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Javier Bragado
Miércoles, 11 de marzo 2015, 18:30
Hablar de críquet es describir Inglaterra. En un gigantesco campo los deportistas pueden dedicarse durante días a lanzar la pelota para alcanzar un palo o batearla con una madera fuera del césped en una complicada sucesión de interrupciones con enrevesadas reglas. «Es básicamente béisbol metido ... en Valium», se burlaba el cómico Robin Williams. Sin embargo, aunque discuten su invención con los flamencos es difícil encontrar una actividad que identifique más a la cultura de los caballeros del Támesis desde que fuera considerado como el deporte nacional en el siglo XVII. «Para nosotros el críquet era más que un juego, era un rezo al sol del verano», decía el poeta Edmund Blunden. «Es aburrimiento intercalado con momentos de terror primario», bromea el historiador Tom Holland, uno de los mayores defensores del juego con la madera de sauce. Holand, el autor que ha triunfado en el mundo editorial con la obra Rubicón, suele prestigiar su juego preferido repasando a otros intelectuales británicos como G. Wodehouse, Arthur Conan Doyle y J.M. Barrie, que fueron boleadores.
En el año 2015 no es difícil tropezarse con recintos en el centro de Londres -Lords Cricket Ground tiene una capacidad para 28.000 espectadores- o nativos que con una pinta en la mano pontifican sobre golpes y entradas. De ahí que la mala actuación de su equipo en el actual Mundial de críquet se haya tomado como una auténtica tragedia. No logrará cambiar el té el amargo sabor de boca de una despedida humillante: cuatro derrotas en cuatro partidos. Australia, Nueva Zelanda, Sri Lanka y Bangladesh -en ese orden- superaron a los representantes de la antigua metrópoli en la peor actuación de los ingleses desde que se celebrara la primera edición del torneo en 1975.
De nada ha servido que el evento se celebrara en el hemisferio sur, con Nueva Zelanda y Australia como anfitriones, o un pobre historial en un torneo en el que su última gran actuación aconteció en 1992 -fueron subcampeones-. Las palabras «desastre» y «humillación» se multiplicaron en los tabloides al perder por 15 carreras contra Bangladesh. Holland tuiteó durante el partido su decepción combinada con la flema británica: «Inglaterra necesita 20 (puntos). Yo anoté 23 con mi propio bate contra las damas de Shepperton. ¿Cómo puede ser tan difícil?».
A la hora de buscar explicaciones, se mira a la progresión de los países de la Commonwealth que han crecido con el amor por el críquet hasta superar con autoridad a los impulsores del juego. Aquellos que hasta ahora se sentían propietarios del juego ahora recogen derrotas y la última mancha nunca será borrada. «Merecen el desprecio, que sin duda se han ganado. El problema es el sistema, el problema es la cultura. El problema son los datos», escribió en The Spectator el analista escocés Alex Massie, quien culpa al excesivo profesionalismo, al análisis minucioso de las estadísticas y a la falta de creatividad.
Por supuesto, el cargo del seleccionador, Peter Moores, se tambalea, mientras él se escuda en el formato de partidos a un sólo día. «Entiendo que la gente pueda pensar que no soy el hombre adecuado, pero hay que tener una visión más amplia. Quiero continuar desesperadamente», clamó desde el otro lado del planeta para enfriar su regreso a casa. Todavía tiene tiempo para refugiarse. La selección inglesa está matemáticamente eliminada, pero le falta todavía un partido en su grupo contra Afganistán.Pero Holland ya tiene tan claro como sus compatriotas cómo se comportará en este Mundial: «Ahora apoyo a Bangladesh».
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