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Laura Marta
Domingo, 14 de agosto 2016, 02:02
En la cuna, donde otros niños tienen peluches que los protegen de las pesadillas, Álvaro tenía un stick. Sus padres, jugadores de hockey, quisieron transmitirle su amor por este deporte. Sin saberlo, Álvaro estaba destinado a ser lo que es. Con 23 años, con las ... victorias ante Australia y Nueva Zelanda y la derrota contra Bélgica está creando sus propios recuerdos olímpicos. Ya no tendrá que imaginar los que creó su padre, José Antonio Iglesias Tono, en Seúl 88 y Barcelona 92. Sí, en esta familia, también el olimpismo se transmite en herencia.
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El padre perteneció a una generación que estableció las bases de los éxitos: quintos en los Juegos de casa, sus sucesores fueron plata en Atlanta 96. A Álvaro le pasa lo mismo. Tras la plata de Pekín y quedarse sin podio en Londres, en Río luchan ante Argentina (15.00 h) por un puesto en semifiinales para demostrar que España, sin apenas licencias ni grandes recursos, es la más grande en corazón y orgullo.
A la hora de la cena o de la comida, todo es hockey, críticas y consejos. «Que disfrute, pero que trate de hacer un buen resultado. Los Juegos te absorben, estás deseando vivirlos, y el aspecto deportivo lo aíslas. Me pasó en Seúl. En Barcelona ya no, dejé de lado la atmósfera que lo rodea. Llegar a Río es un premio, pero tiene que ir a por más». El hijo tomó nota: «Nos explicaron que unos holandeses fueron a tres Juegos: en los primeros hicieron un montón de fotos y quedaron últimos; en los segundos, menos fotos y fueron diploma; en los terceros no se hicieron fotos y se llevaron el oro. Eso estaría bien, ninguna foto...».
De Seúl a Río 2016, el hockey mantiene las reglas y la esencia, y sin embargo, parece otro deporte. «Es más físico. Se hacen difíciles los duros entrenamientos, pero llega a la competición y ves que todo tenía un por qué. Me han llevado a vivir esta experiencia», indica Álvaro. «Antes solo se podían hacer tres cambios, ahora entran y salen a toda velocidad. Son atletas», añade el padre. Lo que no ha cambiado es esa comunión en el vestuario español y su compromiso con los Juegos. No se pierde una cita desde el bronce de Roma 60. Deporte y pasión, une en las alegrías y más aún en las desgracias.«Yo entré de la sub 21 y era el más pequeño. Esperaba que me costase, pero qué va, he recibido un montón de ayuda incluso de aquellos con los que me jugaba el puesto», señala Álvaro. «Nosotros competíamos mucho pero ganábamos poco. Se hacía duro, pero estábamos muy unidos, luchábamos por todo. Barcelona fue un buen resultado, quintos después de muchos años malos. Es un grupo de amigos, con mucha solidaridad. Y eso también se transmite».
Son muchos los lazos familiares que se estrechan en el hockey español. Una seña de identidad que los padres no quieren perder y los hijos están deseando recibir. «Álvaro tiene de compañero a Roc Oliva, y en la selección femenina está Georgina. Yo jugué con su padre en Seúl». Una frase que queda en suspenso porque Jordi Oliva falleció hace dos años, sin poder ver a sus dos hijos manteniendo la tradición. Es el hockey, que marca de por vida y atraviesa el tiempo a través de la sangre. Álvaro todavía guarda el stick que lo acompañó en la cuna.
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