Una final que trae grandes recuerdos

En barra la única sorpresa fue no ver al especialista holandés Zonderland en el pódium, en su ejercicio tuvo un fallo bastante arriesgado en la segunda de sus sueltas, pero por suerte pudo continuar de una manera impecable. El oro lo consiguió el veterano Hambunchen. Merecida medalla la de este gimnasta que a sus treinta años se coloca en el escalón más alto en unos Juegos Olímpicos. La plata fue de nuevo para Leiva, que se colgó su segundo metal en estos juegos; y tercero fue el joven inglés Wilson, un gimnasta con un futuro prometedor.

En la competición de las chicas no hubo sorpresas: las dos americanas, Biles y Raisman se adjudicaron los dos primeros puestos. El tercer puesto fue a para una gimnasta de las más jóvenes en esta final, la inglesa Tinkler, con una gran dificultad. Queda ovacionar a la gran Vanessa Ferrari, una de las gimnastas más veterana de esta competición, que a sus 25 años hizo un ejercicio increíble con pequeños fallos que la dejaron a las puertas del bronce olímpico.

Fue ver a las gimnastas de la final y emocionarme al pensar en Atenas 2004, en los momentos previos a empezar la competición: todas las gimnastas sin nervios, haciéndonos fotos, hablando con las demás gimnastas grandes recuerdos. Y después llegaba la hora de saltar a la pista. Un minuto y medio y terminan los Juegos. El pabellón lleno de seguidores y aficionados aplaudiendo y animando, banderas de todos los países... y te encuentras sola frente a las jueces que tienen la última palabra de lo que allí pase. Eso es una final olímpica. Es difícil de explicar lo que siente pero también difícil de olvidar esas emociones.

Se acaban los Juegos, muchos gimnastas pasarán a la historia y otros se conformarán con la satisfacción personal y de a ver participado en unos Juegos Olímpicos. Se cierra un ciclo, y empieza otro camino a Tokio 2020.