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Pío García
Enviado especial a París
Jueves, 8 de agosto 2024, 01:00
En la zona mixta del complejo deportivo instalado en La Concorde, los periodistas no esperan a los ganadores de la clasificación de skate. Los ocho finalistas, casi todos adolescentes, pasan por allí sin que nadie les arrime un micrófono. Entonces aparece un señor no muy ... alto, sonriente, con el cuello arrugado y alguna mella en los dientes, vestido con una camiseta del equipo británico, y de pronto se prepara una revolución. Él pone cara de sorpresa, da un paso atrás, saca su móvil y hace una foto al barullo de periodistas que le tienden los micrófonos y las grabadoras. Se quita la visera y no para de reír. «Yo he venido aquí a pasármelo bien», proclama.
Andy MacDonald tiene 51 años. Aunque nació en Melrose, Massachusetts, compite por Gran Bretaña, la tierra de su padre. Ha formado equipo con Sky Brown y Lola Tambling, que acaban de cumplir los 16. Este miércoles por la mañana, MacDonald cogió su patín y se lanzó por las rampas feroces del skatepark de La Concorde. «Estaba nervioso sobre todo en la segunda ronda, cuando me puse a hacer un 'nollie heelflip'. ¡Ese truco lo inventé yo en el 94! Imagínate si me caigo», exclama. MacDonald es uno de los grandes mitos del skate callejero. Algunas de las acrobacias que él creó las repiten ahora esos ágiles jóvenes con huesos de goma que reciben las medallas olímpicas.
Cuando, después de hacer todos sus giros, el jurado le otorgó una puntuación baja (77.66), hubo un abucheo general en La Concorde. «Os puedo asegurar que no he mirado el marcador en toda la mañana. No me interesaba. Yo no estoy aquí por los puntos, sino por el hecho de estar aquí. Quería ser olímpico y vivir esta experiencia única. Un amigo mío dice que el mundo solo se junta por cuatro cosas: la carrera espacial, la ONU, la guerra y los Juegos Olímpicos. Y yo soy parte de los Juegos Olímpicos. Además -añade- cuando me casé hace 23 años con Rebecca le prometí que vendríamos con frecuencia a París». El hijo de Andy es dos años mayor que sus compañeras de equipo.
A MacDonald no le invitaron a los Juegos por sus antecedentes ni como homenaje a su trayectoria. Él se ganó la clasificación en los preolímpicos de Budapest. «El skate me da adrenalina, me da vida, es la fuente de la juventud», sentencia. Hay algo casi mesiánico en el entusiasmo con el que reivindica el viejo patinaje, un deporte que tiene más de colaboración que de competición. Confiesa que el otro día buscó como loco en la villa a Haohao, la skater más joven, una china de 11 años, para sacarse un selfi. «Eso es lo maravilloso de estar aquí; conocer la historia de todos», sentencia.
El sudafricano Dallas Oberholzer, último clasificado, comparte la misma visión evangélica del skate. Con su barba blanca y sus largas melenas rubias, Dallas, que acaba de cumplir 49 años, se pasea entre los atletas adolescentes como un chamán. Cuenta que una vez, en las selvas del Perú, estuvo a punto de devorarlo un jaguar y que, en otra ocasión, un mal viaje de ayahuasca le tuvo horas peleando con dragones. Aunque se graduó en Económicas, nunca ha tenido un trabajo corriente. El dinero que gana con los oficios más variados se lo gasta viajando por el mundo con su patín.
En su país ha montado una organización benéfica, Indigo Youth Movement, para ayudar a los niños desfavorecidos con la práctica del skate. «Antes, cuando nos caíamos y nos hacíamos daño -dijo en el USA Today-, nos metíamos debajo de un puente a fumar hierba. Ahora tenemos médicos y gracias a eso estoy aquí». Dallas, que ya estuvo en Tokio, teme que los Juegos conviertan el skate en algo «demasiado serio» y que la extrema competición perjudique a los niños que se lanzan a inventar trucos con una tabla.
En la frontera de los treinta años, Danny León, quizá el skater español más respetado, comparte esa preocupación: «Las nuevas generaciones se enfocan más en patinar para ir a los Juegos -lamenta-. No está mal, pero el skate es otra cosa. Es un estilo de vida. De los 21 compañeros con los que me he enfrentado hoy, los 21 pueden venir a mí casa cuando quieran. No me gustaría que esto se convirtiera en un deporte con tanta rivalidad como la Fórmula Uno o la MotoGP. El skate es amistad y aprender el uno del otro. Se está perdiendo la esencia y nuestro papel debe ser recuperarla». Más allá del oropel de las medallas, Andy, Dallas y Danny se han lanzado por las pistas de La Concorde para recordarles a sus compañeros adolescentes la vieja esencia de su deporte.
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