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J. Gómez Peña
Viernes, 19 de agosto 2016, 09:18
Hace ya rato que ha llegado del vencedor de los 50 kilómetros marcha, el eslovaco Matej Toth (3h.40m.58s). Jesús García Bragado, puesto veinte, busca sombra. Agua. Sales. Camina tieso. Lento. Así habla, sin energía. No hay más cera, dice. La ha consumido toda. ... Tiene casi 47 años, fue campeón del mundo en 1993 y son sus séptimos Juegos. Los últimos. Era mi despedida. No quería llegar arrastrado. El orgullo del viejo campeón. Vengo de una lesión y he visto pronto mi límite. Se me han disparado las pulsaciones, relata. En medio de su discurso, para. Le viene una arcada. Se gira y vomita. Líquido. Vomita nada. Jesús, bebe poco a poco, le susurra un miembro de la selección, que le sostiene la cabeza y le pone una bolsa de hielo en el cuello. Bragado se incorpora: Bueno, ya estoy. Ahora que pasa a la reserva quiere enviar su mensaje: Me voy con la cabeza alta, sin haber caído en el lado oscuro. Habla del dopaje, la lacra de la marcha, el deporte más cruel.
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A la playa de Pontal, al oeste de Río de Janeiro, se viene a surfear. Pero esta mañana han instalado un campo de concentración ambulante. Abren la puerta. Salida de la prueba más abrasiva del atletismo: los 50 kilómetros marcha bajo un sol que taladra y una humedad que te vacía. Aparecen los atletas, con su perfil de holocausto. Tan flacos y consumidos. Y lo que les espera. La cámara de tortura. El francés de padres portugueses Yohann Diniz está loco. Suyo es el récord del mundo: 3 horas, 32 minutos y 33 segundos. Y también es suyo el primer ataque en la final olímpica. Suicida.
Es así. Un revolucionario que con 14 años se alistó en una asociación de extrema izquierda. Lucha a diario contra el Frente Nacional de Le Pen. Y corre como un camicace. Al poco, le da el primer retortijón. Suele pasarle. Así, con la diarrea cayéndole por las piernas, fue campeón de Europa en Zúrich, en 2014. En Pontal le ataca lo mismo. Las tripas. No para. Se caga encima. Las cámaras lo ven. Goteras marrones le tiñen hasta los tobillos.
Sigue. Tiene ventaja. Dicen en Francia que siempre falla en las grandes citas. Es cierto: ni es campeón del mundo ni olímpico, y ya tiene 36 años. Río es su ocasión. Pero al estómago no le vale con sus golpes bajos y le ataca por arriba. Arcadas. El calor obliga a hidratarse y tanto líquido marea al organismo. Diniz tiene que detenerse. Rinde el cuello sobre la valla, que hierve. Amaga el vómito, que no brota. Ha perdido tiempo y ve cómo le atrapa Dunfee. El canadiense le da una palmada. Vamos. Dinniz reacciona y le sigue un trecho. Poco. Camina vacío. Le cogen el japonés Arai y el eslovaco Toth. De los españoles hace tiempo que no hay noticias. García Bragado, mito incombustible de la marcha española, bastante tiene con resistir al lado de rivales que podrían ser sus hijos. Miguel Ángel López, que no pudo con los 20 kilómetros donde era el favorito, tampoco puede con los 50. Tiene que retirarse con los abductores machacados. He pasado en estos Juegos momentos horribles, pero hay que seguir adelante, se conjura el murciano.
El circuito no tiene salida. Cámara de gas: 25 vueltas de 2 kilómetros en paralelo a la playa. Diniz ya no cuenta. Para y continúa. Ya no le queda nada que echar. Dunfee parece el más resistente hasta que le supera el australiano Tallent. Otro palillo. En las cunetas, los voluntarios olímpicos corren con sillas de ruedas. Para un esloveno. Pálido. Se ha desplomado. Le cubren con toallas empapadas. Está inconsciente, con el cuello desnucado sobre un hombro. A su lado, un coreano cae como si le hubieran cortado los tobillos de un hachazo. Faltan sillas de ruedas. Mantas. Agua. Pontal es una carnicería. Y aún sigue la carrera.
Más de tres horas y media pateando dentro de un microondas. Toth caza a Tallent y le deja. Va a por el oro. Detrás, Dunfee y el japonés Arai avanzan codo con codo. Para uno será el bronce. El sol, inclemente, les obliga a ducharse continuamente con botellines de agua. Van empapados. Crispados. Algunos hasta hablan solos. Delirio. Y en eso, en plena pelea por el bronce, Dunfee hace un gesto extraño. Como un muñeco mecánico al que se le acaban las pilas. Una convulsión. Casi cae. Se recompone. Acelera y le viene otro mareo. El bronce se le va. Cruza el cuarto la meta, da dos pasos por la inercia y se rinde: hueco. Se derrumba. Boca abierta y desmadejado en el suelo. Inmóvil. Tienen que sacarlo en camilla. Tras él vienen en hilera el resto de los condenados, fantasmas de mirada perdida y piernas inseguras. Salieron de un campo de concentración y acaban en el hospital de campaña de la meta.
El japonés Arai, de 28 años, superó primero en los últimos dos kilómetros al canadiense Evan Dunfee, para luego lanzarse en un intento desesperado de superar a Tallent y hacerse con la segunda plaza, algo que al final no pudo lograr.
Dunfee, que terminó cuarto (3h41:38), batiendo el récord de Canadá, sufrió en ese último kilómetro y medio, tambaleándose y por momentos parecer que podía desmayarse y caer, para al final poder completar el recorrido con ese cuarto lugar.
El australiano Tallent, que había ganado el oro en 50 km de Londres-2012, después de que el vencedor ruso Serguey Kirdyapkin, fuera descalificado este año por dopaje, estuvo cerca de lograr su segundo título olímpico, esta vez entrando el primero en meta.
Pero el australiano de 31 años se tuvo que conformar con la plata, logrando su cuarta medalla olímpica, al haber conseguido en Pekín-2008 la plata en 50 km marcha y el bronce en 20 km.
Además tiene en su palmarés una plata en el Mundial de la disciplina de Pekín-2015 y dos bronces en los de Daegu-2011 y Moscú-2013.
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