Imagen de un anuncio en la pantalla de un taxi en Tokio. Pío García

Quejíos

Un riojano en Tokio ·

Hay un spot publicitario que me dejó boquiabierto y enganchado desde el primer día, y desde entonces, cada vez que me monto en un taxi, me olvido de los móviles y ni siquiera miro por la ventanilla

Pío García

Enviado especial a Tokio

Miércoles, 4 de agosto 2021, 19:56

Los conductores de taxi llevan guantes blancos. Me pongo en el asiento de atrás, me ato el cinturón y me imagino que soy Miss Daisy paséandome tranquilamente por las calles de Tokio. En las normas pone que no podemos hablar con el taxista salvo que ... sea estrictamente necesario. Nunca lo es y ellos no suelen saber inglés, así que los viajes discurren en silencio, como si fuera un convento móvil de clausura. Todos llevan una pantallita detrás del reposacabezas del copiloto por la que van emitiendo anuncios en bucle. Me los sé ya de memoria. Salen unas adolescentes famosillas tirándose sobre unos sofás de goma. También hay publicidad de bancos y de algo que parece comida. Pero hubo un spot publicitario que me dejó boquiabierto y enganchado desde el primer día. Desde entonces, cada vez que me monto en un taxi me olvido de los móviles y ni siquiera miro por la ventanilla: pego la vista a la pantalla hasta que aparece el anuncio.

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No sé lo que venden. Salen tres japonesas muy jamonas vestidas de flamenca. Llevan un clavel reventón en el pelo. Mis conocimientos del arte flamenco son muy limitados, pero yo apostaría a que no las veremos actuando en una cueva del Sacromonte. Hacen movimientos vagamente raciales y a veces sufren impactantes convulsiones que finalizan como si estuvieran montando a caballito en un rodeo country. Da la impresión de que estaban oyendo a Morente, o al menos a Camela, y de pronto se les ha colado en la cassette 'Billy Joe en el aserradero'. Luego se quedan quietas con las manos en alto y con una mirada feroz de gitana del sol naciente. Al fondo se ve a un guitarrista agachado, con las melenas tapándole la cara, tal vez avergonzado, y más tarde aparece el bailaor/cantaor de ojos rasgados y cara redonda, un tipo muy pinturero que hace poses, dice 'ta ta ta' obsesivamente y va vestido de mayordomo de Falcon Crest.

Los puristas dirán lo que quieran, pero a mí me tienen embrujado. Como me entere de que actúan en algún tablao de Tokio, le dan por saco a las Olimpiadas, al Duplantis y a la selección española de balonmano y me tienen ahí de cliente todas las noches. Ta ta ta.

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