Secciones
Servicios
Destacamos
fernando miñana
Lunes, 2 de febrero 2015, 10:21
Los aficionados al fútbol americano deben dar las gracias cada día a que el viejo Thomas Brady, «el original Tom Brady», como le gusta dejar claro al padre de esta estrella del deporte estadounidense, decidiera abandonar el seminario en el que ingresó de joven para ... convertirse en consultor inmobiliario, casarse y tener cuatro hijos: tres chicas y, el último, al fin, un chaval, el pequeño Tommy, que creció a la sombra de sus hermanas mayores, notables deportistas, porque él no pasaba de jugador ramplón con un bate de béisbol en las manos. Décadas después, Tom Brady no el original, sino el vástago acaba de disputar su sexta Super Bowl en Phoenix, lo que no ha conseguido ningún otro quarterback en la historia de la NFL.
El californiano ha logrado su cuarto anillo, su cuarta Super Bowl en quince temporadas, tras ganar a los Seattle Seahawks, los antiguos propietarios del trofeo Vince Lombardi. Porque Tom Brady (San Mateo, California, 1977) es un veterano empeñado en demostrar no ya que es uno de los más grandes, sino que hay vida hasta los 40 y más allá.
Brady es el típico Golden Boy del deporte americano. Un personaje de película con una vida de superación que le ha colocado en la cresta del fútbol americano, con los bolsillos repletos de dólares y durmiendo al lado de una de las mujeres más deseadas del planeta, la supermodelo brasileña Gisele Bündchen. Todos los hombres envidian al quarterback de los New England Patriots, el jugador mejor pagado en la historia de la liga (cerca de 23 millones de euros por temporada), el guaperas de 1,93 que levanta pasiones. Por eso todos quieren ser Tom Brady.
Pero el californiano no siempre fue una rock and roll star. Su vida ha estado repleta de escollos, que ha salvado por pura obstinación. Siempre tuvo a otros quarterbacks por delante, pero los superó a todos. En el colegio, en la universidad de Michigan y, finalmente, en los Patriots. Entrenó más que nadie y se sacrificó para convertirse en el mejor. Aunque a veces se desesperara, como en sus dos primeros años en los Michigan Wolverines, donde se puso en manos de un psicólogo para sobreponerse a la suplencia. Ahí recibió un consejo que no ha olvidado: «Si fuera fácil, Tommy, no sería especial».
La familia Brady acudía regularmente a Candlestick Park para ver a los San Francisco 49ers y allí, un día de 1981, se enamoró perdidamente del fútbol americano. En aquel partido, el mítico Joe Montana conectó desde un lateral del campo un agónico pase con Dwight Clark que les dio el triunfo, una jugada para nostálgicos que se conoce como The Catch.
Aquel niño, hasta ese momento, estaba más interesado en animar a sus hermanas que en cualquier otra cosa: Maureen, la estrella del sóftbol un deporte muy similar al béisbol que a punto estuvo de ser olímpica; Julie, un talento del fútbol, y Nancy, que también destacaba entre bates y guantes. Nadie sospechaba en aquel momento que Tommy llegaría a ser una leyenda. Y lo logró porque se obsesionó con ser mejor que sus hermanas.
Ser el único chico tenía sus ventajas y sus desventajas. Le pintaban las uñas de los pies y cosas así, pero a cambio no tenía que hacer cola en el cuarto de baño y, sobre todo, disfrutaba de una casa donde siempre había alguna amiga de sus hermanas. «Era genial», recuerda. Pero más allá de rivalidades pueriles, Tom Brady está agradecido por el apoyo que ha recibido siempre de los suyos. Todos celebran los éxitos y lloran los fracasos, como aquella dolorosa derrota en la Super Bowl ante los Giants en 2008.
¿Estás enojado, hermano?
Brady, que había liderado sonadas remontadas con la universidad de Michigan, vivió uno de los peores momentos de su vida el día que participó en el draft de la NFL, como relata en el documental 'Brady 6'. No fue elegido en la primera ronda, ni en la segunda, ni en la tercera. En la cuarta empezó a preocuparse. Y en la quinta se desmoralizó y, totalmente abatido, le dijo a su padre que se marchaba a dar una vuelta por su barrio. Pero en la sexta ronda le eligieron los Patriots en el puesto 199. Quince años después, el tricampeón de la Super Bowl aún recuerda el nombre de los seis quarterbacks que salieron elegidos antes que él. En especial, a Giovanni Carmazzi, que se hizo con una taquilla en el vestuario que él tanto ansiaba, el de los 49ers. Alguno insinuó que Carmazzi podía ser el nuevo Montana, pero ni de lejos. Aquel atlético mariscal de campo ni siquiera debutó en la NFL y ahora vive en una granja con seis cabras.
El primer año en New England se lo pasó en el banquillo. Pero en el segundo, el quarterback titular, Drew Bledsoe, fue arrollado por un grandullón y le provocó una hemorragia interna. Brady no dejó escapar la oportunidad y a base de trabajo y talento, de su proverbial habilidad para leer las defensas rivales, de sus siete días de trabajo a la semana en sesiones de mañana y tarde, se convirtió en una leyenda que entrará en el Salón de la Fama en cuanto se retire.
Tom Brady pronto se convirtió en el niño bonito de la liga de fútbol americano. En el guaperas de exquisitos modales al que todo el mundo admiraba. Aunque también hay quien afirma que es todo fachada. Como el cornerback Richard Sherman, que le espetó la ya célebre frase «You mad bro?» (¿Estás enojado hermano?), después de que el quarterback le dijera de todo durante un partido. «Pienso que hay gente que tiene una visión suave sobre Brady, de que es un tipo limpio que lo hace todo bien y nunca dice una mala palabra a nadie. Pero nosotros conocemos su otro lado», explicó Sherman a la cadena ESPN.
Tom Brady no siempre es la estrella del fútbol. Mucha gente lo ve simplemente como el marido de Gisele Bündchen, a quien conoció en 2006, después de abandonar a la actriz Bridget Moynahan, con quien tuvo un hijo. Luego llegó la supermodelo, la de los 35 millones anuales, la madre de dos niños más: Ben y Vivian Lake. La pareja se casó en una ceremonia íntima en Santa Mónica, donde ella vistió de Dolce&Gabanna, como sus tres perros. Aunque semanas después celebraron una fiesta más tumultuosa en Santa Teresa de Cóbano, la finca de Bündchen en Costa Rica, donde dos guardaespaldas dispararon contra el coche de unos paparazzi.
Tom y Gisele forman una pareja comercialmente muy interesante, como detectó Under Amour, la firma deportiva que les ha convertido en su imagen. Ambos están forrados. El matrimonio dejó hace dos años la mansión de 20 millones de dólares que tenían en Los Ángeles para vivir entre el apartamento de 14 millones del Midtown de Manhattan y el casoplón-fortaleza de 4.000 metros cuadrados de Brookline, cerca de Boston, donde también reside Robert Kraft, el dueño de los Pats, que le adora: «Físicamente es muy guapo, pero es más hermoso como ser humano».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.