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J. Gómez Peña
Domingo, 7 de agosto 2016, 17:59
Cuando Michael Phelps salió de la clínica de Meadows donde durante mes y medio se desintoxicó de sus adicciones al alcohol y el juego, volvió a zambullirse a la piscina. Dos años antes, tras ser la estrella junto a Usain Bolt de los Juegos de ... Londres 2012, había anunciado su retirada. Fuera el agua perdió el rumbo. Y decidió regresa una última vez. A Río, ya con 31 años. ¿Será el mismo? Unos meses después de retornar a su vida acuática se alistó en los campeonatos estadounidenses, en San Antonio. Lejos de allí, en el Mundial, el sudafricano Chad Le Clos ganaba la prueba de 100 metros mariposa con 50.56. En San Antonio, Phelps paró el cronómetro en 50.45. Cuestión zanjada. Había vuelto. Aunque era distinto. «Amo otra vez este deporte», asegura. Ya no se siente encarcelado. Al volver le confesó a los suyos: «Aún no le he dado a este deporte todo lo que tengo». Por eso empieza justo ahora su último viaje olímpico: quiere más medallas aunque ya tenga más que nadie, 22. Y quiere nadar ante los ojos de su hijo, Booner, nacido el 5 de mayo, para que asista a su última misión. «Me gustaría ser el primer nadador mayor de 30 años que gana un título individual».
Aspira a tres: el de 200 mariposa, el de 200 estilos y el de 100 mariposa, donde puede pisar otro camino aún virgen: si logra ese oro encadenará cuatro en la misma prueba. Insólito. Como él. Phelps no regresa por dinero. Gana casi lo mismo sin ponerse el bañador. Cuando alcanzó en los Juegos Olímpicos de Londres las 22 medallas, su agente recibía a diario más de veinte ofertas para patrocinar al nadador de Baltimore. Firmas como Omega, Speedo, Louis Vuitton... Ha puesto su nombre hasta a una marca de cereales. La prensa estadounidense estima sus ingresos en unos cinco millones de euros, de sobra para vivir fuera del agua. Vuelve para disfrutar una última vez del deporte que se lo ha dado todo y que llegó a angustiarle. De Londres, pese a sus medallas y títulos, se fue cabizbajo. Los Juegos británicos le despidieron a lo grande, pero él se fue con un vacío. El alcohol y el póker llenaron ese hueco.
Tras meterse los dedos en la clínica para vomitar sus adicciones, Phelps está de vuelta. «Quiero ganar cuatro oros», anuncia. Los tres individuales y uno en el relevo. «No tengo una disciplina favorita. Quiero ganar cuatro. Aunque no sirve de nada decirlo. En 2012 también quería el título de los 200 mariposa y lo perdí». Antes de los Juegos de Londres, se saltó muchos entrenamientos. Se enfrentó con su entrenador, su padre oficioso, Bob Bowman, su descubridor. Ahora se cuida como nunca. Tras abanderar el viernes a la delegación estadounidense, Phelps se marchó a la Villa antes de que terminara la ceremonia de apertura. A descansar su arquitectura de coloso.
«No tenemos ninguna presión», dice Bowman, su entrenador desde hace 17 años. Su pupilo, tan afinado y motivado como en sus mejores días, está listo. «Mi nivel de grasa corporal nunca ha sido tan bajo», subraya Phelps. Ha resucitado su pasión por el agua. «Ha recuperado el placer por el entrenamiento», constata Bowman. Río de Janeiro tiene el privilegio de verle, esta vez sí, por última vez. «Es el final. Ya no más. Fue todo. El cuerpo no da más. Es mi última competencia», zanja el mejor nadador de la historia metido ya en sus últimos cinco días olímpicos.
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