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Sabine COLPART
Lunes, 15 de junio 2015, 19:12
Gritos hostiles, pulgares hacia abajo como signo de la muerte y deportistas que se mueven escoltados por el miedo. Esta es la atmósfera en la que vive el equipo armenio de los Juegos Europeos de Azerbaiyán, debido al interminable conflicto armado que enfrenta a los ... dos países.
"No es fácil participar en una competición en estas condiciones. Pero esperamos que el paso que hemos dado sirva para mejorar las relaciones entre los dos países. Armenia ha dado un gran paso hacia adelante por la paz", señaló Karen Giloyam, uno de los responsables del equipo. Los 25 miembros del combinado armenio han entrado en terreno difícil para ellos, Azerbaiyán, para competir en la primera edición de la competición continental.
Ambos países se disputan desde hace 25 años la región de Nagorny Karabakh, en un conflicto que se ha cobrado 30.000 muertos. El odio entre los dos pueblos es muy profundo. El tono de lo que iba a suceder se palpó por primera vez en la ceremonia de inauguración. La delegación de Armenia, sin deportistas y únicamente compuesta por oficiales, entró en el estadio entre silbidos y abucheos. El primer encuentro deportivo entre un armenio y un azerbaiyano no dejó lugar a la duda. Ocurrió en la lucha, una disciplina que es pasión en ambos bandos.
En la pelea por el bronce en grecorromana (59 kg.), el local Elman Muhtarov batió a Roman Amoyan, abucheado durante todo el combate, que se marchó mostrando el dedo pulgar hacia abajo, el antiguo símbolo de la muerte. Los luchadores armenios están sometidos a una fuerte presión en Bakú. Se mueven escoltados por guardaespaldas, incluso cuando terminan de competir. Su autobús también viaja acompañado de dos coches de seguridad.
Un miembro de la organización señaló que todos los voluntarios locales de la competición rechazaron ser asignados al equipo armenio. Fueron tres rusos y un suizo los que finalmente aceptaron el encargo. "No salimos nunca, nos quedamos en la villa por razones de seguridad", señala Giloyam. Nacido en Armenia, el luchador Artak Margaryan llegó a Francia con 12 años y se naconalizó. Ahora con 25 compite para su país de adopción, pero no se libra de ser considerado un enemigo.
"Tengo miedo. Y no tengo miedo de alguien... ¡Tengo miedo de todo un pueblo!", señala Margaryan. "Nunca se sabe, si me encuentro con los padres de un soldado que ha sido matado en la frontera... En 2007 fueron los Mundiales en Bakú y los luchadores armenios recibieron botellazos en la cabeza", explica el luchador, que ha pedido no quedarse solo nunca en la habitación. A pesar de esta situación, el director de la organización de los Juegos, el británico Simon Clegg, es positivo: "Vistas las dificultades entre los dos países, el hecho de que Armenia participe demuestra el poder del deporte".
Algunas estrellas armenias de la lucha rechazaron pasar la frontera para competir en los Juegos Europeos. Fue el caso de dos medallistas en los Juegos de Londres 2012, Arsen Julfalakian y Artur Aleksanian. El primero no olvida lo que pasó en 2007: "Estábamos como prisioneros. Incluso para ir al baño. Estábamos aislados del público, no teníamos derecho a ir a la ciudad. Ponían una bandera turca sobre nuestro autobús para evitar cualquier ataque". En los deportistas que aceptaron recae la responsabilidad de abrir un camino hacia la paz en un clima de odio, incluso peligroso.
Migran Arutyunyan, eligió participar. El lunes, en la final de -66 kg. fue batido por el ruso Artem Surkov, apoyado con pasión por las 7.000 personas presentes, que le silbaron durante todo el combate. "Sabía que sería así cuando llegué. Es muy difícil combatir en estas condiciones. He terminado por no escuchar lo que gritan", dijo Arutyunyan. "Pero es muy importante estar aquí, para mi país y para mí. Armenia espera mucho de nuestra presencia".
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