Vila Autodromo.
OPINIÓN

Los últimos de Vila Autódromo

Más de 20.000 personas tuvieron que abandonar sus hogares en beneficio del proyecto Río 2016 y de las grandes constructoras brasileñas, ellos no quisieron

jON aGIRIANO

Miércoles, 17 de agosto 2016, 20:10

Están en un recodo de la explanada de la que parten los autobuses del Centro de Prensa del parque olímpico, junto a un río de aguas pestilentes. Son pequeños módulos prefabricados de color blanco, con sólo dos ventanucos y un depósito de agua, marca Fortalec, ... en el tejado. Los hay por millones en Brasil. Al primer vistazo, pueden confundirse con un grupo de casetas para los operarios de las obras cercanas. Al segundo, ya se empieza a sentir curiosidad. El lugar está vallado y varios militares, sentados bajo un toldillo de plástico azul, vigilan la entrada e impiden el paso a los curiosos. Inevitablemente, uno se acerca más y comprueba que en algunas casetas cuelgan pancartas. La memoria no se vende. Stop a los desalojos étnicos. Minha casa, minha briga (Mi casa, mi lucha).

Publicidad

Son mensajes que hablan de resistencia y sólo pueden despertar la curiosidad de los periodistas, por mucho que la actualidad de los Juegos nos devore cada día y muchas veces pasemos de largo sin leerlos. De manera que se hace obligado escribir de ese pequeño rincón vallado que no es un grupo de casetas de obreros, como pudiera parecer, sino lo poco que queda ya de la favela de Vila Autódromo, el gran símbolo de las protestas contra los desalojos que se vivieron en Río a partir de 2009, cuando se aprobó la construcción del anillo olímpico de Barra de Tijuca. Vivían entonces allí 824 familias. Gente muy pobre, llegada sobre todo del nordeste del país, que ganando terreno a la laguna de Jacarepaguá fue levantando sus casas: en su mayoría, pequeños bloques de ladrillo sin rasear y tejados de uralita, sin agua potable. Las calles eran de tierra y se convertían en barrizales cada vez que llovía.

Sin embargo, los habitantes de Vila Autódromo -el nombre le viene porque allí al lado discurría el antiguo circuito de Jacarepaguá-, hicieron algo más que levantar un barrio. Se convirtieron en un ejemplo de convivencia, en una verdadera comunidad. Lograron erradicar el narcotráfico y presumían orgullosos de ser una de las favelas más pacíficas de Río de Janeiro. Del ayuntamiento de la ciudad no tuvieron noticias hasta que, en 2009, funcionarios municipales fueron a verles. Les explicaron cuál iba a ser el proyecto urbanístico de cara a los Juegos Olímpicos y les prometieron buenas indemnizaciones por su reasentamiento.

Comenzó entonces una resistencia heroica liderada por el presidente de la Asociación de Moradores, Altair Guimarães. Fue una lucha larga y abocada a la derrota que dejó muchas heridas. La gran mayoría de las familias acabaron cediendo con el tiempo, mientras veían acercarse a sus casas las excavadoras, las grúas, los camiones y las tanquetas de la policía. Otros siguieron resistiendo. Se convirtieron en la pesadilla del alcalde de Río de Janeiro, Eduardo Paes, que cansado de negociar el reasentamiento firmó un decreto que consideraba el territorio de «utilidad pública» y abría la vía judicial para los desalojos. No iban a ser los únicos. En la ciudad más de 20.000 personas tuvieron que abandonar sus hogares en beneficio del proyecto Río 2016 y de las grandes constructoras brasileñas.

Al final, Vila Autódromo desapareció. Pero no del todo. Todavía quedan una veintena de familias, en sus pequeños módulos que se confunden con casetas de obra. Tal vez ese era el objetivo mientras durasen los Juegos. Que se produjera ese equívoco, que no brillara el último rescoldo de la resistencia de Vila Autódromo. Viéndolo cada día, uno lo asocia inevitablemente a la aldea de Asterix, en aquel rinconcito de Bretaña, rodeada de campeonatos romanos, que en este caso serían el gran aparcamiento de los autobuses olímpicos, las torres que acogen el Centro de Prensa y el hotel Marriot, y los diferentes pabellones deportivos. Es probable que esas últimas familias se acaben teniendo que marchar también y su desalojo definitivo se produzca cuando pasen los Juegos y el foco informativo se aleje de Río de Janeiro. Mientras tanto, es difícil no pensar en ellos como los héroes olímpicos de una resistencia que no ha querido cesar sabiendo que estaba condenada al fracaso. Pero era una cuestión de principios.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

¡Oferta 136 Aniversario!

Publicidad