Ir a los sitios en París es complicado si uno tiene las dos piernas en condiciones, pero imposible si le fallan las rodillas o anda regular de ligamentos. Carolina Marín, por poner un caso, ya no hubiera podido coger el metro. Los franceses sienten una ... pasión irreprimible por las escaleras, y no de las mecánicas. Escalones para arriba, escalones para abajo.
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El otro día aparecí en la estación de Austerlitz y aquello parecía una película neorrealista italiana. Los turistas cargaban con unos maletones inmensos, una señora de edad cogía aire en cada baldosa mientras miraba el Everest que aún le quedaba y una chica joven, pero operada de la pierna, hacía noche en cada escalón. En muchas paradas aún no conocen el invento del ascensor. Se diría que los lemas de París son 'liberté, egalité, fraternité' por arriba y 'los cojos que se jodan' por abajo. No suena tan bien, al menos en español, pero tiene gran potencial descriptivo.
De París no vamos a negar que es bonito. Incluso muy bonito. El puesto de comentarista en el voley playa es para quedarse a vivir, al menos en verano: abajo están los atletas y enfrente la Torre Eiffel, con los aritos olímpicos. Al escritor Guy de Maupassant, la Torre Eiffel, cuando la estaban construyendo, le parecía un horror que iba a destrozar la imagen de París y clamaba para que no la levantaran. Ahora, sin embargo, nos hemos acostumbrado y hasta queda bien.
El problema, ya lo hemos dicho, es si a uno le fallan las piernas y va en silla de ruedas. Al parecer no le queda otra opción que pedir que le dejen morir en cualquier plaza, mientras dedica sus últimos días a la contemplación extática, y sobre todo estática, de bellezas como el Palacio del Louvre o la cúpula de los Inválidos, irónica metáfora. El caso es que los Juegos Paralímpicos empiezan dentro de nada y a ver qué hacen entonces. O contratan de urgencia a todos los participantes en el torneo olímpico de halterofilia para que los lleven en andas o van a tener que afrontar serios desafíos.
También es verdad que esta mañana he cogido un autobús urbano en la periferia de París y he asistido a una escena insólita, inaudita, que en España llevo treinta años sin ver. Se ha montado una señora mayor, obesa y con problemas de movilidad y tres personas se han levantado a la vez para cederle el asiento. He sufrido un choque cultural que ni en Japón cuando vi un sandwich de piña y kiwi.
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