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Javier Beirán
Lunes, 15 de agosto 2016, 16:09
Dejando por un día el baloncesto, si antes de ayer hablaba de Rafa Nadal (de quien se podría decir lo mismo, palabra por palabra, después de la exhibición de ayer, a pesar de la derrota), me gustaría comentar también uno de esos episodios inolvidables que ... nos están dejando los Juegos Olímpicos.
Que Michael Phelps es una leyenda viva del olimpismo es algo indiscutible. En estos quintos juegos (cuartos arrasando) lo ha vuelto a demostrar. Las cifras las hemos escuchado en numerosas ocasiones estos días, pero sigue siendo igual de impactantes. Ha acumulado un total de 28 medallas olímpicas, 23 de oro. Ha batido el record del mundo en 39 ocasiones, 29 en pruebas individuales. En Río se ha subido a lo más alto del podio en cinco ocasiones, incluyendo dos pruebas individuales, además de una plata en 100m mariposa. Ayer se despedía entre lágrimas, agradecido y exultante, como más le hemos visto: siendo el más rápido en la piscina.
Hay que recordar que Michael Phelps vivió uno de los momentos más difíciles de su vida después de los Juegos de Londres, cuando se retiró y se sumió en una profunda crisis existencial de la que no rehúye hablar. Decidió volver en 2014, con dos años por delante para preparar la gran cita de Río y con el objetivo de ser el primer nadador en ganar una prueba individual con más de 30 años. El resto, ya es historia.
Sin embargo, me gustó la carrera de su única derrota en estos Juegos (por calificar de derrota un segundo puesto) en los 100m mariposa y no precisamente porque me guste verle perder. Se enfrentaba contra el húngaro Laszlo Cseh, el eterno rival por ser de su misma generación, y contra Chad le Clos, el brillante nadador sudafricano que dio la sorpresa y le quitó el oro a Phelps en Londres en los 200m mariposa. Tres grandes nombres además de un joven nadador de 21 años, Joseph Schooling, que había deslumbrado en las series preliminares.
La expectación era máxima y la carrera no desmereció ni un ápice. Para sorpresa de los asistentes, Joseph Schooling tomó ventaja desde el inicio y la mantuvo, brazada a brazada, durante los dos largos. Sus tres rivales quedaron literalmente un peldaño por debajo. Tanto el tiburón de Baltimore como Cseh y le Clos tocaron al mismo tiempo, componiendo un insólito podio de cuatro medallas, con Schooling dando el primer oro de la historia en natación a Singapur, y los tres favoritos abrazados en el segundo cajón.
Fue especialmente emocionante el paseo desde la piscina hasta el podio donde se pudo ver a un Phelps feliz, sonriente, hablando con Joseph Schooling. Schooling se hizo una foto con su ídolo diez años antes, siendo solo un niño. Ahora, no solo le había batido en una de sus pruebas reina, sino que charlaba con él mientras Phelps se reía pensando, quizá, que ya es hora de que vengan otros a escribir la historia, con la seguridad de que él ha dejado una huella imborrable.
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