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J. m. cortizas
Sábado, 20 de agosto 2016, 00:32
Efectismo. Una ocasión en la que la imagen primó sobre los verdaderos intereses y necesidades del equipo. Loable interpretación española de la fe, del deseo de ganar al invencible. Pero poco inteligente quizá cuando todo apuntaba a que su guerra se producirá en la matinal ... dominical de Río, en pos del metal más alejado del oro. El mal ya estaba hecho con la pésima interpretación de Scariolo y su séquito en los dos partidos que abrieron su experiencia en el Carioca Arena 1. En ellos, ante Croacia y Brasil, España extravió las llaves del cofre del tesoro.
De haber cumplido con su ineludible obligación podría haberse preparado para buscar este quíntuple mortal con una serie de tirabuzones invertidos en una gran final contra el gigante made in USA. En ese hipotético escenario sí que merecería la pena todo: dejarse la piel al tratarse del último envite, buscar soluciones cabalísticas para intentar entorpecer, ralentizar, dificultar ese juego tan sencillo, elemental, básico que despliegan los discípulos del 'coach K'. Se mueven con la ventaja bestial que da una superioridad en el rebote que la aporta la raza. Contra algunos rasgos de la genética no hay antídoto. Cruel, pero real.
Queda muy bonito el halago que inundó al colectivo de Scariolo por haber mantenido el tipo ante Estados Unidos en la semifinal del sábado. Caer por seis puntos sin haber llegado a purgar sus pequeños deslices más allá de los trece puntos de demora es, desde luego, de un mérito mayúsculo porque los americanos nunca pudieron acabar de dejar de torcer el gesto ante la incomodidad que se encontraron en el camino. No es menos cierto que tampoco parecieron decidirse en ningún momento a engranar un par de marchas más, que las mantuvieron inactivas, con lo que posiblemente los guarismos se habrían alejado considerablemente.
Pero el meollo de la cuestión obliga a desandar parte del trecho, a reubicarse en la casilla de salida. Con Pau Gasol entre algodones por un problema muscular, España no limitó su 'modus operand'i. El quinteto de siempre, la misma 'minutada' para quienes cuentan con plenos poderes en la pizarra de Sergio Scariolo. El que más, lógicamente, el pívot que debutará en breve con los Spurs. ¿Inteligente? ¿Necesario? ¿Lógico? En menos de 40 horas, cuando se dirima el juicio por la medalla de bronce, esas incógnitas podrían quedar despejadas.
El caso es que el santboiano, como cabía esperar, acabó mostrando su imagen más humana, la del jugador con limitaciones cuando el físico se resiente. Pensar en él como un superhéroe es una soberana estupidez. Su calidad es epatante, nadie lo duda. El mejor jugador en la historia del basket español, poseedor de dos anillos NBA con incidencia directa en su conquista. Pero las piernas le duelen como a cualquier hijo de vecino. Le sobró gran parte de la segunda parte y sólo su pundonor e implicación lo disimularon.
Balones perdidos por querer ser un salvavidas que apenas flotaba, algún tapón recibido, pecado que no suele cometer. Sencillamente no podía. Y eso es lo de menos. Lo grave es que sobrevolaba la posibilidad de que se rompiera del todo. O de que el sobreesfuerzo al que fue sometido por decisión del seleccionador -a la que el jugador seguro que dio el visto bueno- puedan dejar a España más coja de lo necesario cuando pleitee por no bajarse del podio olímpico.
Y un dato extra. La mejor versión del equipo español el sábado se dio cuando llevó la batuta Sergio Llull, con Rubio, Rodríguez y Calderón agitando la toalla en el banco. Al menos fue el tramo en el que España se pareció más a cómo es en realidad.
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