojo a París. En la capital francesa aguarda el gran sueño, derribar la última barrera del balonmano español con un oro olímpico.
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