Secciones
Servicios
Destacamos
Fernando Miñana
Sábado, 7 de marzo 2015, 16:12
En la quinta ronda de la final de triple salto, avanzada la tarde en un caldeado O2 Arena tras el triunfo demoledor del ídolo local, el cuatrocentista Maslek, Pablo Torrijos, metió el pie a 21 centímetros de la tabla. Tres saltos y su cuerpo ... aterrizó en el foso a 17,04 metros. Un centímetro más que su histórico récord (17,03) de hace dos semanas, cuando se convirtió en el primer español en saltar 17 metros. Esa marca le colocaba primero en la final, pero no salió sonriendo, ni dando brincos de alegría, ni apretando el puño. Hizo una mueca y se fue a por su entrenador. En un rincón le esperaba Claudio Veneziano, el siciliano socarrón que lo primero que le dijo fue que aquel salto no había sido excelente.
A aquel apretón de Torri respondió Evora, dos tibias operadas, 30 años con una marca superior (17,15 y en el último 17,21). Torrijos y su entrenador se estrenaron con una medalla de plata, pero seguían dándole vueltas después a esos 21 centímetros que hubieran sumado un 17,25 de oro. En ninguno hemos tenido la suerte de ajustar bien, si no ahora estaríamos hablando de que Pablo es campeón de Europa.
Torrijos estaba feliz, pero no eufórico. Me ha dado rabia: no acababa de entrar y, la verdad, no he acabado de pillarle el punto a la pista. Pero, al menos, era consciente de que acababa de derribar otro mito. Ahora el triple deja de ser, al fin, la escoria de nuestro atletismo. Habla el saltador salido de Penyeta Roja, del colegio Diputación, la fructífera cantera de Castellón, de que ningún español había hecho nada en esta prueba. Pero él, cabeza fría, bien amueblada, ha venido para quedarse.
Llama la atención que esté tan centrado con 22 años. Veneziano, el técnico de Siracusa, confía en que siga así. Pablo es una persona muy simple y esto no le va a subir los humos. Ha sabido compaginar esta oleada mediática que se le ha venido encima tras el récord de España para seguir entrenando. Hay que resaltar su grandísima profesionalidad y el grado de exigencia tan alto que tiene. Torrijos quiere ser una estrella del atletismo y va a poner todo lo que esté de su parte para conseguirlo. Lo tiene clarísimo.
Otra plata, también con cierto acento italiano, llegó gracias a una mezcla de seda y acero, los que combina Indira Terrero, la velocista que corre como si no le costara, ligera, fluida, pero que también, como demostró en la última curva, puede ser fiera y valiente para meterse entre dos rivales por donde no cabía y ser capaz de protagonizar una remontada fabulosa que le llevó hasta la segunda plaza en la final de 400 con su mejor marca de la temporada (52.63), como Torrijos.
La atleta del Valencia Terra i Mar, su club, con su dulce acento cubano, explicó su maniobra con un frase rotunda. He pensado: Yo me meto aquí dentro y salgo por delante porque si no me voy atrás, y yo atrás no me quedo. Terrero, una habanera que se fugó en España para acabar en Valencia al calor de Rafa Blanquer, quien le proporcionó una vivienda, un sueldo y una nacionalización, y que ahora se prepara entre Venecia y Padua, como reconoció en una entrevista en el periódico La Nuova (Es mi nuevo entrenador, declaró), con Andrea Longo, ya tiene una medalla europea al aire libre (el pasado verano fue bronce en Zúrich) y en pista cubierta.
La jornada auguraba dos medallas más, pero ni Mechaal ni Beitia lo consiguieron. Jesús España tampoco, pero firmó otra de sus carreras ejemplares, de menos a más, calculando cada paso, para terminar cuarto (7:47.12, otra mejor marca del año) en una final de 3.000 que dominó de principio a fin el turco, aunque nacido en Kenia bajo el nombre de Stanley Kiprotich, Alí Kaya (7:38.42), el hombre que reventó al lenguaraz Adel Mechaal, el español -nació en Tetuán y vive en Palamós desde los cinco años- que se veía el más fuerte, que exhibía su poderío subiendo sus entrenamientos a YouTube, y que acabó pagando su atrevimiento. Aunque no se arrepiente. Nadie sabe qué hubiera pasado si no llego a arriesgar.
Ruth Beitia se quitó el disfraz de campeona el peor día posible, cuando defendía una de sus dos coronas continentales, la de campeona de Europa en pista cubierta. La santanderina, siempre tan fiable, de concursos tan limpios que tanta gloria le han dado, se fue enredando poco a poco hasta acabar sin respuesta en una final francamente asequible que se llevó la rusa Scholina (1,97) tras desempatar con la italiana Trost, la amiga de Beitia con quien, de broma, habían pactado que una de las dos sería campeona en Praga.
El primer tropiezo llegó en una altura sorprendente (1,85). Ahí empezaron sus penurias. Sus idas y venidas para corregir la marca que deja en el suelo y que le indica dónde empezar la carrera. Su cabeza diciendo que no. Su mente diciendo que sí. Los consejos de Ramón Torralbo. Pero no resolvía el acertijo. Sobre 1,90 cayó otro listón. Otra modificación. Y así toda la tarde. No he hecho ni un puñetero salto igual. Ha sido desesperante, se lamentaba tras acabar quinta en una final que siempre recordará que tuvo a su alcance. En 1,94 cedió otro nulo. Y en 1,97 acabó su competición.
La alegre Beitia amarraba las lágrimas. Ella, una atleta a punto de cumplir 36 años, detecta como nadie cuando has regalado una medalla. Es una experta, pues tiene once entre Europeos y Mundiales. Cinco en esta competición. Aún así intentaba rebuscar entre sus sentimientos algo a lo que cogerse. Así se consoló. Lo bueno es que me voy con ganas de seguir saltando. Aunque, sin poder contenerse, añadió. Pero me voy mosqueada.
España ya tiene 36 años y, aunque se ve bien, empieza a preparar su despedida porque echa de menos estar más tiempo con sus dos hijos y disfrutar de otros placeres de la vida que se le están escapando por su afición desmedida por el atletismo. No me veo corriendo con 40 años. Yo ya tengo calculado cuándo me retiraré, pero no lo quiero decir aún.
Los éxitos llegaron al final de una jornada que estaba torciéndose con saña. Era un día de grandes esperanzas y la mayoría se escurrieron. Las triplistas Ndoumbe (13,80) y Sarrapio (13,42) no pasaron a la final, Sancho fracasó en la altura (2,14), Diego Ruiz y Marc Alcalá dejaron el 1.500 sin un finalista español por primera vez desde 1979, Kevin López, que era el vigente subcampeón, y David Palacio, tampoco superaron las semifinales de 800, y el prometedor Jorge Ureña, después de deslumbrar en el heptatlón de Antequera con una gran marca en longitud (7,58), falló precisamente en la tercera prueba de las combinadas (6,88). Aunque al final del día elevó considerablemente su plusmarca en altura hasta 2,04. El alicantino espera sumar la octava plaza de finalista para España, que, salvo sorpresa de Ángel David Rodríguez (se metió en las semifinales de los 60 con su mejor marca del año, 6.65), acabará con ese registro y las dos medallas de plata. Un retroceso.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.