Ustedes vieron por la televisión una ceremonia colosal, espléndida, apabullante. ¡Qué palacios tiene París! ¡Qué bonito el Sena! ¡Qué luces, qué sonido, qué bailarines admirables! ¡Qué lujoso todo! Sin embargo, deben saber que, cuando los barcos de los deportistas pasaban bajo el majestuoso puente ... de Alejandro III, con sus estatuas doradas y sus sueños imperiales, ahí abajo, en lo más oscuro, entre barrotes de hierro y orines humanos, apoyado difícilmente en un bordillo, con el ordenador sujeto entre las piernas, justo ahí, en ese agujero, estaba un servidor escribiéndoles la crónica.

Publicidad

Por las pantallas gigantes se veía a María Antonieta con la cabeza cortada y se oía heavy metal a todo trapo, como si la Revolución Francesa hubiese triunfado de verdad, pero el viernes no hubo ni 'fraternité' ni 'egalité' y a los periodistas solo nos quedaba la 'liberté' de meternos debajo de un puente. Al lado, en un bonito barco varado en la orilla, los invitados vip, vestidos de fantasía y Christian Dior, tomaban a cubierto champán y canapés.

Cada cierto tiempo, para estirar los músculos, me acercaba al yate y los miraba suplicante, poniendo cara de perrito abandonado en la gasolinera, pero a cambio solo recibía indiferencia y exhibición de burbujitas. A Victor Hugo esto le hubiera dado para una segunda parte de 'Los Miserables', pero a mí no me alcanzan ni el talento ni la voluntad. Bastante hice con acabar la crónica antes de que algún gendarme me aplicara la ley de vagos y maleantes y me echara de mi bordillo con cara de malas pulgas

Para llegar a ese bordillo, no se crean, hubo que rellenar varias acreditaciones, solicitar distintas pegatinas y pasar controles puntillosos. Eso resultaba molesto, pero daba ilusiones de que hubiera algo al final de camino, qué sé yo, una silla, una mesa, un enchufe, quizá también un botellín de agua. A la hora de la verdad, sin embargo, lo mismo nos hubiera dado saltar la valla.

Los periodistas, trabajando bajo la lluvia. Igor Barcía

Un amable voluntario, que hablaba español y había sido corresponsal de 'L'Equipe' en Barcelona, nos condujo a una acera junto al Sena y ahí nos dejó, estupefactos, revisando las etiquetas con gesto de incredulidad, como si hubiéramos sido víctimas de un lamentable error. Acabamos tumbados de espaldas al río, viendo el desfile por una pantalla gigante, lo que nos obligó a adoptar posturas inverosímiles, que rozaban el contorsionismo y bien podrían acabar ingresando en el programa olímpico. Escribir en el suelo, con el ordenador entre las piernas y el móvil en una mano tiene algo de 'breaking dance', una cosa a medias entre el 'maiquelyakson' y el 'robocop'. Que se lo apunte el COI para la próxima.

Publicidad

Tal vez piensen ustedes que mis compañeros en el Trocadero estaban mejor por el hecho, casi milagroso, de sentarse en una silla. Los organizadores debieron pensar que bastante suerte habían tenido ya en la vida, así que no les pusieron ni una miserable tejavana de uralita. ¡Para qué demonios querrán tantas comodidades estos periodistas! ¡Si están en el Trocadero, viendo todo el rato la Torre Eiffel, muriéndose de envidia por no ser franceses!

Esto de que a los organizadores les haya pillado de sorpresa que a veces llueva en París demuestra que son una gente decididamente optimista o que se han creído todas las películas americanas. Pero los pronósticos se cumplieron, se abrieron los cielos, cayó el diluvió y los enchufes se convirtieron en amenazas palpitantes. Un ordenador se apagó, manejar el teléfono se volvió casi imposible y los reporteros tuvieron que trabajar cubiertos con plásticos como si de pronto se les hubiera caído encima el invernadero. Y luego, para colmo, Estanguet, el presidente del comité organizador, tuvo el cuajo de decir que no había que dejarse impresionar por «unas gotas de lluvia». Abajo te hubiera querido ver, Tony, simpático.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

¡Oferta 136 Aniversario!

Publicidad